A veces ocurre que vas a un lugar en el que nunca antes has estado y, sin embargo, te sientes como si hubieses pertenecido siempre allí. No se me pueden pasar los días sin dedicarle unas líneas a este pueblo en el que estoy pasando este dulce invierno. La aventura de esta vida interina me ha traido a Salobreña, por un par de meses ésta está siendo mi casa y, realmente, me siento como en casa. Al bajar mi calle hacia el instituto paso cada mañana por una carpintería, y no me resisto a inspirar el olor del serrín. Cierro los ojos y, por un instante, puedo volver a jugar con las birutas y tacos de madera que mi abuelo desechaba y que se convertían en mis manos en los personajes de las historias que él me contaba mientras trabajaba. Todos me han contado, incluso él, cómo íbamos por las mañanas a un kiosco a por globos, y que no había manera de que comiera si no era con los globos amenizando el asunto... Sin embargo, yo no guardo ese recuerdo como mío, yo recuerdo la sinfoína del cepillo, el martillo y el formón.
La flauta del afilador y su pregón:"¡El afilaóoooooo!". Hacía tantos años que no escuchaba esa cantinela... Y otra vez este pueblo me ha transportado a la mano de mi abuelo, que era amigo de todos, hasta del afilaó, porque, "en este mundo- me decía-hay que tener amigos hasta en el infierno". ¡Ay, abuelito, qué razón tenías!".
Y una nube que parece la arcilla en el torno del alfarero empezando a tomar forma, en un cielo que se prepara para la tormenta, con los colores de un atardecer que invita a volver a casa. Me hizo parar a guardar su imagen, para atesorar otro instante en el que el abuelo jugaba conmigo a imaginar formas en las nubes.
Me alegro de estar aquí, abuelo, recordándote. No es que no lo haga en otros momentos, ¿sabes?, pero hay algo en este pueblo que, desde que llegué, me ha atrapado. Creo que tú tenías aquí tu raiz, y, sin saber de qué manera, esa raíz me ha encontrado. No sé si algún día volveré a Salobreña, pero lo que sí sé es que me llevaré a Salobreña conmigo cuando me vaya.