¿Qué hacer cuando tu monitora preferida te envía una invitación muy ilusinada para asistir a una master class para dar la bienvenida al nuevo curso? Pues no te queda otra: vas. Y vas con la misma ilusión con la que ella te ha invitado, con todas las ganas del mundo por bailar con las antiguas compañeras, a pesar de que sabes que para ti no será una bienvenida sino un nuevo adiós. Sin embargo, aunque esta sesión de apertura no lo sea para ti ya que que no es nada probable que se repita mi destino en Órgiva, vale la pena volver, aunque sea para pocas horas. Vale la pena ser recibida con tantas ganas y pasar una noche entre amigas que se alegran igualmente de compartir esta jornada contigo.
Así que bailé otra vez guiada por nuestra encantadora María, animada por su energía y contagiada de su entusiasmo. Orgullosa de no haber olvidado en estos dos meses casi ningún paso de las coreografías y sintiendo el sudor mezclarse con el aire mágico de la Alpujarra, un sudor alegre que hace brillar mi piel de verano bajo la Luna. Bailaba y, al tiempo, era capaz de bromear con mi ex-alumna que, como siempre, era mi ala izquierda; y giraba y miraba a esa Luna increible en el cielo que parecía decirme: "la vida te llama, todo puede ser y todo va a ser posible". Pensaba en mi próximo examen, convencida de que lo superaré, pensaba en mi próximo destino, que llegará a tiempo y será otra nueva gran experiencia, pensaba en que todo va a salir bien. Esto es cargarse las pilas. Y esto solo ocurre así en lugares como éste. ¡Qué gran privilegio sentir que ocurre!
Pero antes, antes hubo recibimiento de Isa, que me abre las puertas de su casa igual que las de su corazón. Una amiga que llegó con el viento de este pueblo y que me arrolló con su generosidad y su hospitalidad. Ella sabe, igual que yo, lo que ambas ganamos aquel día en el que esta aventura interina me llevó a Órgiva. Esta vez, el pueblo parecía festejar nuestro encuentro. En realidad es que la vuelta ciclista pasaba por allí, pero qué más da, la fiesta era para nosotras... Degustamos buenas tapillas y pedaleamos por una buena causa, y vimos lo que es bailar encima de una bicicleta. ¡Qué cosas hacen algunos!
No puedo evitar echarla de menos todos los días, aunque sé que siempre estará a la vuelta de la sierra.
Las despedidas lo son menos cuando sabes que otro encuentro llegará. Aunque antes de que guiñe la mañana, aún nos queda tiempo para sentarnos todas a cenar un buen plato de risas con provoleta y pizza, haciéndolas pasar con unas buenas jarras de cerveza, que se me antojanel elixir de la amistad. No podían ponerle mejor nombre a este rinconcito culinario: Pizza & Love. La calle se ilumina de cariño con olor a orégano y leña. Un lugar para recordaros siempre. Os quiero.