Otro fin de semana de diez, y aún
o ha terminado. Aprovecho un rato de relax en casa, mientras que mi visita
trastea con su teléfono y formatea el mío antiguo. Dentro de un rato iremos a recorrer el pueblo
y a tomar unas tapillas, “a la fresquita”, que aunque estemos a cinco de
octubre, ¿quién dijo otoño?, este fin de semana vuelve a ser agosto en el
occidente de Andalucía.
Y así debía ser, claro; que el
viernes tenía intención de coger coche y ya sabéis de mi animadversión a las
carreteras que no conozco, así que la lluvia no era bienvenida y, como buena
chica obediente, atendió a mis órdenes y se quedó en algún otro lugar (creo que
escuché que en Granada diluvió…).
Así pues, minutos antes de que
sonara el timbre para avisarnos a profesores y alumnos de que la parte laborable
de la semana concluía, y antes de que la jauría de chiquillos asaltara el patio
de camino a la salida del instituto, yo arrancaba mi cochecito y tomaba, feliz, rumbo a
Sanlúcar de Barrameda.
Cuatro años y medio más o menos
hacía que no volvía allí. Ahora, la escusa de visitar a un buen amigo en su
convalecencia me ha brindado la oportunidad de reunirme, además, con mis
antiguos compañeros del instituto El Picacho y volver a pasar un rato muy
agradable con ellos, y sobre todo, volvérmelo a pasar pipa con mi amiga Aurora.
No importa haber roto unos zapatos
camino
de vuelta a su casa y haber acabado comida por los mosquitos como no recordaba
desde mis días en Colombia, ha valido la pena gastarme el dinero e
n reponer mi
cazado
y
soportar durante una semana la comezón de las picaduras. He podido ver que mi amigo se recupera
satisfactoriamente de su operación, lo cual me tranquiliza y me alegra
sobremanera. Aún le queda por delante así que espero que mi visita haya
cumplido su objetivo, que era darle todo el cariño y el ánimo que merece. Por
otro lado, por fin le he devuelto a mi amiga la visita que le debía ya desde
hacía años y he vuelto a hacer un poco el loco con ella, riendo, bailando y
bebiendo, tras disfrutar de esa puesta de Sol mágica que tan merecidamente
enorgullece a los sanluqueños. Hasta hubo tiempo para
robarle a ese Sol unos cuantos rayos más para tostar nuestra piel al día
siguiente antes de almorzar. ¡Qué bien me ha sabido ese rato de playa! Y es que,
lo he dicho más de una vez, somos animales de costumbres y aunque nos adaptemos
a otros hábitats, el que es de costa, costa quiere, necesita y desea. Si todo
va bien y esta sustitución sigue yendo como debe ir, cumpliré la promesa a mi
amiga y
volveré en otra ocasión a repetir otra parrandita como esta. ¡Qué
bueno!
Regresé a Sanlúcar la Mayor el
sábado a la tarde, con el tiempo adecuado para hacer una pequeña compra en el
supermercado, darme una buena caminata para compensar los excesos alcohólicos
de la noche anterior y para cocinar hasta un bizcochito para mi visita del
domingo, eso, además de corregir los últimos exámenes que me dejé pendientes.
Como es lógico, cuando caí en la cama dormí como una bendita, cosa que también
es motivo para congratularme dadas mis habituales noches insomnes.
Esta mañana, tempranito, mi
primera visita malagueña, me informaba de que ya se hallaba en camino, lo cual
me ha hecho despertar con una sonrisa ante la certeza de otro día de gustosa
compañía.
Diez y media de la mañana, mi
amigo ya ha llegado y comienzo por presentarle a mi megafantástica
amiga-mami-casera.
Siendo domingo no es fácil encontrar una farmacia abierta y resulta que las
picaduras lepidópteras del rato en Bajo de Guía han pasado a ser bultos
dolorosos e incluso algunas se han convertido en ampollas del quince, así que
recurrí a mi benefactora para que me proveyera de antihistamínicos. Así hemos
tenido la ocasión de ser agasajados, además, con unas buenísimas lentejas caseras que disfrutaremos sin duda el lunes a la
hora del almuerzo.
Luego desayuno con churros en un
lugar con solera, compra de unos buenos bocatas y carretera y manta (bueno,
mejor dicho toalla) hacia Matalascañas, que ha amanecido un día más espléndido
y no perdonamos un buen bañito de Sol, mar y arena blanca. Exentos de la masificación
propia del verano, da gusto disfrutar de la playa y como no podía ser de otra
manera, tenemos sesión de fotos para dejar constancia del hecho y poner los
dientes largos a más de uno (pero sin maldad, ¿eh?, todo de buen rollito).
Cuando el fresquete nos hace
recordar la estación del año en la que estamos, recogemos bártulos y tomamos de
regreso la carretera de Hinojos porque me siento melancólica de cierto paisaje
que frecuenté cuando trabajé en Paterna del Campo y, queriendo mi amigo satisfacer
mis antojos, sale de la cómoda autovía para senderear por aquellos lares.
De vuelta en casa, merendola con
mi bizcocho casero y por fin
llegamos al punto en el que empiezo esta
narración. Solo que en realidad, empecé a escribir ayer. Nos llegó la hora de
ducharnos, ponernos guapetones como aquí hacen los domingos por la tarde y
salir a pasear por las calles de Sanlúcar. Nuestro paseo nos llevó hasta un
barecillo donde nos atrapó un concierto que no esperábamos y del que
disfrutamos mojando el gaznate con un par de cañitas mientras abríamos el
apetito y augurábamos un gran futuro (bueno, un futuro, al menos) a Carlos
Peralías, que nos hizo destrozar alguna que otra canción de aquel Alejandro
Sanz de antaño.
Y, un poco más tarde, y algo más
achispados, por fin consigo ver abierta la tabernita a la que quiero llevar a
todo el que venga a visitarme: La Buena Vida (probablemente el único lugar del
pueblo donde te sirven otra cerveza que no sea Cruzcampo). ¡Qué lástima
que
haya que madrugar mañana! Volvemos a casa, aunque mi amigo también se queda a
pasar el lunes, así que genial, seguiré echando unas buenas risas.
Aunque hay que trabajar desde la
biblioteca, lo cierto es que se hace mucho más ameno en compañía, y, encima, se
rinde más. Ahora, tras haber acabado las tareas que tenía previstas, hasta me da
tiempo concluir el resumen de este fin de
semana y a incluirlo una vez más en el baúl de recuerdos que es este blog. ¡Qué
afortunada me siento siempre que tengo la oportunidad de vivir unos días tan
agradables! Contároslo es compartir esa
alegría, es dar las gracias por sentirla y es deleitarme de nuevo con los
momentos vividos. Ojalá que siempre escribiera en estos términos.
Publico en unos segundos, pero he
de ser rápida, porque aún quedan horas para disfrutar de este lunes y queremos
seguir haciéndolo. Tal vez busquemos un paseo donde nos pille una buena
perspectiva de la puesta de Sol de hoy sobre los campos de Sanlúcar la Mayor y
quizás más tarde tengamos invitadas a cenar en mi casa con la que cerraremos la
jornada. Mañana, aún habrá un desayuno con “buenos días”, una sonrisa y un beso
de despedida. ¡Hasta la próxima!