Nuevo destino
para el curso que viene. Después de más de ocho años, por fin voy a trabajar en
un centro que está a menos de un cuarto de hora de casa, así que estoy muy
contenta. El IES Vega de Mijas será mi nuevo lugar de trabajo, así que tengo
que decir adiós a Sierra Blanca.
Me voy después
de tres años, en un momento en el que no podré abrazarme a nadie para las
despedidas y la mascarilla me tapará medio rostro, con lo que ni siquiera nadie
apreciará del todo en mi cara la mezcla de sentimientos que me embargan. No puedo
estar más contenta por no tener que conducir por esa carretera hasta Marbella
que, a diario, es un tormento y por rascar una hora bien larga al reloj para mi
provecho; no puedo estar más contenta por no tener que pasar el día entero en
el instituto cada vez que hay un claustro o sesiones de evaluación; también se
verá beneficiado mi bolsillo, todo hay que decirlo… Pero, al mismo tiempo, no
puedo evitar que parte de mí se sienta muy triste. En tres años da tiempo a
crear ciertos vínculos, pero es que además yo supe que sería muy feliz en
Sierra Blanca desde que puse un pie en su suelo. Y así ha sido.
Muchos sabéis que llegué al “insti” después de una malísima experiencia en la Línea. Ese curso
acabé pensando que yo no sirvo para esta profesión. Así que lo primero que tengo que agradecer a Sierra Blanca es haberme devuelto la ilusión por lo que hago. Y realmente, si tuviera que resumir en una sola palabra mi paso por el centro sería ésa: ILUSIÓN.Una ilusión
que se ha visto traducida en un nuevo despertar de mi creatividad. Algunas de
mis cosas se quedan en el Drive del centro y me sentiré honrada si a alguno le
sirve en sus tutorías.
Una ilusión
que también me ha iluminado cuando me he visto rodeada de personas que me han
valorado y han apreciado no solo mi trabajo, sino a mí. Entre estas personas se
encuentran componentes de la dirección del centro que en tantas ocasiones me ha
animado en mi labor; mis enormes compañeros de departamento a los que he
llegado a querer de todo corazón, incluyendo entre ellos a “esos dos” con los
que no comparto materia, pero sí el espacio del departamento y los frutos secos, tortas, y otras delicatesen que por
allí hemos degustado: otros compañeros y compañeras que han sido en muchos
momentos imprescindibles para mí, algunos que ya no están porque se fueron
antes que yo, otros que son veteranos en el Sierra y me vieron llegar y otros a
los que he dado yo la bienvenida cuando se incorporaron. Siempre he dicho que
la interinidad (la mía o la de los demás) tiene esto de bueno, la posibilidad
de que cada año sea una oportunidad de conocer compañeros nuevos que te
influyen, de los que aprendes, a los que enseñas y que, en algunas ocasiones,
se te clavan en el alma. Como no podía ser de otra forma, después de tres años,
hay unos cuantos de esta categoría que siempre tendré asociados a Sierra Blanca
en mi teléfono, en mi memoria y en mi corazón.
Y cuando hablo de compañeros no
solo me refiero a profesores. Tan compañeros y tan importantes para mí han sido
ciertas conserjes a las que voy a echar de menos. Me consta que una de ellas también echa de
menos antes que yo los pasillos de este instituto. ¡¡Qué lugares ésos, los
pasillos de un instituto!! ¡Cuántas cosas se cuentan, se confiesan, se
comparten en los breves encuentros entre clase y clase, cargando con los
libros, las satisfacciones y las desazones de la última aula en la que
estuviste! No, Los alumnos no tienen la exclusiva en esto de cruzar emociones
en los pasillos…
Los alumnos y
alumnas de Sierra Blanca… Para mí ha sido la primera vez que he podido tener la
experiencia de seguir más de un año la evolución de mis alumnos de primero de
ESO. Estaba acostumbrada a recibir en cada curso a unos desconocidos que, con
el paso de los meses se convertían en lo más importante de mi vida y que, al
final, me daban las gracias y yo a ellos, nos deseábamos lo mejor e incluso
algún que otro regalillo, y luego se difuminaban poco a poco hasta desaparecer
porque ya empezaba en otro lugar a querer a otros nuevos para los que yo
también era una novedad. En Sierra Blanca he podido aunar ambas preciosas
experiencias: tres años recibiendo a “mis novatillos”, aprendiendo sus vidas y
la satisfacción de un guiño de cariño al cruzarme con los que te echan de menos
en segundo, y la alegría de volver a darle clases a unos cuantos en tercero
maravillándome de lo que se madura en tan solo dos años. Si bien tengo bonitos
recuerdos de muchos alumnos en muchos otros centros e incluso mantengo el
contacto personal con algunos de ellos, del Sierra me queda además este
recuerdo experiencial. Y, desde luego, como siempre, también a ellos y a muchos
padres debo agradecer el cariño que me han brindado y el respeto por mi
trabajo. Porque, aunque todos deberíamos contar con ese respeto, no siempre se
siente y yo puedo decir con orgullo que no son pocos los que me han transmitido
su satisfacción por mi labor. Si la gente supiera cuánto motiva este
reconocimiento para seguir dándolo todo, nadie dejaría pasar la ocasión de
decirle a un hijo, a un hermano, a un profesor, a un padre, a un desconocido,
lo bueno de lo que hace que a uno repercute de alguna manera. Tal vez, si
tuviéramos más ejercitada esta costumbre en vez de la de criticar lo que no nos
gusta del de enfrente nos iría a todos mucho mejor. Nadie me discutirá que es
una muy buena forma de fomentar la felicidad. Éste es el objetivo de un
ejercicio que hago todos los años con mis alumnos y que espero recuerden. Les
hice escribir mensajes para hacer feliz a otros, conocidos y desconocidos, y
lanzarse a la calle a repartirlos para disfrutar de las reacciones de la gente
a la que se los entregaban. Una forma de comprobar que hacer feliz a otros te
hace primero feliz a ti. Una experiencia
que puse en marcha en este instituto porque lo que empecé a vivir en este
instituto me hizo recordar lo que yo misma sentí siendo una adolescente cuando
se me ocurrió con una amiga hacer esto mismo una Navidad.
Creo que lo
que estoy intentando decir es que mis tres años en Sierra Blanca me han
renovado y me han hecho ser mejor persona. Una vez más, gracias.
Claro que… la cabra tira al monte… Por más que ponga en práctica, no solo en clase sino en mi vida, lo que aprendí en el curso de Mindfulness y el de Disciplina positiva que aquí realicé, mi carácter es en muchas ocasiones difícil de domar, por decirlo de alguna manera. Y, por mucho que el fondo sea
bueno, a veces, las formas no son las más adecuadas, así que no quiero irme de aquí sin disculparme, una vez más, por todas aquellas ocasiones en las que he podido ser tosca, impaciente, hasta desagradable con alguno de mis compañeros. No voy a justificarme con nada, sé muy bien que esta es mi tarea pendiente a superar. Solo puedo decir que estoy en ello. Siempre estoy en ello.No me quiero
alargar más, aunque ya sea tarde para escribir esta frase, porque ya he veo que
me he enrollado como una persiana, como suele ser mi costumbre (ya digo que la
cabra tira al monte). Voy a cerrar ya esta carta de adiós diciendo que no
quiero deciros adiós. No tengo intención por el momento de cambiar de teléfono,
ni de ciudad, ni de correo electrónico (excepto el corporativo, claro), así que
aquí me tenéis para cuando queráis. No he querido nombrar a nadie en concreto
en estas líneas por estar completamente segura de que se me pasaría alguien,
pero espero que todos a los que llevo en mi corazón sepan perfectamente que así
es. Os quiero.