Llueve, hace frío, es fin de
semana y no tengo ningún plan… bueno, debería estar estudiando inglés, claro,
pero eso no se puede considerar un planazo, precisamente.
La cuestión es que tengo el ánimo
del mismo color del cielo, un gris plomizo, igual de pesado que el mismo metal.
Sin embargo, después de haber tenido la
tentación de dejarme llevar por estas malas vibraciones meteorológicas, he
decidido hacer frente al asunto y, después de limpiar la casa, poner una lavadora, pegarme una buena ducha de agua
caliente y haber ingerido no pocas, pero sanas calorías, me siento bastante
mejor y así me he sentado ante el ordenador a pensar sobre este año que ya pronto
llegará a su final.
Otra vez llegan esos días en los
que las calles se engalanan de luces, las casas de arbolitos navideños y
belenes, y en todos parece brotar la necesidad de ser felices y manifestar los
mismos deseos de felicidad para los demás.
Quizás sea el exceso de glucosa en sangre que tano manjar festivo
produce lo que ocasiona tanto empalago de buenos sentimientos por todas partes,
no lo sé. Yo sigo pensando, como cada
año, que preferiría que nos preocupáramos más de nuestro prójimo el resto del
tiempo, que son once meses, a que solo se nos llene la boca con deseos fatuos
durante un mes en el que, además, muchos tan solo piensan que se trata de
comprar regalos con los que demostrar el cariño.
En fin, supongo que más vale esto
que nada, y supongo que hay que dar gracias de que exista
este periodo del año que, al menos, sirve para que muchos podamos regresar a
casa y estar con la familia, con los amigos, o sencillamente disfrutar de tus
paisajes, de los olores de tu hogar. Así
que, también yo, supongo, este año acabaré por coger el teléfono y mandar
mensajes navideños ñoños. No obstante, en este blog, que es mi pozo de
desahogo, escribiré sin hipocresía, como siempre lo hago.
Me enorgullece decir que
independientemente de la época del año, aquí he vertido palabras de sincero
amor hacia las personas que llenan mi corazón. He agradecido los momentos que
me han brindado y que me han llenado de felicidad, y he hablado con el pecho
henchido de orgullo de lo importante que es esta o aquella amistad y que nunca olvidaré lo
que significan para mí. Con la misma honestidad ha quedado por escrita mi
promesa de estar siempre para ellos, porque así entiendo yo la amistad.
He releído con el tiempo,
palabras mías hacia personas que después me decepcionaron de tal manera que desgarraron profundamente el tejido
impalpable del que está confeccionado el alma. Puedo mirar hacia dentro y ver
las cicatrices de cada herida, puedo ver aun sangrar las más recientes que no
han podido ser todavía cerradas por el devenir del tiempo. A veces, por un
momento, me avergüenza haber sido tan ingenua; me pregunto cómo pude ser tan
estúpida para creer que aquella persona merecía mis atenciones, mi
preocupación, mi tiempo… pero luego de ese instante, lo cierto es que no me
siento mal. Lo cierto es que me siento satisfecha de todo lo que sentí, di,
dije y amé. Me siento bien porque yo no dañé, yo no herí, yo no mentí… Ésa no
fui yo. Así que puede que haya quedado maltrecha a veces por darme cuenta de
que alguien no es como yo creía que era, puede que me haya secado a veces de
tanto llorar, pero nunca me he tenido que reprochar haber fingido un afecto y,
por eso, ninguna de las letras que haya escrito provocará jamás en mí rechazo alguno.
Ahora que, confieso que nunca he
llevado bien eso de poner la otra mejilla. Con los años he aprendido a apartar
de mí cada vez con mayor prontitud, las cosas que me causan dolor, visto el
luto y lloro mi pena, me la permito por unos días, pero no más de lo
estrictamente necesario porque nadie, absolutamente nadie que me haya hecho
daño merece que yo gaste mi energía lamentando su pérdida. Perdono, ésa es la clave para no dejar que te
envenenen las traiciones. Perdono, pero no olvido, porque las veces que he querido
olvidar solo han servido para volver a caer.
Puede que incluso con el debido
tiempo de por medio sea capaz, como me he demostrado mil veces, de volver a
tratar con cordialidad a aquellos que una vez no trataron con el suficiente
respeto mi amistad, pero nunca recuperarán aquello que tenían de mí. Puede que no les importe, incluso que nunca
lleguen a saberlo, pero yo sí lo sé… y en el fondo, creo que ellos también. No puedo desearles una “feliz navidad”, no me
sale, lo único honesto que puedo decir es que espero que a cada cual la vida dé
lo que realmente merece para cada parcela de su existencia.
Éste ha sido un año de reencuentros
así que sé bien de lo que hablo. La mayor parte de las veces han servido para
ratificar esto que escribo. Ha sido agradable volver a hablar con algunas
personas que una vez significaron mucho para mí, me he alegrado de comprobar
que no hay rencor alguno en mis sentimientos y me he dado cuenta de que alguna
huella dejé cuando me hicieron creer que nada importé. Ha sido bueno saberlo,
pero también me di cuenta de que jamás volverían a ser parte de mí, excepto de
esa parte que es el recuerdo.
Envuelta en este halo de
sabiduría que da la experiencia, también ha sido un año para festejar una amistad en concreto, para ensalzarla, para regocijarme de ella… y al final,
para equivocarme. Esto es lo que tiene ir cuesta abajo y sin frenos, que te
embalas… Os aseguro que me ha partido en dos, aunque también en el fondo, lo
sabía; lo sabía porque ya una vez ocurrió. Éste es el caso de confundir el
perdón con el olvido… no hay que olvidar.
Nunca más cometeré este error.
Aun así, no me arrepiento de nada, ya lo he dicho, puede que su amistad fuera
una patraña, pero la mía no. Así que, yo he perdido algo que en realidad nunca
tuve, pero él sí ha perdido algo de gran valor por no saber cuidar su posesión.
Y, para finalizar, me dispongo a
concluir el año dejando atrás los reencuentros y aspirando el aire nuevo, el
viento de cambio que está llegando como los villancicos, como los polvorones y
como el turrón: por Navidad. Un viento
que no sé bien dónde me lleva, pero que en fondo da igual, lo importante es
que, a pesar de todo, sigo teniendo ilusión por dejarme llevar…