Una vez más, que ya va oliendo a tradición, adelanto el regalo de cumpleaños a mi amiga Rocío. Y es que, ¿para qué esperar al catorce de septiembre, si se puede echar un rato a gusto de comida en tu terracita ahora que todavía hace buen tiempo? No vaya a ser que nos llueva...
Así que, yo llevo la piedra de asar, el objeto de regalo de este añito, Pepe lleva un vinito, muy rico, por cierto, y los anfitriones nos ponen por delante una carne exquisita que degustamos a buen ritmo, sin pausa, pero sin prisa.
Piscina para echar un rato con los niños y, de paso, refrescarnos, y conversación amena y a gusto, en el ambiente cálido que siempre proporciona estar entre amigos de siempre, de esos ante los cuales no hay que ir guardando la compostura.
Yo cada vez valoro más estos sencillos instantes. Una felicidad sin pretensiones, tan solo un rato en el que la mente no se ocupa de todo lo demás que nos machaca por las noches. Casi una felicidad que no se nota, pero, ¡cuánta importancia tiene! Por esta razón, aunque sean solo unas pocas líneas en este blog, escritas en la sala de profesores de mi nuevo destino, donde hoy estoy desocupada,un poco sin saber dónde meterme, debía dejar constancia de este domingo cualquiera, que fue un domingo especial. Porque vale la pena pararse un poco a recordar que momentos felices tenemos más de los que pensamos, porque vale la pena pararse a no dejarlos pasar sin darle su sitio. Probablemente, cuanto más nos empeñamos en colocarlos adecuadamente en las estanterías principales de nuestro corazón, menos hueco quedará en ellas para los que nos atormentan. Tal vez, estoy casi segura, en eso consiste ser feliz de verdad.
Feliz cumpleaños adelantado, Rocío. Y gracias por estar en mi vida un año más.
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