Si la amistad te ha traido por aquí, eres bienvenido para compartir mis momentos de tranquilidad, aquellos que podré dedicar a este diario, sin guión, ni intención.
Y si es el azar lo que ha hecho que aterrices con un click en este blog, bienvenido también: si llegaste y encontraste algo que te sirva, mejor.

jueves, 6 de agosto de 2020

NUEVO DESTINO... TOCA DESPEDIRSE

Nuevo destino para el curso que viene. Después de más de ocho años, por fin voy a trabajar en un centro que está a menos de un cuarto de hora de casa, así que estoy muy contenta. El IES Vega de Mijas será mi nuevo lugar de trabajo, así que tengo que decir adiós a Sierra Blanca.

Me voy después de tres años, en un momento en el que no podré abrazarme a nadie para las despedidas y la mascarilla me tapará medio rostro, con lo que ni siquiera nadie apreciará del todo en mi cara la mezcla de sentimientos que me embargan. No puedo estar más contenta por no tener que conducir por esa carretera hasta Marbella que, a diario, es un tormento y por rascar una hora bien larga al reloj para mi provecho; no puedo estar más contenta por no tener que pasar el día entero en el instituto cada vez que hay un claustro o sesiones de evaluación; también se verá beneficiado mi bolsillo, todo hay que decirlo… Pero, al mismo tiempo, no puedo evitar que parte de mí se sienta muy triste. En tres años da tiempo a crear ciertos vínculos, pero es que además yo supe que sería muy feliz en Sierra Blanca desde que puse un pie en su suelo.  Y así ha sido.

Muchos sabéis que llegué al “insti” después de una malísima experiencia en la Línea. Ese curso

acabé pensando que yo no sirvo para esta profesión. Así que lo primero que tengo que agradecer a Sierra Blanca es haberme devuelto la ilusión por lo que hago. Y realmente, si tuviera que resumir en una sola palabra mi paso por el centro sería ésa: ILUSIÓN.

Una ilusión que se ha visto traducida en un nuevo despertar de mi creatividad. Algunas de mis cosas se quedan en el Drive del centro y me sentiré honrada si a alguno le sirve en sus tutorías.

Una ilusión que también me ha iluminado cuando me he visto rodeada de personas que me han valorado y han apreciado no solo mi trabajo, sino a mí. Entre estas personas se encuentran componentes de la dirección del centro que en tantas ocasiones me ha animado en mi labor; mis enormes compañeros de departamento a los que he llegado a querer de todo corazón, incluyendo entre ellos a “esos dos” con los que no comparto materia, pero sí el espacio del departamento y los frutos  secos, tortas, y otras delicatesen que por allí hemos degustado: otros compañeros y compañeras que han sido en muchos momentos imprescindibles para mí, algunos que ya no están porque se fueron antes que yo, otros que son veteranos en el Sierra y me vieron llegar y otros a los que he dado yo la bienvenida cuando se incorporaron. Siempre he dicho que la interinidad (la mía o la de los demás) tiene esto de bueno, la posibilidad de que cada año sea una oportunidad de conocer compañeros nuevos que te influyen, de los que aprendes, a los que enseñas y que, en algunas ocasiones, se te clavan en el alma. Como no podía ser de otra forma, después de tres años, hay unos cuantos de esta categoría que siempre tendré asociados a Sierra Blanca en mi teléfono, en mi memoria y en mi corazón.

Y cuando hablo de compañeros no solo me refiero a profesores. Tan compañeros y tan importantes para mí han sido ciertas conserjes a las que voy a echar de menos.  Me consta que una de ellas también echa de menos antes que yo los pasillos de este instituto. ¡¡Qué lugares ésos, los pasillos de un instituto!! ¡Cuántas cosas se cuentan, se confiesan, se comparten en los breves encuentros entre clase y clase, cargando con los libros, las satisfacciones y las desazones de la última aula en la que estuviste! No, Los alumnos no tienen la exclusiva en esto de cruzar emociones en los pasillos…

Los alumnos y alumnas de Sierra Blanca… Para mí ha sido la primera vez que he podido tener la experiencia de seguir más de un año la evolución de mis alumnos de primero de ESO. Estaba acostumbrada a recibir en cada curso a unos desconocidos que, con el paso de los meses se convertían en lo más importante de mi vida y que, al final, me daban las gracias y yo a ellos, nos deseábamos lo mejor e incluso algún que otro regalillo, y luego se difuminaban poco a poco hasta desaparecer porque ya empezaba en otro lugar a querer a otros nuevos para los que yo también era una novedad. En Sierra Blanca he podido aunar ambas preciosas experiencias: tres años recibiendo a “mis novatillos”, aprendiendo sus vidas y la satisfacción de un guiño de cariño al cruzarme con los que te echan de menos en segundo, y la alegría de volver a darle clases a unos cuantos en tercero maravillándome de lo que se madura en tan solo dos años. Si bien tengo bonitos recuerdos de muchos alumnos en muchos otros centros e incluso mantengo el contacto personal con algunos de ellos, del Sierra me queda además este recuerdo experiencial. Y, desde luego, como siempre, también a ellos y a muchos padres debo agradecer el cariño que me han brindado y el respeto por mi trabajo. Porque, aunque todos deberíamos contar con ese respeto, no siempre se siente y yo puedo decir con orgullo que no son pocos los que me han transmitido su satisfacción por mi labor. Si la gente supiera cuánto motiva este reconocimiento para seguir dándolo todo, nadie dejaría pasar la ocasión de decirle a un hijo, a un hermano, a un profesor, a un padre, a un desconocido, lo bueno de lo que hace que a uno repercute de alguna manera. Tal vez, si tuviéramos más ejercitada esta costumbre en vez de la de criticar lo que no nos gusta del de enfrente nos iría a todos mucho mejor. Nadie me discutirá que es una muy buena forma de fomentar la felicidad. Éste es el objetivo de un ejercicio que hago todos los años con mis alumnos y que espero recuerden. Les hice escribir mensajes para hacer feliz a otros, conocidos y desconocidos, y lanzarse a la calle a repartirlos para disfrutar de las reacciones de la gente a la que se los entregaban. Una forma de comprobar que hacer feliz a otros te hace primero feliz a ti.  Una experiencia que puse en marcha en este instituto porque lo que empecé a vivir en este instituto me hizo recordar lo que yo misma sentí siendo una adolescente cuando se me ocurrió con una amiga hacer esto mismo una Navidad.

Creo que lo que estoy intentando decir es que mis tres años en Sierra Blanca me han renovado y me han hecho ser mejor persona. Una vez más, gracias.

Claro que… la cabra tira al monte… Por más que ponga en práctica, no solo en clase sino en mi vida, lo que aprendí en el curso de Mindfulness y el de Disciplina positiva que aquí realicé, mi carácter es en muchas ocasiones difícil de domar, por decirlo de alguna manera. Y, por mucho que el fondo sea

bueno, a veces, las formas no son las más adecuadas, así que no quiero irme de aquí sin disculparme, una vez más, por todas aquellas ocasiones en las que he podido ser tosca, impaciente, hasta desagradable con alguno de mis compañeros. No voy a justificarme con nada, sé muy bien que esta es mi tarea pendiente a superar. Solo puedo decir que estoy en ello. Siempre estoy en ello.

No me quiero alargar más, aunque ya sea tarde para escribir esta frase, porque ya he veo que me he enrollado como una persiana, como suele ser mi costumbre (ya digo que la cabra tira al monte). Voy a cerrar ya esta carta de adiós diciendo que no quiero deciros adiós. No tengo intención por el momento de cambiar de teléfono, ni de ciudad, ni de correo electrónico (excepto el corporativo, claro), así que aquí me tenéis para cuando queráis. No he querido nombrar a nadie en concreto en estas líneas por estar completamente segura de que se me pasaría alguien, pero espero que todos a los que llevo en mi corazón sepan perfectamente que así es. Os quiero.


miércoles, 6 de mayo de 2020

GEA: 25 de mayo de 2005- 6 mayo de 2020. D.E.P.


     Gracias, Gea. Gracias por estos casi quince años en los que has sido mi compañera. Gracias por
este último esfuerzo para estar conmigo un último año más. Porque de alguna manera sé que te has quedado conmigo, aun estando ya muy cansada, porque mis lágrimas y mi cariño no te dejaron irte la primavera pasada. Mi amor, esta vez me ha costado también la misma vida verte nuevamente dejar de comer y he intentado de nuevo hacer algo más para que remontaras, pero no ha sido así. En los últimos días, a pesar de nuestras visitas a la veterinaria, sus intentos por hidratarte y mi confianza en que eso sirviera para que volvieras a querer comer, te has ido a un rincón y no has querido ni mi compañía. Supongo que tenía que ser yo ahora quien te devolviera el favor y darte permiso para descansar de una vez.

     Me ha costado mucho tomar la decisión de dormirte para siempre. Perdona porque no te he podido dejar ir sin llorar demasiado mientras veía cómo la sedación te iba haciendo efecto. Espero que pudieras también entender mis palabras que te decían una y mil veces lo mucho que te quiero y que era tu momento de marchar sin importar lo triste que el momento fuera para mí. Siempre he creído que me entendías más de lo que pudiera yo imaginarme, así que quiero pensar que, en estos momentos, también me has comprendido.

    Hace unas horas, aún estabas aquí y me debatía sobre si estaba haciendo realmente lo correcto. Curiosamente, después de tres días sin querer estar junto a mí, cuando en mi desespero te he preguntado en voz alta si querías irte, si de verdad era ese tu deseo, te has puesto en pie y te has acercado para rozar por última vez tu frágil cuerpo contra mi mano. He querido interpretar tu gesto como una afirmación a mi pregunta. Tal vez no haya significado eso, tal vez no haya significado nada, pero, Gea, ojalá que sí.

    Te voy a echar mucho de menos. Pensaba que teniendo a Tiza y a Mayo esto iba a doler menos,
pero no es cierto. Ahora no dejan de venir a mi mente un montón de recuerdos contigo. Mi “gata interina”, me has acompañado en todas las aventuras que la docencia me ha hecho disfrutar en cada pueblo en que me ha tocado trabajar y vivir por algún tiempo. Las dos adaptándonos a todas esas casas de alquiler, las dos disfrutando de volver a nuestra casa luego. Sin duda, gracias a que venías conmigo echaba de menos el hogar, porque tú eras ese hogar.

    También he recordado aquel tiempo sin trabajo en el que tan mal lo pasé. Muchos días no quería salir de la cama, pero estabas tú, tenía que cuidar de ti y soy muy consciente de que, en más de un

momento, fuiste mi tabla de salvación. Nunca fuiste especialmente sociable, lo sabemos muy bien, pero, tal vez por eso, cuando buscabas mi cariño era todavía más importante. Solo conmigo te has mostrado así. Me siento afortunada de haber sido tu mamá humana y de que, poco a poco, me devolvieras el cariño que yo te quise dar desde que llegaste a mi vida. Fuiste el regalo de una amiga seis meses antes de


comprar nuestra casa. No te esperaba si quiera, pero te quise desde que entraste aquella noche en mi habitación y nunca dejaré de quererte. Te llevo tatuada en mi piel, parte de ti cuelga ahora sobre mi pecho, pero en el lugar más importante del que nunca te alejarás será de mi corazón.






   


   GEA,  DIOSA DE MI TIERRA, has iniciado tu viaje a ese mundo de sueño infinito escuchando mis palabras entrecortadas por el llanto, pero quisiera que allá donde estés lo que te acompañe no sean mis lágrimas, sino  la no menos infinita gratitud y el no menos infinito amor que te tengo. 

GEA, DIOSA DE MI TIERRA, hoy he levantado un pequeño altar para recordarte, aunque no sea necesario para hacerlo, porque tú te lo mereces. Mi “flaquita”, TE ADORO.


No son más silenciosos los espejos ni más furtiva el alba aventurera; eres, bajo la luna, esa pantera que nos es dado divisar de lejos.Por obra indescifrable de un decreto divino, te buscamos vanamente;más remoto que el Ganges y el poniente, tuya es la soledad, tuyo el secreto.Tu lomo condesciende a la morosa caricia de mi mano. Has admitido,desde esa eternidad que ya es olvido,el amor de la mano recelosa. En otro tiempo estás. Eres el dueño de un ámbito cerrado como un sueño.

 A UN GATO   (Jorge Luis Borges)

sábado, 25 de abril de 2020

MIS DÍAS DE CORONAVIRUS. seis semanas de confinamiento

Hoy es el cumpleaños de mi hermana. Ya la felicité por facebook, luego una llamada telefónica...pero no he comido con ella, no le he dado un regalo y no le he dado un beso. No es la primera vez que no podemos estar juntas para uno de nuestros cumpleaños, pero, en esta ocasión, estar tan cerca y, sin embargo, tan obligadas a estar separadas se me está haciendo cuesta arriba. 

En fin, se me está haciendo cuesta arriba ya casi todo, como a todos...

La primavera se está yendo por la ventana. La lluvia de abril me deja un paisaje verde bajo un cielo plateado que disfrutan libres los pájaros a los que puedo escuchar de tertulia en las copas de los eucaliptos de aquí enfrente. Y, con bastante frecuencia, una bandada  realiza su baile de exhibición demostrando su sincronía dominando es espacio que habitan. Hoy, más que nunca, se me antoja envidiable tal libertad. 


Eso frente a mi casa. Luego, las redes se han inundado de imágenes, para nosotros, insólitas, como
flamencos en una playa de Málaga, ciervos trotando en otra en Huelva, cabras montesas saltando barandillas en el centro de un pueblo, peces en los canales de Venecia, caballos en libertad, delfines... la naturaleza entera disfrutando, por fin, de este planeta que, tan suyo es como nuestro, pero que el ser humano ha acaparado para sí, echándolos, haciendo que huyan de nuestra presencia que, ya aprendieron hace tiempo, tan dañina les resulta.

Se me hace cuesta arriba seguir aquí encerrada, echo de menos poder bajar a la playa a caminar, ver el mar, respirar la sal y dejar que la arena se cuele entre los dedos de mis pies, y deseo que todo esto pase ya para volver a ver a los míos, para disfrutar de una cena en compañía, para, sencillamente, pasear por mi pueblo. Pero, una parte de mí, siente tristeza al pensar que cuando todo esto pase para nosotros, ellos volverán a tener que retirarse para sobrevivir. Me da pena pensar que el planeta, que ahora respira, volverá pronto a tener el aire viciado con nuestra polución. 

Todo el mundo dice que de todo esto vamos a aprender mucho y que van a cambiar muchas cosas para bien... Yo no sé... Deseo que así sea y que la batalla que cada año libro en mis clases tratando de concienciar a mi alumnado sobre la importancia de proteger nuestro planeta con nuestros hábitos de consumo, sea ahora una batalla menos quijotesca, y, en vez de sentirme sola ante los molinos de viento, haya toda una sociedad concienciada que respalde mis esfuerzos. Pero, lo siento, no soy tan
optimista. No, cuando veo cada vez que bajo al supermercado, como la acera de la calle colindante se llena de guantes azules de gente sucia e inconsciente; no, cuando ya se ven imágenes de pescadores sacando estos mismos guantes y mascarillas usadas en sus redes. ¿Realmente estamos aprendiendo algo?

Es cierto que no se puede extender estas conductas a toda la población y seguro seremos más los cívicos que los incautos, pero no dejan de ser demasiados, no dejan de ser suficientes para que el océano se pudra por dentro y para que todo lo que no debería ser sea. Así que no puedo dejar de sentir algo de pena cuando pienso que pronto se acabará la tregua para nuestro planeta.

He empezado a escribir estas palabras estando bastante de bajón. Luego, una llamada telefónica de mi amiga Mª del Mar ha interrumpido mi escritura y también ha interrumpido mi estado melancólico, así que el espíritu que motivó el texto se ha evaporado en parte, aunque, por desgracia, no deja de ser verdad lo que siento al respecto de la conducta de mis congéneres. A veces, bastantes, me avergüenzo de haber nacido siendo Homo sapiens.

domingo, 29 de marzo de 2020

MIS DÍAS DE CORONAVIRUS: décimoquinto día

Esta segunda semana de confinamiento ha estado centrada, para mí, en las noticias referentes a las oposiciones. Si la anterior  semana vi cómo mi nivel de ansiedad subía por culpa de todo lo que el trabajo a través de las vías digitales con los niños y con los padres está suponiendo, esta semana he subido y bajado como en una montaña rusa entre dos estados de ánimo, la ansiedad absoluta y la depresión posterior cuando mi cuerpo no tolera más adrenalina en sangre.

El lunes, habiendo reflexionado sobre cómo he de tomarme las cosas con los niños y padres de un modo más relajado para que esto no me sobrepase, habiendo cambiado mi filosofía con respecto a la importancia en este momento tienen que mis alumnos envíen sus tareas de manera adecuada y habiendo llegado a la conclusión de que me tiene que importar bastante menos cómo lleguen y tan solo quedarme con que me muestren su interés por trabajar, sea de la manera que sea..., me levanté tranquila, descansada y hasta feliz. Aunque esta sensación duró bien poco. 

El sábado anterior dimos nuestra primera clase online en la academia. Nuestro preparador ha hecho todo lo posible por estar a la altura y nosotros, que no somos niños, nos adaptamos lo mejor que pudimos y agradecimos su esfuerzo, pero también comentamos que, al igual que nosotros tenemos que adaptarnos a esta solución para las clases sin tener culpa de nada, la academia debería también adaptarse a estas circunstancias, a pesar de no ser tampoco culpables, pero no nos parece justo pagar el precio tan alto de las clases que recibimos cuando está muy claro que la calidad no es la misma. Primero, porque nuestro preparador no está preparado para dar una clase online con la misma soltura que una clase presencial; segundo, porque la calidad de la conexión en estos momentos no es la óptima; y tercero, porque no todos nosotros tenemos en casa los instrumentos necesarios para llevar a cabo con éxito la clase. Entendimos que era de lo más lógico escribir a la academia para solicitar un ajuste de los precios mientras que la situación no cambie y me comprometí a escribir esa carta y a enviarla, cosa que hice el lunes al levantarme. 

Poco después recibí un mail en el que se me decía que a lo largo de la mañana me llamaría el director. Así fue. Pero no sé muy bien para qué me llamó. Tan solo me dejó decir "buenos días". Después de esto, tan solo habló él, en un tono bastante desagradable, dando una y otra vez las razones, o mejor dicho, la única razón que tuvo a bien a darme para rechazar nuestra solicitud. En cualquier caso, la negativa no fue en ningún momento algo que me afectara. Ya contábamos con ella, pero las formas de este señor fueron indescriptibles. El no dejarme intervenir, el hablar como una locomotora para evitar que pudiera tener una conversación y el hacer que finalmente tuviera que gritarle para, tan solo poder acabar el monólogo sin sentido que repetía como una cotorra, hizo que me fuera subiendo el ritmo cardíaco hasta que me faltó el aire. 

Tuve la lucidez de grabar la conversación a partir del minuto 15 de escucha obligada y pude enviar este audio a mis compañeros para que fueran conscientes de lo que había pasado, lo cual estuvo bien porque, al menos, ellos pudieron empatizar conmigo e hicieron que me sintiera un poco mejor, pero lo cierto es que me rompió el día. Después de todo esto tuve que seguir estudiando, pero ya podréis imaginar de qué manera...

En realidad, toda la semana ha sido un caos en cuanto a seguir mi rutina de estudio, porque hemos estado pendientes de noticias sobre si se van a llevar a cabo la oposiciones o no este año. Han tenido dos reuniones, miércoles y jueves, y no han sido capaces de tomar una decisión en firme que nos quite esta incertidumbre de encima y que nos permita decidir si seguimos estudiando ahora o no, si dedicamos todas estas horas de encierro a la exclusiva tarea de trabajar y estudiar, o si es mejor que aparque las oposiciones para realizar otras actividades que nos permitan desconectar un poco de este encierro. Por Dios, han aplazado hasta el año que viene hasta los juegos olímpicos, y, sin embargo, no han podido tomar una decisión clara acerca de la convocatoria de oposiciones. Aunque todo apunta a que serán aplazadas hasta el 2021, lo cierto es que aún estamos a la espera de que eso sea oficial. Me parece vergonzoso, aunque no me coge de sorpresa que este retraso en la toma de decisiones firmes se realice a ritmo de caracol. Es a lo que estoy acostumbrada desde el 2008, cuando, por primera vez, decidí opositar y quedé, desde entonces, en manos de un sistema que se aleja mucho de ser transparente y que tenga en cuenta la salud mental de los opositores. 

De lo que me he dado cuenta desde entonces es que las oposiciones son un negocio que mueve
mucho dinero, para empezar el de las putas academias. En la que estoy ahora mismo, no han sido capaces de aliviar nuestra situación actual, pero eso sí, ya se han adelantado a la comunicación oficial del aplazamiento para hacernos ofertas para el curso que viene:

  • El que siga con las clases hasta finalizar el curso, aunque sea con esta mierda de clases online al mismo precio desorbitado de 160 euros, el curso que viene podrá optar a unas clases especiales de 2 horas semanales por 100 euros (ni siquiera han dividido por dos el precio).

  • El que decida cortar la formación y reanudar el curso que viene, lo hará al precio especial de antiguo alumno de 145 euros.
Lo de abaratar los dos meses que nos quedan era inviable, claro, pero ya se frotan las manos con la idea de que el curso que viene tendrán el doble de alumnos, los nuevos y los pobres desgraciados que hemos echado el dinero a la basura este curso. Lo de rebajar era inviable porque, ya veis, son un negocio nuevo, que no se pueden permitir asumir estos ajustes, ¿verdad? No lo creo. Simplemente, más bien creo que es un negocio que se mantiene desde hace años porque jamás van a anteponer la humanidad al dinero. 
Mi idea es terminar de una buena vez el curso y el año que viene, si es que me apunto a alguna academia, buscarme otra para no pagarle a ésta en la que me han mostrado tan poca buena voluntad. Pero, claro, cuando me pongo a pensar, las demás no son mejores, ya descarté la primera en la que estuve por otros motivos que no voy a contar ahora, pero que me parecieron igual de faltos de vergüenza. Así que, lo que trataré será de utilizar el material que ya tengo y montármelo por mi cuenta, a ser posible, con la ayuda de mis compañeros de penas, que sí que nos hemos demostrado desde el principio, que, a pesar de competir por las mismas miserables plazas, estamos dispuestos a ayudarnos en todo lo que podamos los unos a los otros. 

Pero la realidad en estos momentos es que ya mi fuerza de voluntad para continuar estudiando se ha venido abajo. No sé si remontaré y la semana que entra mañana conseguiré dedicarle tiempo a esto, aunque no sea con el ritmo que llevaba, porque si no lo consigo, sé que olvidaré gran parte de lo que he conseguido refrescar este año, con lo que no me quedará más remedio que agachar la cabeza y apuntarme de nuevo a la academia. En eso estoy, en sacar de nuevo ganas y elaborar una nueva rutina, más laxa, pero que me sirva para no dejar del todo el estudio y no olvidar todo lo que me he esforzado durante estos meses en re-aprender.

En fin, éste es un poco el resumen de lo más relevante de la semana en lo que a mis preocupaciones se refiere. Luego está el resto del mundo, empezando por el mundo más cercano a mí, que es mi familia. No quiero pensar, pero pienso, y me preocupa cómo todo esto afecta económicamente a la ya precaria situación económica de mis hermanos. No consigo nada con preocuparme, lo sé, pero, por más que quiero seguir los consejos de mi madre acerca de andar, andar y no pensar en cuánto queda, sino en dar el siguiente paso, no puedo evitar todo el tiempo dejarme llevar por mi conducta mental de siempre. Es demasiado sobre-esfuerzo hacer lo posible por cambiar mi modo de sentir las cosas aun a sabiendas de que mejoraría mi estado de ánimo. Hay días que lo veo con una claridad meridiana y me resulta hasta absurdo no sentir así en otros momentos, pero otros días me levanto con la losa de la preocupación sobre el pecho y no consigo respirar sin sentir que me falta el aire. Y esos días, flagelarme por no conseguir permanecer en equilibrio y con confianza tan solo es una carga más, así que, nuevamente llego a la conclusión de que los días hay que pasarlos como llegan. Esta semana no ha sido la mejor, pero, tal vez mañana sea mejor. Tan solo soy capaz de llegar a este nivel de sosiego. 


sábado, 21 de marzo de 2020

MIS DÍAS DE CORONAVIRUS: séptimo día

Llevamos una semana de encierro. Trabajando en casa con un estrés que no me esperaba porque no es nada fácil atender a los alumnos a través de una plataforma digital. Y eso que yo la llevo usando desde hace años y mis alumnos están acostumbrados a trabajar con ella desde principio de curso. Pero claro, no todos mostraron interés en ella al principio, y como era solo una herramienta más de entre toda las que uso en mis clases, no ha sido necesario hasta ahora para realizar todas las tareas y aprobar para los que ni se registraron al principio. En este momento, estos alumnos son los que me están generando más problemas porque ni siquiera saben cómo entrar en la plataforma y yo no puedo indicarles cómo porque no puedo comunicarme con ellos de una manera que me entiendan Por otro lado, muchos que sí saben entrar y hasta ahora lo han hecho regularmente, se encuentran que no pueden acceder, tan solo porque las plataformas on-line están saturadas. Así que, entre una cosa y la otra, la impotencia de no poder resolver con facilidad estos problemas me ha tenido y me tiene de los nervios. 

Acabo de escribir en Facebook un mensaje para todos aquellos padres que se han dedicado a criticarnos por los deberes que hemos mandado a los alumnos como si fuéramos poco más que torturadores de sus hijos. Lo trascribo a continuación porque, si algo he de destacar de esta semana es el malestar que me han causado todos estos comentarios, aunque no se hagan de forma personal. 

Quiero hablar aquí a los padres que critican los deberes que los profesores han mandado. 

Quiero decir que la situación estaba pensada para dos semanas. La cosa ha cambiado y también tienen que cambiar las estrategias. Como profesora, cada día que pasa me siento más estresada y más asustada, pienso que mis alumnos, sin ser, tal vez, tan conscientes de la dimensión de las circunstancias que estamos viviendo, también pueden estar estresados y asustados, así que no estoy por la labor de estresarles aún más pretendiendo tener la misma rutina que en clase. Porque, por más que lo pretendamos, no es lo mismo. Si fuera igual, no haríamos falta como profesores.

 Ahora, no me tienen delante para interaccionar cuando explico, ahora no escuchan las anécdotas que les cuento para que la clase sea más amena, ni ellos me pueden contar las experiencias que han tenido respecto de los temas que tratamos en clase. 

Ahora, no me tienen para que les llame la atención cuando se despistan, que hasta las regañinas sirven para algo dentro del aula. Ahora, no tienen mis palabras de ánimo... 

Todo lo deben gestionar solos o, como mucho, con unos padres que también tienen que trabajar en casa en el mejor de los casos y a los que ponerse a hacer de profes les cuesta. Eran sólo dos semanas y además nos ha pillado a todos de golpe y tenemos que ir asumiendo que no se pueden hacer las mismas cosas, de la misma manera. 

También a nosotros nos falta la facilidad de poder coordinarnos. Por mucha intranet que tengamos, nada suple la comunicación y el intercambio de opiniones que ocurre en las reuniones, en la sala de profesores, en los departamentos y hasta en los mismos pasillos cuando nos cruzamos en los cambios de clase. Todo eso falta y en este brutal cambio, la primera directriz que recibimos de parte de la Delegación fue que nos niños tenían que seguir con su formación. Así que, en base a eso, hemos hecho lo que cabía esperar, mandar las tareas que se suponía estaban programadas para esas dos semanas, pensando que eran dos semanas... Pero no van a serlo.

 Vamos aprendiendo, como todos, a adaptarnos a lo que esta crisis nos va generando cada día. Yo he tomado una decisión después de una semana en la que he trabajado 300 veces más de lo que mi horario habitual dispone. Llevo sin dormir bien cinco días porque me desvelo pensando en cómo hacer mejor mañana las cosas, porque mi trabajo es tratar con el material más sensible que existe: los niños, sus hijos. Y no conozco ningún profesor que no sienta de esta manera, porque les voy a decir algo: puede que en alguna época fuera cierto eso de que "los profesores viven muy bien", pero en estos días, les puedo asegurar que eso no es nada cierto, sobre todo porque no sentimos el respeto ni de padres, ni de alumnos, ni de los gobiernos que, en vez de mirarse al espejo, inventan en cada legislatura una ley nueva, como si jugarán a las cartas con la educación.


Si ya de por sí la semana ha sido harto complicada para mí, he tenido que leer muchos comentarios en Facebook criticándonos por el tema de los deberes. Nadie sabe lo que cada uno de nosotros se está esforzando en casa por sacar esto adelante. Cada tarea que he mandado han de multiplicarlo por 180 en mi caso, ése es el número de alumnos que tengo y ésas son las tareas que, en cada caso, he de corregir. Así que, si por mí fuera, no mandaba ni una. Pero, si no se mandan tareas, también se nos criticaría por cobrar sin hacer nada, ¿no?



La cuestión es criticar. Éste sigue siendo el deporte nacional.



Miren, nosotros también tenemos familia, también tenemos otras prioridades en estos momentos, pero, al menos yo, pienso que todo esto va a pasar y no puedo parar mi vida. No quiero dejar que el virus se coma la poca normalidad que puedo tener, así que no me importa dedicarle a mi trabajo todas las horas de más que requiera. Pero, sinceramente, trabajaría más tranquila si sintiera que los padres valoran nuestro esfuerzo. Yo salgo al balcón todas las tardes a aplaudir la labor de los sanitarios, y me emociono cuando algunos de ellos comentan en televisión cómo eso les sube el ánimo. Yo no quiero que me aplaudan por mi trabajo, pero me encantaría no tener que leer más comentarios despectivos hacia nuestra labor. Eso ya sería una gran ayuda.



Nunca pensé que me afectarían tanto esta clase de críticas porque las llevo escuchando desde que era niña. Los profesores por aquí, los profesores por allá... Ya entonces me sentaba mal porque mi madre también era profesora y yo veía la cantidad de horas que trabajaba en casa, la de cursos de verano que hizo para seguir formándose en su profesión y los desvelos que, en más ocasiones de las que piensan, producen los alumnos. Pero ella me enseñó a no molestarme por esas cosas... Sin embargo, esta semana he llorado, lo confieso, porque a mí me ha tocado pasar esta cuarentena sola en casa y me meto en las redes más que nunca para sentirme acompañada y, sin embargo, cada vez que lo hago encuentro que alguien nos critica... Me siento atacada y ni siquiera me conocen, ni conocen mi dedicación.



Yo he tomado una decisión al respecto de cómo gestionar las siguientes semanas de reclusión, pero mi decisión está basada en el ensayo y error. A todos nos ha cogido esto por sorpresa. Nadie estaba preparado, no lo tenía previsto en mi programación, ésa que hacemos cada año al empezar el curso. Ahora nos tenemos que desviar de lo programado, pero nadie se ha parado en comprender esto. Lo más fácil y rápido es protestar y criticar. Y, por supuesto lo harán delante de sus hijos, lo cual fomenta aún más el, cada vez menos, respeto que nos tienen. No sé yo si esto es muy educativo... 


Tal vez, sería mucho más útil que esos padres que critican nos hicieran llegar sugerencias en vez de críticas. Tal vez, si pensaran que estamos en el mismo barco, igual llegáramos a buen puerto. No sé, es solo algo que se me ha ocurrido... Pero bueno, entiendo que en estos momentos hay que sacar los nervios de alguna manera y, quizás, cargar contra los profesores sirva para que se relajen. Bien está si les sirve.

Y así concluye el segundo capítulo de "Mis días de Coronavirus". Espero que la próxima semana sea un poquito mejor.

martes, 17 de marzo de 2020

MIS DÍAS DE "CORONAVIRUS": tercer día

Como toda España, me toca quedarme en casa viviendo este confinamiento impuesto por el estado de alerta con el fin de controlar los contagios de este nuevo virus que nos tiene en vilo a toda la humanidad;bueno, a Donald Trump parece que no, y a muchos  ingleses idiotas parece que tampoco.  Y en esto, como en casi todo, hay extremistas para los dos polos. De éstos que parece que con ellos no va la historia, que digo yo que se creerán estar hechos de una materia diferente a la del resto de la humanidad, y, por otro lado, los que se pasan tres pueblos con la histeria y arrasan los supermercados como si no fueran a salir de un bunker en medio siglo. 

Esta situación extraña, anómala, no vivida por ninguno antes, está sacando lo mejor y lo peor del ser humano. Quiero pensar que más lo mejor que lo peor, aunque lo cierto es que sólo estamos al principio de esta cuarentena. me pregunto cómo van a estar los ánimos dentro de unos días. Los que ahora muestran su lado más divertido, ingenioso, constructivo, positivo y solidario, de seguro que notarán cómo pierden fuelle. Yo no soy psicóloga, pero sí sé, por experiencia, que cuando tomas un roll de este tipo, la gente pronto se agarra a ti para aumentar su propio ánimo, y te sientes en la obligación de seguir jugando ese papel en sus vidas. Y te obligas a ti mismo, que seguro que todos comprenderían que no fueras la alegría de la huerta infinitamente, pero nos lo imponemos como si de eso dependiera la vida o la muerte del otro. En fin, repito, no soy psicóloga, pero creo sinceramente que, cuando os llegue el momento de sentiros cansados, angustiados y con ganas de gritar, no reprimáis esas emociones. la cuestión no es obligarse a no sentir miedo, preocupación, impaciencia... la cuestión es reconocer estos sentimientos para poder gestionarlos, para poder pedir ayuda, que también la vais a necesitar. 

Y si cuento con que el más optimista de todos pasará por un bajón, lo que no quiero ni pensar es cómo van a estar los que ya el primer día se están comportando como energúmenos... ¡Miedito me da! 

Por mi parte, desde el sábado que fui por última vez a la academia y que, después de tres días de intentona en el supermercado, pude hacer mi compra semanal habitual, llevo metida en casa sin salir para nada, a excepción de cinco minutos ayer para sacar la basura, más de 48 horas. Y lo llevo bien, la verdad es que no es muy diferente del resto de mis días desde septiembre que empecé de nuevo con la tortura de las oposiciones. Pero claro, ahora falta la salida al trabajo. Llevo tres años cogiendo a diario carretera para trabajar en Marbella y todos los días he deseado no tener que ir a trabajar por quitarme el coche... Ahora viene al caso el dicho ese de "ten cuidado con lo que deseas". Porque lo del coche, ok, pero a mí me gusta mi trabajo y me gusta echar mis ratillos de risa con mis compis de departamento y hasta "pelear" con los niños  (en el buen sentido). Así que, aunque aprovechando el tiempo extra para estudiar con más tranquilidad, me falta, como a todos, mi rutina. Nuestra amada rutina a la que nunca le decimos lo que la queremos, y hasta menospreciamos. 

Ahora, teletrabajo: hoy he teletrabajado desde las cinco y cuarto de la madrugada porque me he desvelado y he dicho, pues venga, a teletrabajar... no sé yo cómo les va a sentar a mis alumnos cuando se levanten hoy y vean todo lo que les he organizado para que ellos también teletrabajen. 

Y, después de teletrabajar un par de horas, ya que tenía en marcha el ordenador, me he puesto a escribir aquí, por entretener un poco al insomnio, que oye, éste no entiende de cuarentenas. Lo bueno de teletrabajar es que tengo un horario flexible..., luego me echaré a dormir y ya estudiaré esta tarde... 

Probablemente, si es que alguno de mis habituales me lee, estará teniendo la sensación de que estas líneas son inconexas, sin una clara intención, o mensaje concreto que transmitir. Es cierto. Me he puesto a escribir sin un objetivo, así que van saliendo ideas de aquí y de allá sin más concierto que el de entretener mi mente reclusa. Así recuerdo que, de adolescente, escribía mis diarios. Eran renglones sueltos en los que mezclaba lo que hacía durante el día con recuerdos o sentimientos que me desbordaban. No escribía ni para mí, solo escribía como respiraba o como las hormonas me dictaban. Era dejar que las letras viajaran solas sin que yo las controlara por cualquier lado de mi cabeza, aleatoriamente, sin seguir ningún patrón. 

Resulta divertido hacerlo. Sonrío. Mi gato está tumbado a mi lado, como suele hacer. Escucho su respiración tranquila y confiada. Lo adoro. No he conocido mayor ternura que la que este bichito me ofrece. ¿Veis? ¡A qué vendrá ahora hablar de mi gato! Bueno... pues, en realidad, sí que los pensamientos que parecen destartalados, finalmente se ordenan. Lo cierto es que he sentido esta infinita gratitud por su compañía porque, en estos momentos, él y mis otras dos gatitas son los únicos seres vivos con los que voy a convivir durante esta clausura y, con toda seguridad, son ellos los que harán que no pierda el norte en más de una ocasión. Ahora que no tengo nadie que me abrace, Mayo se deja abrazar y me devuelve el gesto durmiendo con su carita apoyada en mi mejilla y, a veces, le gusta echar su patita sobre mi cuello y ronronea, ronronea de una manera sanadora. 

Y, sintiendo esto, me pregunto cómo puede haber gente que haya abandonado a sus animales por
miedo al contagio. ¡¡¡Ignorantes y desalmados!!! Hay muchas cosas que veo en la gente que me hace amar aún más a mis animales. Esto me hace recordar algo que todos los años les digo a mis alumnos. Cuando hablo del cambio climático, de sus consecuencias, de la responsabilidad que tenemos los seres humanos sobre el mediambiente... Cuando les explico sobre el Universo y se preocupan al saber que el Sol se agotará destro de 5000  millones de años, pero les parece menos preocupante que ahoguemos los mares en plástico... Siempre les comparo nuestra especie con una plaga. No tenemos depredadores que controlen nuestra población, al menos no de esos que son grandes, que rugen y que vemos... pero la vida se abre camino y la Tierra busca la manera de sobrevivir. Un virus, invisible, más que minúsculo, ni siquiera una célula, es lo único que hace posible que disminuyan las emisiones de dióxido de carbono... No deja de ser curioso. Si supiéramos aprender, aprenderíamos a cambiar nuestras costumbres para no dañar como lo hacemos, porque está claro que capacidad para cambiar nuestros hábitos tenemos, lo estamos viendo. Pero, no creo que esto vaya a ocurrir. La pandemia pasará y nos dejará secuelas, con suerte durante un tiempo tengamos algo más de conciencia, pero, finalmente, volveremos a cometer los mismos errores. Creo que esta es la condena del ser humano. Este virus puede que no sea el único al que debamos hacer frente. La Tierra esconde bajo el hielo amenazas que estamos liberando a fuerza del calentamiento que hemos provocado con nuestra inconsciencia. Habrá, seguro, más virus que vengan a recordarnos que no somos el centro del Universo, y que si desaparecemos, ya está, punto, importará muy poco en ese Espacio infinito.

Ojalá todo lo que ahora está ocurriendo sirviera para sacar nuestra mejor versión de ciudadano, y nuestra mejor versión de ser humano. Ojalá aprendiéramos de esto a  valorar mucho más, no solo nuestra rutina, sino nuestra vida como parte de un todo que es nuestro planeta. No soy muy optimista al respecto, aunque ojalá me equivoque y la conciencia medioambiental que muchos tenemos se imponga sobre la irracionalidad del consumismo que muchos siguen manteniendo y que, por desgracia, sigue imperando.

 Hoy he escrito porque en este álbum de mi vida deberá estar para el recuerdo esta experiencia que nos toca pasar a todos, porque, por desgracia, estamos viviendo un momento histórico, que en unos años se reflejará en los libros de texto. En esos libros de texto también se hablará de las consecuencias económicas que esta epidemia mundial va a acarrear, pero ojalá en esos libros, también se hablara de las consecuencias positivas, de un cambio de conciencia global que desde este momento hizo posible frenar el cambio climático. Ojalá eso fuera lo que esos libros de historia dijeran. No soy muy optimista al respecto, pero bueno..., tal vez, una pequeña esperanza sí que tengo.

No sé si este post será el único en este paréntesis de la normalidad, o será el primero de una serie en el que relate cómo van transcurriendo mis días. La verdad es que, ayer no me apetecía hablar del corona-jodido.virus porque estoy aburrida de desayunar coranavirus, almorzar coronavirus y cenar coronavirus, pero es inevitable. Y también era inevitable, que más tarde o más temprano echara un rato en este barco, que, una vez más, es un refugio de mí misma. Un lugar con el que huir para no perderme.