Hace ya casi un mes que partía para Italia. Probablemente
debería haber publicado esto mucho antes, pero a la vuelta, el verano
continuaba y un día por otro, nunca era el momento para ponerse a escribir.
Ahora que llega septiembre, ya apetece más. Este post tiene como misión
recordar los momentos vividos; sin embargo, lo empezaré del revés, dando
gracias. Gracias María del Mar. Gracias por
haber sido una compañera de viaje magnífica y, sobre todo, por haberte
convertido en una de mis mejores amigas. Gracias por atesorar como yo la
felicidad de los pequeños instantes que nos ha proporcionado nuestra estancia
en Italia: desde las bellas imágenes que monumentos gloriosos han impregnado
nuestras retinas hasta la sensación de trasportarnos en el tiempo callejeando
por pueblos medievales; desde los sabores de quesos y vinos hasta el placer del
agua fresca en las horas de calor; desde un paseo en góndola en Venecia hasta
el placer del olor fresco de nuestra habitación de hotel; tu David
y mi
caminata… lo mejor de lo vivido no estará en estas letras, es imposible, al
menos para mí, plasmar aquí tanta felicidad, pero estoy segura de que tú lo
comprenderás perfectamente. Desde el momento cero hasta unas lágrimas en aquel
bar o aquella última noche en Bolonia. Ha sido un viaje ilusionante e
inolvidable. Gracias, porque no habría sido igual con ninguna otra persona.
¿Recordamos un poco?
Pues venga, empecemos...
Pues venga, empecemos...
PRIMER DÍA
¡Menudo madrugón! Cuatro y media de la madrugada. En mi caso,
sin haber dormido absolutamente nada, emprendemos la marcha hacia el
aeropuerto. Parecía que no iba a llegar el momento, pero, tras dejar el coche a
buen recaudo, facturar las maletas y esperar desayunando, por fin llega la hora
de embarcar.
Aterrizamos en Bolonia y desde allí todavía nos quedaba
tomar el aerobús y un tren hasta Florencia, nuestro centro de operaciones. Tras
descubrir gratamente que nuestro hotel era agradable y se ajustaba a lo que
esperábamos, era un asunto de primera necesidad buscar un restaurante para
hacer nuestra primera comida italiana, que eran ya cerca de las dos de la
tarde. Para el postre buscamos una de
las mejores heladerías de Florencia, al pasar el puente de la Santa Trinidad. Ese
día también cenamos estupendamente después de descansar merecidamente en el
hotel un buen rato.
Nuestro primer paseo por la ciudad me produjo una gran
impresión, pero no por lo hermosa que es, sino porque me sentía muy acogida,
nada extraña allí. Al día siguiente fue nuestra excursión guiada por Florencia,
momento para apreciar al detalle tanta grandeza.
SEGUNDO DÍA
Nuestra guía para la ruta por Florencia fue Simona, una
chica muy agradable, profesora de inglés que se dedica a hacer de guía más por
vocación que por otra cosa. Como nos dijo, es su pasión y su momento para ella.
Se le notaba. El punto de encuentro fue la plaza de San Lorenzo, donde hay un
mercadillo dedicado básicamente a la venta de artículos de piel, y donde al
final, acabaríamos más adelante haciendo algunas comprillas y degustando queso
y pan…, pero eso fue otro día, no adelantemos acontecimientos.
En la misma plaza, visitamos el templo de San Lorenzo, que
posee una zona ajardinada. Simona nos contaba que le gusta mostrar este jardín
a los turistas para que pudiéramos sentir el contraste del bullicio del
mercado, con la paz que se palpa en el monasterio, que aún sirve como tal.
Cerca de allí, pudimos ver la primera casa de los Medicci cuando
se instalaron en Florencia. Eran de las afueras, una familia de banqueros cuyo
amor e interés por el arte hicieron de Florencia la maravilla que hoy podemos
disfrutar.
Seguidamente, llegamos a
la plaza del Duomo donde nos impactó la catedral de Santa María del
Fiore. Una magnífica expresión del gótico
florentino, cosa que a los franceses, al parecer, les extraña, ya que no se
trata del concepto gótico al que ellos están acostumbrados, sino que es una
reinterpretación de ese estilo arquitectónico que tiene su sello propio. Con
mármol de tres colores distintos, provenientes de distintas partes del mundo,
muy rica en detalles, francamente impresionante, como impresionante era la cola
que había para entrar. Esto último no lo hicimos, aunque Simona nos dijo que la
mayor parte de las obras de arte que había en la catedral ya no están allí,
sino en un museo.
Luego, callejeamos por la parte medieval de la ciudad, para
mí uno de los ratos más agradables de la
excursión, llegamos hasta otro mercado
donde la curiosidad está en una figura de bronce que representa a un jabalí,
aunque los florentinos le dan el nombre de “il Porcellino”, y según dicen trae
suerte acariciar su morro y, además, si dejas caer una moneda desde su lengua y
se cuela por la rejilla que hay en la base, significa que el regreso a
Florencia está asegurado. Bueno… la mía
no coló, pero quién sabe si volveré en cualquier caso…
En el paseo dimos con un hotel, el Brunelesci, construido
junto a una torre medieval que ahora forma parte del propio hotel y que nos ha
resultado especialmente bonito, tras lo cual desembocamos en la plaza de la
Signoria, donde está ubicado el ayuntamiento. Aquí pudimos contemplar distintas
esculturas, un verdadero museo en la calle: la de Cosmo I, el primero de los
Medici, un Neptuno, distintas representaciones mitológicas y religiosas como
corresponde a una ciudad renacentista, que gustaba de los cásicos griegos, y, por supuesto, una
réplica del David de
Miguel Ángel, que más adelante pudiste contemplar en toda su real medida en la
Galería de la Academia (pero no lloraste).
Abandonamos la plaza para sumergirnos de nuevo en el medievo
y terminar en el Ponte Vechio, uno de los 17 que atraviesa el río Arno, aunque
sin duda, el más especial, ya que fue el único que sobrevivió a los bombardeos
de la segunda guerra mundial y que, además, tiene la peculiaridad de estar
flanqueado por numerosas tiendas de joyería que prácticamente lo ocultan, en
total 54 puestos que nuestra guía se molestó en contar un día. En la otra orilla, caminamos hasta la plaza
Piti, donde se encuentra el palacio Piti, que fue la última residencia de los
Medici, que es de tal envergadura que el primer palacio parece una choza… y no
lo era, ¿eh? Solo para visitar los jardines de esta última residencia se necesitan
dos horas y media. Para hacernos una idea de la extensión… ¡Na, unas cuantas
macetillas que tenían platadas!
Llegados a este punto, solo continuamos con Simona nosotras
dos, y completamos la ruta, retrocediendo sobre nuestros pasos hasta llegar de
nuevo a la otra orilla y finalizar en la plaza de la República, cerca de la
catedral, con muchas tiendas de renombre y cafeterías con solera.
El resto del día fue tranquilo, volvimos a visitar la plaza
de la Signoria para hacer fotos tranquilamente, comimos en una trattoria
cutrecilla, pero con el encanto de la calle, descansamos y cenamos en el hotel,
viendo como caía una granizada impresionante
y luego, cuando pasó la tormenta, nos dimos el lujo de tomarnos una copa
de vino Chianti en el que se convirtió en nuestro bar en Florencia, el Colle
Bereto, con muy buena música y para el que hay que tener también buen
bolsillo…, pero un viaje es un viaje.
TERCER DÍA
Primera excursión fuera de Florencia: San Gimignano, Siena,
Monteriggioni y Chianti.
Madrugamos para llegar al punto de encuentro con el resto
del grupo y con la guía de esta excursión, que partía de Florencia. Resultó
nuestra guía un absoluto desastre explicándose, pero nos proporcionó buenos
motivos de sonrisas y, finalmente, acabamos cogiéndole cariño a este peculiar
personaje que no paró de hablar durante los trayectos en el bus. De hecho,
cuando ya no tuvo nada más que contarnos en el camino de regreso, se arrancó
por Andrea Bocelli para ponerle la guinda al pastel.
La primera parada fue en San Gimignano. Un
pueblo medieval
increíblemente bello (muy preciosísimo, como diría nuestra guía Tizziana).
Paseamos por la calle de San Giovani, visitamos la torre en la que se ubica
actualmente el ayuntamiento y nos deleitamos con las tiendecillas del lugar. Aquí
compramos los típicos imanes de souvenirs para recordar nuestro viaje por la
Toscana y también un “canolli” que estábamos obligadas a probar y que
compartimos más tarde como postre de nuestra comida en Siena.
En Siena, comenzamos la visita con Tizziana, pero nos
encontramos con la guía local en la Plaza del Campo. Es un impresionante
abanico o concha rodeada de lugares para comer por doquier, que aún impresiona
más por la cantidad de turistas allí concentrados.
Nuestra guía local se llamaba Helena y fue de agradecer que
se explicara tan perfectamente. Por fin nos enteramos de que Siena, al ser una
ciudad más antigua que Florencia, es básicamente gótica, aunque en su catedral
podemos encontrar hasta cuatro estilos arquitectónicos y pictóricos, con obras
de Miguel Ángel, Rafael y Bernini, entre otros.
Siena está dividida en 17 barrios que están representados
por un animal. Nosotros visitamos el barrio del Águila. Cada barrio tiene su
propia iglesia donde se bendice el caballo que participará en las famosas carreras
que tienen lugar en la Plaza del Campo dos veces al año. El caballo
literalmente entra en la iglesia para ser bendecido. No sé por qué, pero este
hecho me emocionó sobremanera. Los
jinetes profesionales contratados por cada barrio montarán sin silla y
competirán por el estandarte de seda pintado a mano por pintores de renombre
y cuyo motivo central es la virgen, ya
que estas fiestas son de carácter religioso. Pudimos ver los estandartes ganados
por el barrio del Águila en el museo en que se ha convertido la sacristía de la
iglesia. Helena nos explicó el sistema de sorteo por el cual los barrios se
convierten en participantes en las carreras ya que solo caben 10 caballos en el
recorrido, por lo que no pueden participar los 17 barrios a la vez. Nos remarcó
que en estas carreras el protagonista es el caballo, quien gana es el caballo,
con o sin jinete: el primero en completar tres vueltas a la plaza.
Abandonamos Siena para hacer la siguiente parada en una
fortificación donde respiramos un poco de paz después de una Siena abigarrada
de turistas. Fue un paseo muy agradable por Monteriggioni. Aproveché para
comprar unas bonitas postales pintadas y María del Mar para hacer las fotos de
rigor que ahora ilustran este resumen.
Por último, para cerrar un día estupendo, nos dirigimos a
una finca en la región del Chianti
donde degustamos tres maravillosos vinos, un
aceite de oliva y otro de trufa y dos vinagres balsámicos maridados con
productos locales que nos supieron a gloria (sobre todo el queso, mmmm).
CUARTO DÍA
Éste fue un día de “descanso” en Florencia. Por la mañana
nos dedicamos a gestionar los billetes de tren para la excursión del día
siguiente a Venecia y los de vuelta a Bolonia para el viaje de vuelta. Luego,
volvimos al mercado de San Lorenzo, a
perdernos un buen rato entre los puestos
donde compramos los detalles para
nuestras familias y amigos y alguna que otra cosilla para nosotras mismas.
También compramos allí el queso y el pan con el que decidimos cenar esa noche
en nuestra habitación de hotel: un picnic de lujo, he de decir. ¡Qué rico
estaba! Pero antes, gastamos el día, como decía en volver a pasear por la que
en estos días se ha convertido en nuestra ciudad, que así la hemos llegado a
sentir. Volvimos al Ponte Vechio, volvimos a callejear por el medievo y
volvimos a almorzar en el restaurante del primer día, el de “nuestro barrio”.
Por la tarde, tuvimos nuestro particular descanso de
nosotras mismas, jejeje. Nos separamos para hacer actividades totalmente
distintas. María de Mar visitó la galería de la Academia con el objetivo claro
de ver al David de Miguel Ángel auténtico, que aunque la réplica era
impresionante, no podía dejar pasar la oportunidad de estar junto al gigante de
mármol que representa la perfección y la belleza del Renacentismo (aunque
nosotras tenemos nuestras dudas acerca de las proporciones, todo hay que
decirlo, ya podría el maestro Miguel Ángel haber sido algo más generoso con
ciertas partes del marmóreo personaje).
Mientras tanto, yo me enfundé las mallas y me calcé las zapatillas de
deporte dispuesta a irme de caminata, tal y como suelo hacer en mi propio
pueblo. Me fui alejando de la parte turística de la ciudad, escuchando música y
a buen ritmo, confundiéndome con los florentinos. Por un rato ya no parecía una
turista, sino una vecina más inmersa en
una rutina de lo más normal. Disfruté de ver a niños y abuelas en un parque, de
ver trabajar a un mecánico en su taller, o de pescar en el río a unos cuantos
jubilados. Supongo que, en parte, hice
un poco realidad un sueño que me ha perseguido durante todo el viaje: el de
vivir algún tiempo fuera de los meses vacacionales en cada una de las ciudades
y pueblos que me han encandilado para sentirlos más reales.
A mi vuelta, mi amiga ya estaba en el hotel. Nos duchamos,
nos pusimos el pijama y arreglamos una especie de mesa en la cama donde dimos
buena cuenta de las viandas adquiridas en la mañana.
QUINTO DÍA
Visitamos Venecia. Otro madrugón que mereció la pena. Al salir
de la estación sentimos una gran emoción al pisar la ciudad de los canales.
Desde el primer vistazo la belleza de esta peculiar ciudad nos cautivó. Venecia
es para fotografiar cada uno de sus rincones. Y eso hicimos. Patearnos la
ciudad, admirarnos de cada hueco, perdernos más de una vez entre callejuela y
callejuela hasta llegar a la plaza de la Basílica de San Marco, comer ya
desechas en un pequeño restaurante que nos pareció como estar en el interior de
un barco, prometerle como mínimo un poema o una oración al “flatoril” que evitó
una tragedia en mis tripas y, dicho sea de paso, el fracaso del día y
preguntarnos más de una vez cómo pudo originarse la ciudad flotante.
En mi afán de salvarnos de la ignorancia, satisfacer nuestra
curiosidad y culturizarnos un poco, me comprometí a buscar algo de información
al respecto, ya que ese día no contábamos con guía que nos educara
históricamente, así que a continuación, transcribo algunas partes de la
historia de Venecia que he leído de un artículo del National Geographic.
Existen pocas ciudades
como Venecia en cuyos orígenes se entremezclen tan intensamente hechos
reales, historias fantásticas y mitos creados artificialmente. De éstos, el más generalizado es el de su origen salvaje, la idea de que Venecia surgió de la nada, en un islote en medio de una laguna inhóspita donde hombres y mujeres habían buscado refugio frente a las invasiones de los pueblos bárbaros a partir del siglo V. Un relato tardío, elaborado en torno a 1400, situaba la fundación de Venecia en 421, once años después de la toma de Roma por el visigodo Alarico, e incluso determinaba el día, el 21 de marzo. El relato se basa, sin embargo, en un documento falsificado. En cambio, es cierto que en 452, al producirse la invasión de los hunos, fugitivos de tierra adentro se asentaron ya en la laguna veneciana. Pero esas gentes no descubrieron territorios desconocidos, sino que aquella zona pantanosa se trataba de un área bien integrada en el sistema administrativo del Imperio romano.
reales, historias fantásticas y mitos creados artificialmente. De éstos, el más generalizado es el de su origen salvaje, la idea de que Venecia surgió de la nada, en un islote en medio de una laguna inhóspita donde hombres y mujeres habían buscado refugio frente a las invasiones de los pueblos bárbaros a partir del siglo V. Un relato tardío, elaborado en torno a 1400, situaba la fundación de Venecia en 421, once años después de la toma de Roma por el visigodo Alarico, e incluso determinaba el día, el 21 de marzo. El relato se basa, sin embargo, en un documento falsificado. En cambio, es cierto que en 452, al producirse la invasión de los hunos, fugitivos de tierra adentro se asentaron ya en la laguna veneciana. Pero esas gentes no descubrieron territorios desconocidos, sino que aquella zona pantanosa se trataba de un área bien integrada en el sistema administrativo del Imperio romano.
Lo que buscaban estos primeros inmigrantes era un refugio temporal a la espera
de regresar a sus tierras de origen, pero se lo impidieron las posteriores
invasiones, especialmente la de los lombardos, que ocuparon todo el norte de
Italia a partir del año 568. Con ello, su estancia en la laguna se hizo
permanente. En los siglos V y VI, la laguna acogió una serie de asentamientos
marginales, pueblos de pescadores y construcciones fortificadas.
La vida de los habitantes de la laguna en estos años es vivamente evocada en
una carta que Casiodoro, el principal ministro del rey ostrogodo Teodorico, les
dirigió en 523 en un intento de asegurarse su lealtad: «Vivís como las aves
marinas –les decía–, en hogares dispersos. La solidez del terreno sobre el que
os asentáis sólo se sustenta sobre acacias y mimbreras, a pesar de lo cual no
dudáis en enfrentar vuestro frágil baluarte a la saña del océano. Vuestras
gentes cuentan con una inmensa riqueza en la pesca, suficiente para
abastecerlas a todas. No hacéis distinciones entre ricos y pobres; vuestros
alimentos son los mismos, y vuestras casas parecidas entre sí. Toda vuestra
energía va a parar a vuestras salinas; en ellas reside vuestra prosperidad y
capacidad para adquirir aquellas cosas de las que carecéis». Y al final
Casiodoro les pedía: «Mostraos diligentes en la reparación de esas
embarcaciones que, cual si se tratara de caballos, mantenéis amarradas junto a
las puertas de vuestros hogares…».
las puertas de vuestros hogares…».
El nombre de Rialto
deriva de la expresión latina Rivus Altus, que significa «río profundo», y hace
referencia al canal más profundo de la laguna que bordeaba la isla: el actual
Gran Canal. La isla, de tierras lodosas y muy vulnerable a las inundaciones a
causa de su superficie completamente llana, había estado largo tiempo
deshabitada, pero en el siglo VIII empezó su colonización. En uno de los
islotes que la rodeaban, Olivolo, se erigió entre los años 775 y 776 el más
antiguo de los obispados de la laguna, el de Castello, con
la iglesia de San Pietro. Tras el traslado a Rialto, el dux situó la sede de
gobierno en su propia casa, antecedente del palacio ducal que surgiría siglos
después en el mismo emplazamiento.
El último hecho crucial fue la llegada a Venecia, en 828, de las reliquias del
apóstol san Marcos, que unos mercaderes venecianos habían traído desde
Alejandría. Los restos se convirtieron enseguida en el símbolo religioso,
político y militar de las comunidades de la laguna. Inmediatamente, por
voluntad del dux, se inició la construcción de la basílica que debía
custodiarlos.
El pequeño archipiélago
que rodeaba Rialto se iba convirtiendo en el corazón del Ducado, y su carácter
urbano se iba haciendo más evidente, distinguiéndolo de otros asentamientos
menores de la laguna dispersos entre Grado y Cavarzere. Estaba cada vez más
poblado, era la sede de los poderes de la provincia y allí se multiplicaban los
edificios eclesiásticos. Aun así, sólo a principios del siglo X los venecianos
tuvieron conciencia de que estaban creando una nueva ciudad. En 899, la laguna
sufrió una nueva amenaza de invasión, esta vez por parte de los húngaros, y
para la defensa se construyó una muralla entre Santa Maria del Giglio y la zona
de Castello; además, se colocó una enorme cadena en la entrada del Gran Canal
para cerrar el paso a las posibles embarcaciones enemigas. Según el cronista
Giovanni Diacono, fue entonces cuando «el dux Pietro [Tribuno] comenzó a
construir con sus súbditos una ciudad en Rialto». Este pasaje, en el que por
primera vez se habla de una ciudad en la laguna, es la partida de nacimiento de
Venecia.
El crecimiento urbano descansó en la unión de la isla de Rialto con los núcleos
autónomos de las
islas que formaban el archipiélago rialtino: Dorsoduro, Spinalunga (actual Giudecca), Luprio y Olivolo (actual Castello). Un documento de la década de 870 explica que «algunos hombres obtuvieron el permiso de cultivar pantanos y de construir casas en la zona oriental [de Rialto]; y así la isla llamada Dorsoduro, por autorización ducal, se hizo idónea para residir en ella». Para habitar entre amplios espacios de aguas saladas y áreas hortícolas era necesario desecar el terreno y asegurar las casas con fundamentos en forma de gruesos pilotes de madera. Durante todo el siglo IX las residencias fueron muy modestas y sencillas, con predominio de la madera, la paja y las cañas de los pantanos. Son muy escasos los documentos (menos de una decena) que hablan de edificios con más de dos plantas y paredes de piedra durante los siglos XI y XII. A finales del siglo XII, los únicos palacios realmente destacables eran el del dux y el del patriarca de Grado.
islas que formaban el archipiélago rialtino: Dorsoduro, Spinalunga (actual Giudecca), Luprio y Olivolo (actual Castello). Un documento de la década de 870 explica que «algunos hombres obtuvieron el permiso de cultivar pantanos y de construir casas en la zona oriental [de Rialto]; y así la isla llamada Dorsoduro, por autorización ducal, se hizo idónea para residir en ella». Para habitar entre amplios espacios de aguas saladas y áreas hortícolas era necesario desecar el terreno y asegurar las casas con fundamentos en forma de gruesos pilotes de madera. Durante todo el siglo IX las residencias fueron muy modestas y sencillas, con predominio de la madera, la paja y las cañas de los pantanos. Son muy escasos los documentos (menos de una decena) que hablan de edificios con más de dos plantas y paredes de piedra durante los siglos XI y XII. A finales del siglo XII, los únicos palacios realmente destacables eran el del dux y el del patriarca de Grado.
Curiosamente, durante
mucho tiempo no estuvo claro cuál era el nombre de la ciudad. En teoría,
Venecia era la provincia y Rialto la ciudad, pero, como escribía un jurista en
1311, «los habitantes de esta ciudad pueden ser llamados indistintamente
habitantes de Rialto y venecianos. Y ten presente que los de Chioggia o Murano
o los del obispado de Torcello que quieren ir a la ciudad de Rialto no dicen
que quieren ir a Rialto, sino a Venecia». Y mientras los notarios venecianos
databan sus documentos «en Rialto», los extranjeros lo hacían «en Venecia»,
aunque unos y otros se referían a la misma ciudad. En cualquier caso,
Rialto-Venecia era una ciudad en expansión: era la capital de un Estado cada
vez más rico, poderoso y autónomo, incluso comparándolo con la capital
bizantina, Constantinopla. Hacia el año Mil, la antigua provincia marginal ya
era la primera potencia del alto Adriático; más adelante su papel se expandirá
más allá del Adriático, por el Mediterráneo.
Su ascenso culminó en 1204, en la cuarta cruzada capitaneada por los venecianos
y que terminó con el saqueo de Constantinopla y la supresión temporal del
Imperio bizantino. Éste fue sustituido por un Imperio Latino de Oriente del que
Venecia era señora en «una cuarta parte y media» (es decir, en tres octavos).
Una Venecia rica y poderosa que adquirió en ese momento una dimensión imperial
y cuyas estructuras urbanas también se transformaron. Gracias al saqueo de la
conquistada Constantinopla llegaron en abundancia a la laguna materiales
preciosos (y para una ciudad de agua, incluso las piedras lo son). Pensemos,
por su valor simbólico, en los cuatro caballos de bronce que pasaron del
hipódromo de Costantinopla a la fachada de San Marcos. Se abría una nueva etapa
para la ciudad, convertida ya en una espléndida metrópoli, dispuesta para
nuevas conquistas.
Creo que de todas las excursiones, ésta fue la más cansada.
Llegamos al hotel casi creyendo que era un milagro sentir el aire acondicionado
y el ya familiar olor de nuestra habitación. Hubo un retraso de dos horas en
nuestro tren de regreso a Florencia. Entre eso, el increíble calor y todo lo
que anduvimos ese día, sentarnos en nuestros asientos del tren por fin fue una
auténtica bendición y llegar a “casa” el mayor placer que podamos recordar,
jejeje. Pero, lo dicho, valió la pena, valió la pena, valió la pena.
DÍA SEXTO
Excursión a Pissa y Luca. Otro madrugón que mereció la pena…
“claramente”. Nuestro guía hasta Pisa fue Mateo. Gracias a Dios, un poco de
calma tras el “huracán Tizziana”. Nos acompañó hasta el punto de encuentro con
la guía local, Valeria, que resultó ser una chica bastante chistosa y nos explicó de forma muy amena la historia
de los edificios que se reúnen de una forma luminosa en una misma plaza: La
Piazza del Miracoli. Admiramos el Baptisterio, la Catedral y la archifamosa
Torre inclinada de Pisa, que realmente es un campanario de la catedral, claro
que, por motivos obvios de seguridad, ya no tiene esa función. Hay fotos, pero
nos resistimos a hacer el “lila”
sosteniendo o empujando la torre. Fue mucho más interesante hacer la foto a una
gran ristra de turistas que intentaban tomar la pose. En fin… sin más
comentarios. Además de estos tres edificios que son los que más llaman la
atención, en la plaza se puede contemplar también los edificios del antiguo
hospital y del cementerio, así que, como nos hizo ver Valeria, quedan
reflejadas todas las etapas de la vida: nacimiento (baptisterio), vida
(catedral), sufrimiento (hospital) y muerte (cementerio).
Tuvimos tiempo en Pisa de pasear, buscar un sitio para comer
(el verde nos llamaba con desespero y
nos zampamos dos sendas ensaladas), y
hacer algunas comprillas más (yo llevaba diciendo desde hacía ya dos días que
no iba a comprar nada más, pero me atacó la fiebre del turista y me dejé
llevar, ¡qué le iba a hacer!)
Luego, volvimos con Mateo al bus y nos trasladamos a Lucca.
Nos encantó la paz que vivimos allí. Lucca aún no está tan explotada
turísticamente y fue un descanso para nuestras emociones. No obstante, nuestro
último guía (que me perdone, pero no recuerdo su nombre), nos mostró lo más
relevante de su ciudad y sobre todo nos comentó muchos detalles curiosos de las
construcciones, como las ventanas más bajas para los niños… Lucca destaca por
sus murallas
caracterizadas por majestuosas puertas y baluartes, y allí
estuvimos, paseando por ese casco antiguo, el Anfiteatro, la Torre de Guinigi y
la Catedral de San Martín (en su fachada podemos encontrar la cabeza de Colón
entre otros, curioso, ¿eh?). Terminamos la visita con la degustación del famoso
Buccelato, el típico dulce de Lucca.
Tambien en Lucca hubo comprillas (una vez más, ¡qué le iba a hacer!)
Regreso a Bolonia. Para no ir estresadas, nuestro último día
de viaje lo pasamos ya en Bolonia, desde
donde cogeríamos el vuelo de regreso a
Málaga al día siguiente. Y esto nos brindó la oportunidad de pasear también por
esta ciudad con gran tradición universitaria. Claro que, por esta razón, en pleno agosto el número de habitantes debe
verse reducido bastante. A mí me encantó ese paseo por sus calles antes de
comer en el mercado de Mezzo. Disfrutamos de la tranquilidad de sus callejones
y de la belleza de algunos rincones que, a priori, nos habían pasado
desapercibidos. Comprobamos que la Torre de Pisa no es la única inclinada de Italia
y nos tomamos un helado apaciblemente sentadas en la calle, antes de
registrarnos en el hotel que nos alojaría esta última noche. De hecho, cansadas
ya de toda la semana, decidimos relajarnos esa tarde en el hotel y no hicimos
otra cosa más que tumbarnos en nuestras camas después de una refrescante ducha
y permanecer fresquitas charlando de todo un poco bajo los efluvios del aire
acondicionado. Sin entrar en detalles que no les importan a nadie, ya sabes,
María del Mar, que la conversación me importó, que, si bien no me alegro de las
lágrimillas, me siento orgullosa de que me las confíes y que hasta eso tiene un
valor precioso (muy preciosísimo) en todo lo que significas para mí, así que,
una y mil veces repetiría esos momentos, así como el resto de nuestra aventura
juntas, no solo en Italia, sino desde que te conocí en Órgiva.
Aún quedaba la vuelta, mis nervios previos a coger un avión
(discúlpame por ellos), el mal rato de tu maleta rota y de la llave de tu
candado perdida… pero, finalmente, volvimos a ponerle buen cara al contratiempo
y disfrutamos de una última comida a base de sushi y de mi regalo de cumpleaños
para ti, que llevaba esperando ya algún tiempo. Sé que las manos de mi hermana
hicieron su buen efecto y espero que disfrutaras de ese rato de relax, como yo
he disfrutado de tu compañía esta maravillosa semana.
Ahora quedan las fotos, y estas palabras, y pronto
haré algún montaje de vídeo que nos traiga nuevamente estos recuerdos… pero lo
más importante es que queden ganas de seguir compartiendo instantes, más cortos
o más largos, no importa, compartir vida. Aquí me tienes siempre: Cuenta
conmigo. Un abrazo, amiga.
PD: Lo prometido es deuda y por eso aquí está mi particular homenaje al "flatoril":
Flatoril nuestro que estás en nuestro botiquín.
Santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu principio activo,
así en las comidas como en las cenas.
El intestino nuestro que gasea cada día,
cuídalo hoy.
Perdona nuestros excesos
porque nosotros no perdonamos
las viandas que nos ofrecen.
Déjanos caer en la tentación,
pero líbranos del mal. AMEN.