¡Que nooo! Que no me he vuelo loca. Mayo es el nombre del nuevo miembro de mi familia gatuna. En la noche del 3 de julio, al regresar de una reunión con unos amigos, unos maullidos desesperados tenían asomados a las terrazas a unos cuantos vecinos. Al principio pensé que era el gato de una pareja que parecía estar buscándole en la calle, así que, sencillamente, les deseé interiormente suerte para que recuperar al gatete y seguí con mi coche para aparcar en el garaje. Pero ya e casa, después de un buen rato, los maullidos seguían rompiendo la calma nocturna, así que me asomé a la terraza para curiosear cómo iba la cosa. Entonces me di cuenta de que la pareja a la que creí papás del gato ya se habían ido. Tampoco estaban ya mis demás vecinos asomados, por lo que parecía evidente que el gato no era de nadie y que nadie iba a hacer nada por él. Nadie no... claro... Se me partía el alma con cada gemido con lo que decidí bajar, al menos, pensé, le pondría comida...
Lo vi enseguida. Lo llamé agitando el bol de la comida y, poco a poco le vi acercarse. Sin embargo, si me movía lo más mínimo de mi incómoda posición en cuclillas, volvía rápidamente a a retaguardia, con lo que mi objetivo de alimentarle se estaba complicando. No sé cuánto tiempo estuvimos con ese tira y afloja, pero llegó un momento que di por perdido mi deseo de darle de comer. Le dije como si me pudiera entender que si no se acercaba me tendría que ir, que le dejaba algo de comida en la acera y ya está. Vacié parte del contenido del bol y me levanté para volver a casa. Cuando ya había cruzado la carretera eché un último vistazo y ahí estaba, siguiéndome como un perrito. Ni tocó la comida que dejé en el suelo, solo me seguía... Aunque cuando vio que me daba la vuelta, se quedó parado en medio de la carretera. ¡Ahora sí que la había hecho buena! ¡Hombre, que no te puedes quedar ahí en medio, que te va a pillar un coche!
No me quedó otra que hacer un nuevo intento para que se acercara en mi dirección. Le volví a tentar agitando las bolitas de pienso y esta vez el gatillo corrió sin dudarlo hasta mí, dejándome bastante aliviada de no saberlo en peligro de atropello... Le acerqué la mano para que me oliera y con algo de timidez se fue acercando cada vez más hasta que me tocó con su hociquillo. Y desde ese primer contacto, ya no hubo vuelta atrás. Comió y luego, agradecido, no dejaba de rozarse contra mi mano, buscando que le acariciase. ¿Qué iba a hacer? Pues no había más opción, ya me había seducido: me lo llevé a casa. Ya pensaría después cómo buscarle una familia, pero en la calle no iba a dormir una noche más.
Esa primera noche le acomodé en la terraza, que por más que tuviera ganas de comérmelo a besos, primero tenía que estar segura de que no portara parásitos que pudiera compartir conmigo o con mis chicas. Le puse más comida, agua e improvisé un pequeño arenero hasta la mañana siguiente.
Tiza y Gea, como es natural manifestaron su protesta ante la intrusión con bufidos varios, pero a los pocos minutos, Gea decidió que ya había visto lo que tenía que ver y se retiró a su trono, y Tiza se quedó velando al otro lado de la mosquitera observando al personaje que de repente había irrumpido en su cómoda existencia.
A las diez de la mañana ya estaba yo esperando en la puerta de mi veterinaria para presentarle al bichito y tratarle de pulgas y demás incordios que pudiera portar. Mientras la esperaba en la puerta de la consulta, comencé con la multidifusión para tratar de buscarle un buen hogar.
Fue al día siguiente que una ex-compañera de mi hermana se prendó de Mayo, como le llamé provisionalmente por haber calculado la veterinaria que debió nacer a principios de este mes. La chica contactó conmigo y concertamos una cita a la cual acudió con urgencia pues tenía muchas ganas de tenerle. Ella nunca había tenido mascotas de ningún tipo, así que no paró de hacerme preguntas a las cuales respondí de mil amores, haciendo también que recordara muchas anécdotas sobre Gea y Tiza, así que pasamos unas horas agradabes y tras acompañarle a comprar un trasportín, porque no había venido preparada para el traslado, mi pequeño huésped se fue con la que se suponía que iba a ser su nueva mamá.
Siguiendo mis recomendaciones , la chica dejó todas las ventanas de su casa cerradas antes de irse a trabajar, para evitar encontrarse con la triste circunstancia de que Mayo (o Buda, como parece que ella quería llamarle) se hubiera marchado a su regreso. Aun así, cuando volvió del trabajo no le encontraba por ningún lado y me llamó desesperada. Le expliqué que si estaba todo cerrado el gato estaría en casa, que lo más probable es que se hubiera escondido y que incluso se hubiera quedado dormido, que lo mejor que podía hacer era relajarse, comer, ver la tele y esperar a que saliese por sí mismo, pero vaya, sabía de sobra que no me haría caso, porque por propia experiencia sé que se pasa muy mal creyendo posible incluso las fugas más inverosímiles. Le dije que si en unas horas no aparecía iría hasta su casa para ayudarle a buscarle, pero la vi tan desesperada que no pasaron esas horas, en una posterior llamada en la que me di cuenta de que no se iba a tranquilizar, me mandó su ubicación y acudí a su casa para tratar de ayudar a encontrarle...
No tengo palabras para describir lo que vi al llegar a esa casa. Era tal el desorden, las bolsas, la ropa, la de huecos atestados de cosas... Yo no veía una casa, veía trampas por todos lados. Pensé que si el gato no salía por su propio pie, sería imposible dar con él. Aunque nada más llegar sabía que estaba allí porque al escuchar mi voz maulló una sola vez. También había dejado una caquita en la ducha, cosa que no me gustó porque los gatos solo dejan de usar su arenero si no les gusta cómo está. Efectivamente, la novata mamá no había seguido mis indicaciones del día anterior así que comprendí la caca de la ducha. Inconscientemente, en mi cabeza no dejaban de sumarse motivos para no estar segura de si había elegido a la persona correcta, pero me dije que tendría que aprender, y eso tiene siempre solución. Eso sí, no dejé de aconsejarle sobre lo que yo haría para evitar más malos ratos como el que estaba pasando, consejos como por ejemplo que cuando se fuera a trabajar le retirase la comida, para que cuando ella volviera, tuviera hambre y acudiera más fácilmente a su llamada en caso de que se hubiera vuelto a esconder, o como que dejarlo todo cerrado no significaba que cerrara los cristales, que con dejar las persianas bajadas era suficiente, en fin, cosas así. En cuando al orden de su casa me corté un pelo en decirle por no ofender, aunque supongo que mi cara de sorpresa al llegar y mi comentario de que aquello era un parque de atracciones (por no decirle el pasaje del terror), junto con mi expresión facial, que a seguro debía ser de desagrado sin poder ocultarlo, al más puro estilo Antonia Calderón, probablemente la ofendieron. He de decir que no pretendía ofender a nadie y desde luego, no le dije nada ofensivo, por más que mi cara reflejara mi disgusto. Seguimos buscando hasta que le escuché de nuevo y, por fin, lo ubiqué en una habitación. Apartando todos los trastos di con la caja de plástico que le había servido de refugio y al retirarla salió corriendo, casi volando en dirección al salón. Se volvió a esconder tras el mueble del televisor que estaba retirado de la pared, permitiendo que se quedara atrapado en una maraña de cables imposible...
En fin... No voy a seguir dando detalles del caos. En realidad, ya le habíamos encontrado, le saqué de entre los cables y me senté con él para tranquilizarle. Intenté que fuera ella quien hiciera esta operación, porque la casa se puede ordenar, pero a esas alturas necesitaba observar cómo se relacionaban entre sí. Rechazó el ofrecimiento de malas formas, diciéndome que no quería forzar al gato e intenté explicarle que el gato no es una persona, que un poco sí tenía que tratar de acostumbrarle, que lo intentara...
No sé muy bien que le pasó por la cabeza a a muchacha en ese momento, pero su cara se transformó de manera desagradable y acto seguido comenzó a insultarme, empezando por decirme que yo era una egoísta. Os aseguro que no entendía nada, pero tras inútiles intentos por calmar esa actitud, me quedó muy claro que mi paciencia ya había llegado al límite. Todas las células de mi cerebro, de mi cuerpo entero me decían que tenía que sacar a Mayo de allí y, por si fuera poco, sus maullidos que volvían a ser tan estridentes como la noche que le recogí de la calle, parecían gritarme que no quería quedarse allí. No sé cuantos minutos pasaron en los que seguía escuchando como en un segundo plano los reproches de esa mujer mientras que en mi cabeza me debatía entre tratar de explicarle que lo mejor era que me lo llevase hasta que pusiera orden en esa casa y la adecuara para tener a la criatura o agarrar al gato y llevármelo a las bravas... Me sentía como en las típicas escenas de pelis en las que un individuo tiene a ambos lados de la cabeza un diablito y un angelio dándole indicaciones encontradas... Finalmente, esta vez, ganó el demonio. Me lo llevé en un arrebato, sin mirar atrás, porque la sabiduría del instinto me dijo que ea mujer no iba a atender a razones y que, tal vez fuera capaz de enzarzarse en una pelea incluso, lo cual no estaba dispuesta a averiguar.
Así es como, tras un viaje en coche de 30 minutos y sin trasportín, Mayo regresó a mi casa, la suya desde ese mismo día, porque aunque por el camino iba pensando que aún tenía la opción de otra persona que parecía haberse interesado por él, al final, fue Tiza la que decidió que se lo quedaba ella.
Fue casi mágico ver que al llegar, Tiza le acogió como si le hubiera estado esperando, como si le hubiera echado de menos las horas que no había estado con él. Llevan cuatro días sin parar de jugar, haciendo croquetas de abrazos y durmiendo el uno junto a la otra de la forma más adorable que jamás he visto, así que, aunque no estaba previsto, aunque mi bolsillo se resienta y aunque parezca que esto es un poco una locura, me quedo con mis tres gatos sintiéndome muy feliz de estar dándoles una buena vida. De hecho, todo esto que ha pasado me ha hecho reflexionar sobre el deseo de tener un animal en casa. Debe ir más allá de la pretensión de recibir cariño por parte del animalito, o incluso más allá de querer dar cariño a un animal. A veces te encuentras que el gato no es cariñoso, como mi Gea, sin embargo, yo la amo desde siempre, cada día más, a pesar de que tan solo en los últimos años se ha mostrado más receptiva a los mimos que siempre quise ofrecerle. Su carácter siempre fue esquivo, pero, aunque no le ha gustado nunca mucho el contacto físico, siempre buscaba dormir a mis pies, eso fue durante años lo más que podía recibir de ella, pero no ha sido motivo para no estar completamente enamorada de ella. Luego llegó Tiza, tan amorosa como trasto, la que se ha cargado mis cortinas recién estrenadas y otras cosas... Y ahora Mayo, capaz de hacerme disfrutar de estas adorables escenas de juegos y siestas compartidas... He caído en la cuenta de que realmente, lo que me apasiona, lo que realmente hace que tenerlos me compense no es solo su compañía y su más o menos cariño explícito, lo que verdaderamente me hace feliz y por lo que sé que siempre habrá un felino en mi vida es que me hace sentir orgullosa saber que le puedo dar y le doy una muy buena vida. Creo que en definitiva, ellos hacen que sienta que soy una buena persona.
Me sentí muy mal por mi forma de llevarme a Mayo de la casa de esa mujer. Nunca sabré a ciencia cierta cómo hubiera reaccionado si le hubiera dicho amablemente, a pesar de sus insultos, que lo mejor para él era que me lo llevara, pero en ese momento seguí mis impulsos y lo hecho, hecho está. No obstante, me hubiera gustado explicarle que antes de decidir tener un animal en casa debería preparar el nido, hacerlo acogedor y adecuado, un sitio seguro y agradable. No vale solo tener el deseo de tener una mascota... Y, por supuesto, tener muy claro que es una responsabilidad para toda la vida.
¡Aynnnsss! Bueno... Es hora de cenar, para mí y para mis chicas y chico, así que os voy dejando... Es
hora de dejar de mirar la pantalla y deleitarme mirándoles a ellos. Buenas noches.
hora de dejar de mirar la pantalla y deleitarme mirándoles a ellos. Buenas noches.