Era sábado 23 de Junio. Tarde de
desesperación por pasar San Juan en Paterna del Campo, donde precisamente San
Juan no se podría mojar los pies ni en una fuente… Decido llamar a mi buena
amiga (mejor no dar nombres para proteger la intimidad de la afectada). La
desesperación compartida se hace más llevadera, así que a ver si hablar con
ella me hace menos penoso el trance.
Su vida es mucho más entretenida que la mía, claro que ella difiere de esta opinión. Quizás tenga razón en que no sea lo que le gustaría, digo su vida, pero lo que no me puede negar es que es más entretenida: Lo siento, amiga, si te hubieras pasado todo el año en este pueblito (que por pequeño no tiene ni Mercadona, o sea mari, ¡NO TIENE MERCADONA! Y aunque tiene Día, es como si hubiera pasado por allí la marabunta porque el 90% de los estantes están vacíos, vaya, muy triste y en contra de las más básicas estrategias de marketing) y además sin las clases de pilates y aerobic que han sido mi único entretenimiento durante el curso (y donde además se encontraba lo mejor del pueblo); bueno, pues si te hubieras pasado aquí todo el año seguro que cambiabas de opinión.
No me ha quedado otra que tratar de consumir estos días, que se me han hecho eternos, hasta las vacaciones matando las horas comiendo pipas de calabaza (así se me ha puesto el culo, como una calabaza; menuda operación bikini). Por eso, la llamada del sábado a mi amiga era ya un necesario deber hacia mi figura: era eso o meter más calorías al body.
Su vida es mucho más entretenida que la mía, claro que ella difiere de esta opinión. Quizás tenga razón en que no sea lo que le gustaría, digo su vida, pero lo que no me puede negar es que es más entretenida: Lo siento, amiga, si te hubieras pasado todo el año en este pueblito (que por pequeño no tiene ni Mercadona, o sea mari, ¡NO TIENE MERCADONA! Y aunque tiene Día, es como si hubiera pasado por allí la marabunta porque el 90% de los estantes están vacíos, vaya, muy triste y en contra de las más básicas estrategias de marketing) y además sin las clases de pilates y aerobic que han sido mi único entretenimiento durante el curso (y donde además se encontraba lo mejor del pueblo); bueno, pues si te hubieras pasado aquí todo el año seguro que cambiabas de opinión.
No me ha quedado otra que tratar de consumir estos días, que se me han hecho eternos, hasta las vacaciones matando las horas comiendo pipas de calabaza (así se me ha puesto el culo, como una calabaza; menuda operación bikini). Por eso, la llamada del sábado a mi amiga era ya un necesario deber hacia mi figura: era eso o meter más calorías al body.
Tras contarme (bueno, más bien
darme pistas) su última catástrofe-decepción-indignación-joderquemierdadetíos-otrozumbadomáspalalista
(sí, dile a tu madre que ya le hemos puesto la Z al susodicho), no me queda
otra que concertar una cita urgente para el mismo sábado primero de vacaciones
en mi amada y deseada playa malagueña (que si bien no son las mejores playas de
Andalucía, son las mías, las de casa, las que están a diez minutos, para que me
ponga al día con todo lujo de detalles.
Muy bien, hoy es el día, el
primer sábado del resto de mi verano y puntuales a la cita nos encontramos en
la salida de la playa elegida para el evento. Tras esquivar los innumerables hoyos
del camino de acceso a la zona de aparcamiento (que no es moco de pavo teniendo
en cuenta que hay más baches que camino), nos bajamos cada una de nuestros
respectivos coches y pagamos la tasa habitual al encargado de velar por la
seguridad de nuestros vehículos, o sea, “el gorrilla”. Éste era, sin duda, un
meteorólogo frustrado que, de manera gratuita, sin aumentar la tarifa, nos
vaticina que tendríamos un día de playa fabuloso, con una temperatura del agua
ideal y sin olas (que como todo el mundo sabe se producen por el viento). Se ve
que nuestro improvisado hombre del tiempo padecía una rara enfermedad para la
que no hay presupuesto en I+D y que tiene por síntoma fundamental el
funcionamiento deficitario y degenerativo de los receptores de la piel que
captan los estímulos producidos precisamente por este agente geológico externo.
Así pues, como ya imaginaréis, ha sido un día donde, de manera gradual, hemos
pasado por una brisa-vendaval-conatodehuracán-tormentadearenadelcopón; pero no
adelantemos acontecimientos.
Como todo buen aficionado al
saludable arte del “playeo” sabe, no está bien plantar la sombrilla en el mismo
punto de entrada a la playa: Hay que buscar el hueco perfecto y éste nunca se
encuentra en línea recta hacia la orilla en este punto, que por otra parte está
más cerca de los aparcamientos; no, lo suyo es caminar, ya sea a izquierda o a
derecha (hay que señalar que para esta decisión no es necesario guiarse por tus
ideales políticos), hasta llegar al sitio deseado. La longitud del trecho
recorrido es variable, dependiendo de la concentración de parasoles ubicados en
el litoral.
Pues en este ritual estábamos cuando, ¡crack!, el asa de la neverita de mi amiga se rompe traicionando la tan buena relación que durante un buen número de veranos han tenido ella y mi amiga. Menos mal que mi amiga, con su habitual pragmatismo y perfeccionismo, tenía todas sus viandas bien encorsetadas en el tan útil y versátil papel film (tengo que investigar quién inventó este gran producto). Solo una solitaria pero fresca ciruela tuvo la desgracia de ser rebozada en la cálida arena que empezaba a alborotarse por la brisa marina moderada que ya se percibía notablemente.
Recogimos y limpiamos la fruta mancillada y proseguimos con relativo buen humor (más bueno el mío, que el de mi pobre amiga) hacia nuestra plaza playera que ya vislumbramos en el horizonte. No éramos conscientes del nuevo percance que nos acechaba, esperando sigiloso el momento justo para crispar nuestros nervios y regocijarse de nuestra desgracia. Sí amigos, cuando nos dispusimos a realizar el segundo acto ritual de un buen día de playa (lease: colonizar la ubicación plantando cual bandera nuestra sombrilla), una de las chanclas* de mi amiga se rompe inhabilitándola para su uso. No repetiré los improperios emitidos por mi compañera porque este blog es para todos los públicos, pero aunque pueda parecer una cuestión banal, solo debéis recordar las temperaturas que puede alcanzar la arena de nuestras playas en las horas más tórridas de los días del verano y recordad que habíamos andado un buen pedacito y, para rematar la cuestión, lo difícil de conducir descalzo… Menos mal que ahora yo, con mi habitual pragmatismo, que no perfeccionismo, siempre llevo unas chanclas en el maletero de mi coche en cualquier época del año, así que, mientras ella se quedaba protegiendo el lugar elegido, disponiendo el resto de nuestro mobiliario estival portátil, o sea, esterillas y toallas; yo deshice el camino recorrido para tomar las chanclas de repuesto que salvarían los pies de mi querida amiga.
Pues en este ritual estábamos cuando, ¡crack!, el asa de la neverita de mi amiga se rompe traicionando la tan buena relación que durante un buen número de veranos han tenido ella y mi amiga. Menos mal que mi amiga, con su habitual pragmatismo y perfeccionismo, tenía todas sus viandas bien encorsetadas en el tan útil y versátil papel film (tengo que investigar quién inventó este gran producto). Solo una solitaria pero fresca ciruela tuvo la desgracia de ser rebozada en la cálida arena que empezaba a alborotarse por la brisa marina moderada que ya se percibía notablemente.
Recogimos y limpiamos la fruta mancillada y proseguimos con relativo buen humor (más bueno el mío, que el de mi pobre amiga) hacia nuestra plaza playera que ya vislumbramos en el horizonte. No éramos conscientes del nuevo percance que nos acechaba, esperando sigiloso el momento justo para crispar nuestros nervios y regocijarse de nuestra desgracia. Sí amigos, cuando nos dispusimos a realizar el segundo acto ritual de un buen día de playa (lease: colonizar la ubicación plantando cual bandera nuestra sombrilla), una de las chanclas* de mi amiga se rompe inhabilitándola para su uso. No repetiré los improperios emitidos por mi compañera porque este blog es para todos los públicos, pero aunque pueda parecer una cuestión banal, solo debéis recordar las temperaturas que puede alcanzar la arena de nuestras playas en las horas más tórridas de los días del verano y recordad que habíamos andado un buen pedacito y, para rematar la cuestión, lo difícil de conducir descalzo… Menos mal que ahora yo, con mi habitual pragmatismo, que no perfeccionismo, siempre llevo unas chanclas en el maletero de mi coche en cualquier época del año, así que, mientras ella se quedaba protegiendo el lugar elegido, disponiendo el resto de nuestro mobiliario estival portátil, o sea, esterillas y toallas; yo deshice el camino recorrido para tomar las chanclas de repuesto que salvarían los pies de mi querida amiga.
A la vuelta, la brisa moderada
había subido en intensidad unos grados, lo cual nos obligó a realizar una
búsqueda exhaustiva de las mejores y más pesadas piedras del lugar para
asegurar las toallas y demás. La tarea puede parecer fácil, pero nos llevó un
buen rato tenerlo todo dispuesto, sobre todo por la pueril intención de mi
amiga de mantenerlas libres de arena con el viento que soplaba ya sin remilgos. En realidad, su toalla no
andaba del todo mal, la mía, en cambio, acabó llena de toda la arena de la de
ella cuando trataba, como os decía, dejar impoluto el dichoso trapito. ¡Pobre!
Se lamentó por llenarme de arena, pero en situaciones como ésta y recordando
otros momentos de viento costero peores que el que estábamos viviendo, le dije
que no pasaba nada. La verdad es que, aunque también prefiero tomar el sol sin
tanto granito por el cuerpo, lo cierto es que es mejor no luchar contra los
elementos, así que tengo más o menos asumido que en días de viento terminas
rebozado en arena.
Desde luego todo tiene un límite y, si no fuera por el deseo de pasar el día con ella y porque esta noche mi amiga iba a vestirse de blanco y deseaba lucir bronceado, cuando empecé a masticar arena mezclada con mi ensalada hubiera recogido bártulos y hubiera cogido carretera y manta… Pero bueno, la verdad es que nos hemos reído bastante, sobre todo cuando, junto con el paso de las horas, el sol se ha ido moviendo en el firmamento y, como ya me temía y en pos del bronceado deseado, mi amiga advierte que deberíamos cambiar la orientación de las toallas, para que Don Lorenzo no la tome más con un lado que con otro de nuestra anatomía. Le comenté a mi amiga mi teoría de que si te quedas en la misma posición, el sol primero te da por la izquierda y acaba dándote por la derecha, pero no coló. La segunda vez que sugirió la movilización, accedí a esta operación suicida. Sí, porque esto, además de la complicación que suponen las piedras y el intentar no cubrir de arena a todos nuestros vecinos (al menos, no más de la que el viento ya se encargaba de administrar), implicaba ponerse de cara al torrente eólico… Efectivamente, si a partir de hoy notáis que mi mirada está algo más achinada, ya sabéis a que se debe.
Desde luego todo tiene un límite y, si no fuera por el deseo de pasar el día con ella y porque esta noche mi amiga iba a vestirse de blanco y deseaba lucir bronceado, cuando empecé a masticar arena mezclada con mi ensalada hubiera recogido bártulos y hubiera cogido carretera y manta… Pero bueno, la verdad es que nos hemos reído bastante, sobre todo cuando, junto con el paso de las horas, el sol se ha ido moviendo en el firmamento y, como ya me temía y en pos del bronceado deseado, mi amiga advierte que deberíamos cambiar la orientación de las toallas, para que Don Lorenzo no la tome más con un lado que con otro de nuestra anatomía. Le comenté a mi amiga mi teoría de que si te quedas en la misma posición, el sol primero te da por la izquierda y acaba dándote por la derecha, pero no coló. La segunda vez que sugirió la movilización, accedí a esta operación suicida. Sí, porque esto, además de la complicación que suponen las piedras y el intentar no cubrir de arena a todos nuestros vecinos (al menos, no más de la que el viento ya se encargaba de administrar), implicaba ponerse de cara al torrente eólico… Efectivamente, si a partir de hoy notáis que mi mirada está algo más achinada, ya sabéis a que se debe.
En un último intento por
minimizar el bombardeo constante de las cíclicas avalanchas de arena que a bien
tenía el dios Eolo regalarnos, pusimos nuestra sombrilla a modo de escudo
frente a nosotras. La verdad es que pese a nuestros temores de que la sombrilla
saliera volando convirtiéndose en otro objeto volador peligroso, aunque
identificado, se mantuvo firme bajo nuestra estricta vigilancia. No obstante,
no conseguimos el objetivo, aunque, eso sí, los vecinos colindantes han disfrutado
de un buen espectáculo cómico durante un rato; seguro.
Dado que desde que he llegado de
Paterna, con la promesa de olvidar todos los sinsabores que este curso me ha
proporcionado, vivo en un completo estado de felicidad desbordante, se me ha
ocurrido allí mismo escribir en clave de humor el “fantástico” día de playa que
hemos tenido mi amiga y yo en mi primer sábado vacacional. Entre arena, viento
y demás no gratas experiencias del día, ella me ha podido contar con detalle
toda la historia que nos llevó a quedar hoy y, tras escucharla con atención, sé
que no se encuentra bien. Por eso, quizás el día tenía que ser así de caótico
para que nos riéramos de nuestra suerte. Y por eso te dedico con todo mi cariño
la crónica de este momento de verano, para que vuelvas a sonreír cuando lo leas. Te quiero, chata.
PD1: No he conseguido
que el todopoderoso Google me diga quién inventó el papel film de cocina. La
curiosidad me mata. Si alguien lo averigua, por favor, ilumínenme.
PD2: ¿Por qué llevo
siempre unas chanclas en el coche? Fácil, porque yo sí me leí las instrucciones
de uso de las mismas:
*chanclas: calzado veraniego
propio de los lugareños de la costa. Su diseño consta de una fina base de goma
y dos tiras de material variable sujetas a la base por tres únicos puntos
pilares, dos en la parte más o menos intermedia de la longitud de la base y a
ambos laterales del calzado y uno en la parte anterior del mismo que queda
situado entre el dedo pulgar e índice de cada pie. Debido a esta estructura de
alta ingeniería, resulta un calzado fresco que permite respirar el pie en los calurosos
días que suelen vivirse en las costas españolas, sin embargo, el fabricante
advierte que aún no ha conseguido que los usuarios no se quemen los pies al ser
utilizadas para caminar en la arena durante las horas centrales de los días de
la estación estival y recuerda la propensión a las rupturas inoportunas de
alguno de los elementos de sujeción anteriormente citados, sobre todo el que
queda entre los dedos, sin el cual, el calzado queda inhabilitado para su uso.
Se recomienda llevar siempre unas de repuesto.