Casi en el ecuador de mis vacaciones. Ésas tan largas que, "hay que ver de qué se quejan", tienen los
profesores... Bueno, yo no entro ya a discutir con nadie que me hable en estos términos. Pero, para los pocos de los que sí me importan ciertos comentarios, por lo que de cercanos y queridos son para mí, quisiera hoy decirles que estoy muuuuuuuyyyy feliz. Las dos primeras semanas de estas vacaciones las he pasado teniendo pesadillas a diario. Depertando en mitad de la noche con el corazón encogido por soñar vívidamente con ciertos alumnos del curso clausurado, o, aún peor, con alguna de las sinrazones que he tenido que soportar hasta el mismísimo último día. No llegaba a calmarme más que cuando pasados largos minutos me daba cuenta de que era julio, que no tenía que levantarme para conducir hora y media hasta el centro, que ya todo había acabado y que estaba sana y salva, sobreviviviente en mi cómoda y placentera cama.
Después de los primeros días de shock que supuso para mí adaptarme a la ruina estival, os juro que lloré un día entero, empecé a sentir, una vez más, esa maldita sensación de ansiedad que me ha acompañado a diario este curso. Y, ¿por qué? ¡Coño! ¡¿No estás ya libre?! Pues sí y no, corazones: el año que viene volveré a estar en año de oposiciones. Supuestamente saldrán un montón de plazas y "esta convocatoria es la tuya, ya verás". Así que sí, ya empieza a fraguarse el anticipo de lo que será un año de infarto. Ya me preocupa tener un buen destino que me permita dedicarme a prepararme el examen. Y no es que ponga el parche antes de que salga el grano, es que ya lo he vivido varias veces y sé lo que viene. Por eso, previendo el agobio de la falta de tiempo y en vista de que las cincunstancias de este curso me impidieron cumplir con mi objetivo de preparar la programación que habré de entregar a lo largo del mismo, ha sido este mes de julio el elegido para ponerme a trabajar en eso y tener, al menos, adelantado este trabajo.
Puse el ordenador en la mesa. Saqué mis papeles. Descargué las leyes... Y me costó aún dos días sentarme, por fin, a enfrentarme ante la página en blanco de un nuevo documento Word: Programación Didáctica Lomce 1º ESO 2017/2018.
Incluso con el aire acondicionado puesto, sentí mi transpiración y como por momentos mi ritmo cardiaco se elevaba hasta hacerme dificultosa la respiración. Una especie de vértigo y la adrenalina corriendo por mis venas. No pude. Guardé el documento vacío y apagué el ordenador que percibía como la amenaza de un nuevo derrumbe emocional.
Tras caminar dando vueltas por mi pequeño salón como un tigre encerrado en una jaula durante un tiempo indefinible, opté por la química: me tomé una pastilla de diazepam y eché cortinas y cerré persianas para que la oscuridad fuera mi protectora, porque el sol radiante parecía burlarse de mí, pobre imbécil que desperdicia un día de verano torturándose así.
Me quedé dormida y volví a soñar. Pero esta vez vino, tal vez, aquella hada a rescatarme, aquella en la que quería creer cuando me disponía a crear esos cuentos que me mantuvieron cuerda durante el exilio al paro del año de los recortes. Entonces, cuando me encargaban un cuento, tomaba notas y, más tarde, me acostaba para que la inspiración me visitara de su mano. Y, aldespertar, las palabras salían solas, dibujando la historia tras el parpadeo del cursor intermitente.
También fue así esta vez. Me desperté tranquila pero animada, con deseos de enfrentarme, por fin, al trabajo. Las ideas estaban y querían ser paridas de una vez. Así que, una palabra detrás de otra, mi programación empezó a escribirse y, lo que es más importante: ha hecho que mis pesadillas sobre lo vivido en mi fatídico destino de este curso hayan cesado. Conforme avanzaba en la labor, recordaba todos los buenos momentos que he pasado en otros lugares con mis alumnos, las actividades que pensaba y realizaba con ellos, lo que disfrutaba de ver que ellos también lo hacían. Supongo que se puede llamar "esperanza". Esperanza de volver a ser esa profesora. De querer serlo.
Nunca pensé que la programación en julio sería mi terapia para recuperarme de la depresión por la que he pasado en el ámbito profesional. No sé qué me deparará el próximo curso. De hecho, ayer debían salir los destinos provisionales pero, cómo no, se retrasan hasta la próxima semana, aumentando así la zozobra que cada verano soportamos los interinos; pero, al menos, sé que no voy a empezar el curso con desánimo, sino ilusionada otra vez. Los que me queréis me decís, "este año va a ser bueno, que ya te toca", y yo deseo en lo más profundo que tengáis razón.
La Programación está terminada. Estoy orgullosa y feliz de haber cumplido con el objetivo, y dispuesta a dar el sigueinte paso. Aún hay mucho que preparar de cara a esas oposiciones de carácter incierto, como todas.
Ya veis, mis vacaciones de profesora, qué lujo, ¿eh? Pero, por supuesto que no me quejo, vivo mi realidad lo mejor que puedo, que es lo que hacemos todos. Sencillamente yo no me meto con lo bueno o malo que tengan las profesiones de los demás. Si lo he pasado mal, lo cuento porque es mi forma de no acabar con una úlcera, pero me agarro a lo que sea para inventarme la forma de volver a estar bien y de querer empezar una vez más con ganas, que a veces es lo que me ha dado miedo de no volver a tener. Doy gracias por estos dos meses de descanso, porque, aunque no lo sean en realidad del todo, sí me permiten reflexionar, pensar en mi salud y hacer algo por ella: por mí. Benditas las clases de espalda y las sesiones de fisio y quiromasaje que me he regalado, benditos los libros que estoy devorando en mis ratos de playa y piscina, benditos los pequeños eventos que he disfrutado y bendita la programación que ha sido culminada con el mejor broche de oro:
He recibido un mensaje de un antiguo compañero del instituto en que trabajé en 2012, en Paterna del Campo. Me decía, entre otras cosas, que este año se han graduado los alumnos que tuve allí de 1º ESO. Y en el discurso de graduación tuvieron unas palabras de recuerdo hacia mí, hacia las actividades que hicimos juntos. He sentido un profundo agradecimento .No podía tener mejor soplo de aliento.