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jueves, 6 de agosto de 2020

NUEVO DESTINO... TOCA DESPEDIRSE

Nuevo destino para el curso que viene. Después de más de ocho años, por fin voy a trabajar en un centro que está a menos de un cuarto de hora de casa, así que estoy muy contenta. El IES Vega de Mijas será mi nuevo lugar de trabajo, así que tengo que decir adiós a Sierra Blanca.

Me voy después de tres años, en un momento en el que no podré abrazarme a nadie para las despedidas y la mascarilla me tapará medio rostro, con lo que ni siquiera nadie apreciará del todo en mi cara la mezcla de sentimientos que me embargan. No puedo estar más contenta por no tener que conducir por esa carretera hasta Marbella que, a diario, es un tormento y por rascar una hora bien larga al reloj para mi provecho; no puedo estar más contenta por no tener que pasar el día entero en el instituto cada vez que hay un claustro o sesiones de evaluación; también se verá beneficiado mi bolsillo, todo hay que decirlo… Pero, al mismo tiempo, no puedo evitar que parte de mí se sienta muy triste. En tres años da tiempo a crear ciertos vínculos, pero es que además yo supe que sería muy feliz en Sierra Blanca desde que puse un pie en su suelo.  Y así ha sido.

Muchos sabéis que llegué al “insti” después de una malísima experiencia en la Línea. Ese curso

acabé pensando que yo no sirvo para esta profesión. Así que lo primero que tengo que agradecer a Sierra Blanca es haberme devuelto la ilusión por lo que hago. Y realmente, si tuviera que resumir en una sola palabra mi paso por el centro sería ésa: ILUSIÓN.

Una ilusión que se ha visto traducida en un nuevo despertar de mi creatividad. Algunas de mis cosas se quedan en el Drive del centro y me sentiré honrada si a alguno le sirve en sus tutorías.

Una ilusión que también me ha iluminado cuando me he visto rodeada de personas que me han valorado y han apreciado no solo mi trabajo, sino a mí. Entre estas personas se encuentran componentes de la dirección del centro que en tantas ocasiones me ha animado en mi labor; mis enormes compañeros de departamento a los que he llegado a querer de todo corazón, incluyendo entre ellos a “esos dos” con los que no comparto materia, pero sí el espacio del departamento y los frutos  secos, tortas, y otras delicatesen que por allí hemos degustado: otros compañeros y compañeras que han sido en muchos momentos imprescindibles para mí, algunos que ya no están porque se fueron antes que yo, otros que son veteranos en el Sierra y me vieron llegar y otros a los que he dado yo la bienvenida cuando se incorporaron. Siempre he dicho que la interinidad (la mía o la de los demás) tiene esto de bueno, la posibilidad de que cada año sea una oportunidad de conocer compañeros nuevos que te influyen, de los que aprendes, a los que enseñas y que, en algunas ocasiones, se te clavan en el alma. Como no podía ser de otra forma, después de tres años, hay unos cuantos de esta categoría que siempre tendré asociados a Sierra Blanca en mi teléfono, en mi memoria y en mi corazón.

Y cuando hablo de compañeros no solo me refiero a profesores. Tan compañeros y tan importantes para mí han sido ciertas conserjes a las que voy a echar de menos.  Me consta que una de ellas también echa de menos antes que yo los pasillos de este instituto. ¡¡Qué lugares ésos, los pasillos de un instituto!! ¡Cuántas cosas se cuentan, se confiesan, se comparten en los breves encuentros entre clase y clase, cargando con los libros, las satisfacciones y las desazones de la última aula en la que estuviste! No, Los alumnos no tienen la exclusiva en esto de cruzar emociones en los pasillos…

Los alumnos y alumnas de Sierra Blanca… Para mí ha sido la primera vez que he podido tener la experiencia de seguir más de un año la evolución de mis alumnos de primero de ESO. Estaba acostumbrada a recibir en cada curso a unos desconocidos que, con el paso de los meses se convertían en lo más importante de mi vida y que, al final, me daban las gracias y yo a ellos, nos deseábamos lo mejor e incluso algún que otro regalillo, y luego se difuminaban poco a poco hasta desaparecer porque ya empezaba en otro lugar a querer a otros nuevos para los que yo también era una novedad. En Sierra Blanca he podido aunar ambas preciosas experiencias: tres años recibiendo a “mis novatillos”, aprendiendo sus vidas y la satisfacción de un guiño de cariño al cruzarme con los que te echan de menos en segundo, y la alegría de volver a darle clases a unos cuantos en tercero maravillándome de lo que se madura en tan solo dos años. Si bien tengo bonitos recuerdos de muchos alumnos en muchos otros centros e incluso mantengo el contacto personal con algunos de ellos, del Sierra me queda además este recuerdo experiencial. Y, desde luego, como siempre, también a ellos y a muchos padres debo agradecer el cariño que me han brindado y el respeto por mi trabajo. Porque, aunque todos deberíamos contar con ese respeto, no siempre se siente y yo puedo decir con orgullo que no son pocos los que me han transmitido su satisfacción por mi labor. Si la gente supiera cuánto motiva este reconocimiento para seguir dándolo todo, nadie dejaría pasar la ocasión de decirle a un hijo, a un hermano, a un profesor, a un padre, a un desconocido, lo bueno de lo que hace que a uno repercute de alguna manera. Tal vez, si tuviéramos más ejercitada esta costumbre en vez de la de criticar lo que no nos gusta del de enfrente nos iría a todos mucho mejor. Nadie me discutirá que es una muy buena forma de fomentar la felicidad. Éste es el objetivo de un ejercicio que hago todos los años con mis alumnos y que espero recuerden. Les hice escribir mensajes para hacer feliz a otros, conocidos y desconocidos, y lanzarse a la calle a repartirlos para disfrutar de las reacciones de la gente a la que se los entregaban. Una forma de comprobar que hacer feliz a otros te hace primero feliz a ti.  Una experiencia que puse en marcha en este instituto porque lo que empecé a vivir en este instituto me hizo recordar lo que yo misma sentí siendo una adolescente cuando se me ocurrió con una amiga hacer esto mismo una Navidad.

Creo que lo que estoy intentando decir es que mis tres años en Sierra Blanca me han renovado y me han hecho ser mejor persona. Una vez más, gracias.

Claro que… la cabra tira al monte… Por más que ponga en práctica, no solo en clase sino en mi vida, lo que aprendí en el curso de Mindfulness y el de Disciplina positiva que aquí realicé, mi carácter es en muchas ocasiones difícil de domar, por decirlo de alguna manera. Y, por mucho que el fondo sea

bueno, a veces, las formas no son las más adecuadas, así que no quiero irme de aquí sin disculparme, una vez más, por todas aquellas ocasiones en las que he podido ser tosca, impaciente, hasta desagradable con alguno de mis compañeros. No voy a justificarme con nada, sé muy bien que esta es mi tarea pendiente a superar. Solo puedo decir que estoy en ello. Siempre estoy en ello.

No me quiero alargar más, aunque ya sea tarde para escribir esta frase, porque ya he veo que me he enrollado como una persiana, como suele ser mi costumbre (ya digo que la cabra tira al monte). Voy a cerrar ya esta carta de adiós diciendo que no quiero deciros adiós. No tengo intención por el momento de cambiar de teléfono, ni de ciudad, ni de correo electrónico (excepto el corporativo, claro), así que aquí me tenéis para cuando queráis. No he querido nombrar a nadie en concreto en estas líneas por estar completamente segura de que se me pasaría alguien, pero espero que todos a los que llevo en mi corazón sepan perfectamente que así es. Os quiero.