A veces echo de menos todas esas veces en que me he sentido mal y he sabido exactamente por qué. Al menos, en todas esas ocasiones, incluso en ésas en las que la solución no era algo tangible, tenía claro a qué podía achacar mi estado de ánimo.
Este verano me estoy volviendo loca como nunca intentando definir precisamente mi estado de ánimo: ¿estoy triste, me siento sola o es que he llegado a tal punto que no necesito nada ni nadie para estar en paz? ¿Es eso, es que he encontrado la paz y serenidad que nunca he tenido? ¿Entonces, debería sentirme feliz? ¿Lo soy?
Mientras trataba de echarme la siesta hoy, he creído atisbar por un momento el inicio a una respuesta para mí misma y me he levantado para ponerla en claro sobre papel (o lo que es lo mismo, la página en blanco de mi blog), pero a medida que escribo se me pierde la clarividencia que tuve hace un rato. En realidad, solo tengo sensaciones que bailan en mi mente y que producen ciertos efectos en mi ritmo cardiaco o en el modo en el que salivo y trato de darle a todo ello una forma, trato de materializarlo en palabras. Si siento esta necesidad es porque no estoy siendo feliz ahora, supongo, no sé, porque juro que no sé ya que se supone que es ser feliz o estar bien.
Estar bien no puede ser no tener ganas de estar con nadie, en el sentido más amplio de la palabra, y no tener ganas de hacer nada, pero, al mismo tiempo sentir la falta de compañía y de llenar las horas con las típicas experiencias que a todo el mundo le gusta disfrutar.
Por un momento, como decía antes, he creído tener la respuesta a esa paradoja. Me ha venido a la cabeza la palabra "efímero" y luego la palabra "vacío". Y he hilado una frase entera para conectarlas: no me llena quedar con alguien porque la alegría que eso me da es efímera y luego me deja una sensación de vacío más real que la que siento en mi día a día. Ésa está ahí como parte de la rutina y se difumina entre el trabajo, la lectura, las horas de sueño y las horas de Netflix del día. Ésa es soportable, pero el agujero negro que sobreviene a unas horas de estar en compañía es inaguantable.
El vacío que sobreviene al final del curso es implacable. El vacío que sobrevino al infructuoso resultado de mis oposiciones del año pasado ha sido y sigue siendo devastador. ¿Será eso? ¿Será que aquella "depresión" no fue superada y solo ha estado oculta por el devenir de los días de trabajo, con sus satisfacciones y decepciones normales y ahora que se hace parón vacacional se deja ver y sentir con toda su crudeza? ¿Realmente es eso? ¡No sé yo si es tan fácil!
¡Necesitas un psicólogo! Tal vez, pero es que no sé ni por donde empezar porque siento que balbuceo cuando trato de contar algo, o que las explicaciones que doy no son más que mentiras, que lo que realmente es no es lo que cuento, o que no soy capaz de contar nada o que todo está demasiado enredado en mi interior que será imposible llegar a desenmarañar nada, o que todo es cuestión de que me doy demasiada importancia y que no debería, o yo qué sé.
A veces siento que tengo envidia de mis mejores amigas por lo que tienen en sus vidas que yo no tengo y por eso me resulta insoportable la idea de estar con ellas. Y, cuando lo hago, en gran medida lo hago porque me obligo a hacerlo, porque lucho contra ese pálpito desbocado y me esfuerzo en el que creo que es el verdadero sentir que también tengo, que es el gran cariño que siento por ellas. Pero este verano me está costando más, mucho más, porque me pregunto, de manera inconsciente hasta ahora, si realmente yo las quiero, porque, cómo puedo decir que las quiero y sentir esta mierda? Creo que eso me hace sentir falsa. Y, en otros instantes, lo que pienso es que yo las he querido mucho más a ellas que ellas a mí y que, simplemente, al cambiar sus vidas con la llegada de sus parejas, me han colocado en un sitio diferente y eso ha sido una decepción porque yo no las he movido de donde estaban. En realidad no es que no me quieran, lo sé, vamos, si mi vida se hubiera desenvuelto a la par que la de ellas, ese movimiento hubiera estado sincronizado y todo hubiera encajado a la perfección, pero no ha sido así, por lo que he tenido que, primero soportar la decepción, luego, entender que la que está equivocada soy yo, que no hay un motivo real para ese sentimiento, que tal vez la que no sabe realmente querer soy yo... Pero, en el fondo la clave está en la palabra encajar, es que es eso, que siento que ya no encajo. Y da igual, lo mire como lo mire, racionalizar no me está dando buen resultado porque el asunto sigue siendo que NO deseo estar con ellas. Porque entonces la sensación de no encajar o que mi vida no está como debiera se hace muy muy fuerte. Tanto, como para que luego de pasar un "buen día" me quede tal desazón que me pase una semana entera de la cama al sillón, y del sillón a la cama y planteándome toda esta porquería bajo los efectos de un subidón de helado y pizza.
Hace más o menos eso, una semana, que alteré mi rutina de ejercicios matutinos, estudio, piscina y libro, por un día lleno de actividades con una de mis grandes amigas. ¿Disfruté del día? He tratado de analizarlo objetivamente porque necesito saber si me compensa o no. Luego me he preguntado también si debo buscar esa compensación, si es que me equivoco al verlo desde ese punto de vista... Sigo sin llegar a una conclusión. Solo puedo decir que ha habido ocasiones en mi vida que tras un evento he notado consecuencias adversas, pero que he tenido la sensación esa de decir: "que me quiten lo bailao", pero en estos momentos no me pasa con nada de lo que hago, porque nada de lo que hago está impreso de la ilusión con la que he vivido otros momentos.
He dedicado este curso muchísimas horas a elaborar lo que yo he creído un gran material. Me ha ilusionado y he disfrutado de todas y cada una de las horas dedicadas a tal labor, pero lo cierto es que, pasado el curso, el valor de lo que he hecho es NINGUNO. No soy para mis alumnos la mejor profesora por eso, ni a nadie le importa un carajo lo que he hecho, ni siquiera a mí ahora, porque tengo serias dudas de si esa metodología supuestamente innovadora por la que he querido apostar realmente es efectiva. Quiero quedarme con que esas horas las disfruté y eso hago, pero lo cierto es que pensar en no haber causado un buen efecto en el aprendizaje de mi alumnado me martiriza. También me he dado cuenta de lo efímero que es el supuesto cariño de los alumnos. Y, a ver, ¿qué voy a pretender? Lo malo no es que sea así y saberlo, lo malo es que aún sabiéndolo y entendiéndolo me duela sin poder evitarlo. Algo no va bien en mí si necesito que el cariño de mis alumnos llenen "el vacío". Así, ¿cómo no voy a quedar decepcionada? Pues nada, la revelación llega siempre a final de curso y sirve solo para que el agujero negro cobre fuerza.
Y, de la misma manera, haber apostado mi felicidad al resultado de lo que creía una plaza merecidísima, en la última convocatoria solo ha servido para agrandar el campo magnético de ese abismo. Recuerdo el dicho ése de "desafortunado en juegos afortunado en amores", pues es como si solo existiera la una o la otra posibilidad y haber creído que sacrificando todo lo demás por el estudio estaba claro que tenía que conseguirlo esta vez, sin embargo, he acabado con la sensación de que y a mí no me ha tocado ninguna de las dos posibilidades del Universo. Que no merezco nada y que nada de lo que me importa es lo que tengo. Pero es más todavía, porque sí que tengo la sesera suficiente como para saber que en mi Universo no hay solo dos componentes y que sería injusto no darme cuenta de todo lo que sí tengo, pero el problema es que, soy consciente de lo que tengo pero no soy capaz de sentir que sea suficiente para que me sienta de otra forma de la que me siento. Por tanto, debo sumar a mi insatisfacción y mi decepción, el hecho se saberme una ingrata. Y, por no querer serlo, me obligo a estar con mis amigas o con mi familia cuando me hace más daño que bien, porque, en el fondo, si no lo hiciera, ¿qué pasaría? Bueno, si no hiciera, al menos, lo mínimo que hago, supongo que, en más bien poco tiempo, caería en el olvido para todos. Entonces sí que me quedaría sola, que sería lo que merecería, por supuesto. A veces pienso que no merezco ni el cariño de mi madre, porque es la primera con la que no me comporto como en el fondo me gustaría comportarme y, precisamente por ser mi madre, es con la que me esfuerzo menos en no parecer una ingrata. Echo muchísimo de menos a mi padre y me odio por no aprovechar que mi madre sí está. ¿A qué espero, a que ya no esté para llorarla como le lloro a él? ¡Soy imbécil sin remedio!
¡Cuánta basura se puede acumular entre las neuronas! ¿Realmente quiero saberlo? Querer encontrar el inicio de toda esta cascada de sinsentidos me resulta insultante para tantos problemas reales que existen en el mundo. Cada vez que llego a este punto en mis reflexiones me avergüenzo tanto, tantísimo, de no considerarme una persona afortunada que me obligo a decir que lo soy. Me siento obligada a sentirme afortunada por lo que yo llamo "haber llegado a mi punto de tranquilidad". Lo malo es que para mantenerme ahí necesito no salirme de una rutina muy marcada y limitada (lease: la famosa zona de confort, que en mi caso es mi casa, con mis gatos y mi trabajo). Pero las vacaciones siempre llegan para joderlo todo. Así que, o me voy a un psicólogo o aprieto el culo y pienso que ya solo queda un mes para que empiece el nuevo curso... Lo segundo es más barato.