Hay momentos de plena y
total clarividencia en los que todo parece encajar, si no en tu vida, al menos
sí en tu mente. Son momentos efímeros en los que uno piensa que no podría estar
más en paz. Seguro que todos habéis experimentado alguna vez esto que os digo.
Pues como resultado de
uno de estos instantes, la vaga idea de escribir un relato basado en mis
experiencias vitales, se volvió una determinación. Lo malo es que la intención
primera se ha visto desvirtuada en el momento mismo en que empecé a llenar las
páginas.
Quería que la historia
fuera un homenaje a los casi veinte años que hace que conozco a un amigo con el
cuál he compartido cama en muchos y agradables momentos. Que ya que tan de moda
está ahora eso de la novela erótica femenina, igual rescatando nuestros propios
encuentros como material para una ficción podría hasta forrarme. Pero, después
de releer durante un día entero mis
diarios de esos años, reír y llorar con los recuerdos y darme cuenta de la evolución
que se ha producido en mí desde que lo conociera, me ha sido imposible escribir
basándome en todo aquello quedándome solo con la parte calentita del asunto,
para que fueran escenas de un tórrido cuento para adultos. Lo intenté, pero no
pasaba del medio folio cuando ya estaba eliminando el documento. Un poco
frustrante, dadas las ganas iniciales que tenía.
Al día siguiente
comencé de nuevo. Esta vez partí del momento que me inspiró el deseo de
escribir y
no cambié nombres. Yo era yo, él era él y lo que he contado no es
ninguna ficción. Al final no he escrito
para forrarme, ni siquiera he escrito para que nadie (a excepción, tal vez, de
él) lea nunca lo que, por resumir, ha sido una reflexión sobre cómo los
complejos que arrastraba desde esa bendita etapa donde suelen forjarse estos
complejos condicionaron, en esos años de juventud, la manera en que me he
manejado en la vida, sobre todo, claro está, en lo que se refiere al sexo
opuesto. Ha sido, como casi siempre que me pongo a derramar letras, un
ejercicio positivo porque echar la mirada atrás ha servido para darme cuenta de lo lejos, para
bien, que estoy de ciertos conceptos y objetivos que tenía y me marcaba
entonces, y que al no ser, ni los unos ni los otros, los correctos, me causaban
continuamente frustración y lucha interna.
Al margen de lo
económico (que sigue yendo como el culo), hace tiempo que vengo sintiendo (y en
este mismo bitácora en más de una ocasión he escrito al respecto) que ahora me
siento mejor que nunca conmigo misma. Intuía, desde luego, que he llegado a
sentirme así por todo lo que he ido viviendo y superando. Sin embargo, reflejar
en setenta páginas esta evolución, usando como hilo conductor un personaje que
ha sido una constante en todos estos años, ha servido para darme cuenta de
varias cosas:
-
Me siento más orgullosa de lo que
imaginaba que estaba por ser como soy, con defectos incluidos.
-
Agradezco el hecho de haber tenido
siempre la inquietud de escribir y conservar diarios de casi todas las épocas
de mi vida. Me ha recordado que debo seguir haciéndolo.
-
Quiero más de lo que también ya intuía
al otro protagonista de la historia por lo que directa o indirectamente ha
aportado a mi vida. Seguro que él no es consciente, aunque confío sabrá
valorarlo cuando lea lo que, en definitiva, empezó siendo un relato para él.
-
Aquellos complejos de antaño no se
evaporaron, aún hoy tratan de hacer daño a veces y seguir dirigiendo mis pasos,
pero no son ya tan fieros. La mayor parte de las veces están encerrados a buen
recaudo gracias a todo lo que he conseguido amarme.
-
Por más clara que tenga las cosas y por
más satisfecha que me sienta ahora con respecto a mis emociones, siempre hay preguntas que nunca tendrán
respuesta, pero, no con frecuencia, pero sí alguna que otra vez, de año en año,
asaltan mi mente dejándome una noche en blanco: ¿Qué hubiera sido mi vida si
aquel primer novio mío no hubiera muerto? ¿Estaría ahora casada y con un par de
hijos, tal vez? ¿Posiblemente entonces mi diario hubiera sido una empalagosa
lista de días rosa, en vez de un torrente de pasiones a veces algo sórdidas? Y
sin aquellos complejos que me condicionaron, ¿hubiera si quiera conocido a mi
amigo? ¿Hubiera sido nuestra relación diferente? ¿Seguiría habiendo ahora
relación? ¿Sería mejor? No lo sé, y, sinceramente, ¿tiene algún sentido
preguntármelo? Probablemente, la única pregunta que importa es si
verdaderamente él siente igual de importante lo que hemos hecho perdurar en el
tiempo, y supongo que, para esta cuestión, poca respuesta necesito, más que la
que me ha dado el propio tiempo. Afortunadamente, en cuanto a las otras
preguntas, siempre amanece y no vuelvo a cuestionármelas hasta algún otro
eclipse solar extraño.
Por
último, y más importante, me he dado cuenta de que esto no acaba aquí. Siempre,
siempre, siempre, estamos evolucionando. Y yo, tengo curiosidad por saber qué
escribiré de mí dentro de veinte años.