Tras la puerta de la habitación, se encierra el rebelde enfado adolescente. Mientras, a ella la deja al otro lado con la queja preocupada, con el mal gesto hiriendo en su pecho, recordando el suave aroma de su bebé en aquellas interminables noches acunándola en sus brazos. La deja con la inevitable lágrima suspendida entre la decepción y la desesperanza, pero con el amor intacto. Aún pasarán otoños hasta que yo comprenda, hasta que yo me comprenda. Pero no dudes, madre, que ese día yo también lloré por la pena que te infringía y que, más allá de eso, también yo te estaba queriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario