Si la amistad te ha traido por aquí, eres bienvenido para compartir mis momentos de tranquilidad, aquellos que podré dedicar a este diario, sin guión, ni intención.
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domingo, 15 de junio de 2014

POST SCRIPTUM



Hay momentos de plena y total clarividencia en los que todo parece encajar, si no en tu vida, al menos sí en tu mente. Son momentos efímeros en los que uno piensa que no podría estar más en paz. Seguro que todos habéis experimentado alguna vez esto que os digo. 

Pues como resultado de uno de estos instantes, la vaga idea de escribir un relato basado en mis experiencias vitales, se volvió una determinación. Lo malo es que la intención primera se ha visto desvirtuada en el momento mismo en que empecé a llenar las páginas.

Quería que la historia fuera un homenaje a los casi veinte años que hace que conozco a un amigo con el cuál he compartido cama en muchos y agradables momentos. Que ya que tan de moda está ahora eso de la novela erótica femenina, igual rescatando nuestros propios encuentros como material para una ficción podría hasta forrarme. Pero, después de  releer durante un día entero mis diarios de esos años, reír y llorar con los recuerdos y darme cuenta de la evolución que se ha producido en mí desde que lo conociera, me ha sido imposible escribir basándome en todo aquello quedándome solo con la parte calentita del asunto, para que fueran escenas de un tórrido cuento para adultos. Lo intenté, pero no pasaba del medio folio cuando ya estaba eliminando el documento. Un poco frustrante, dadas las ganas iniciales que tenía.

Al día siguiente comencé de nuevo. Esta vez partí del momento que me inspiró el deseo de escribir y
no cambié nombres. Yo era yo, él era él y lo que he contado no es ninguna ficción. Al final  no he escrito para forrarme, ni siquiera he escrito para que nadie (a excepción, tal vez, de él) lea nunca lo que, por resumir, ha sido una reflexión sobre cómo los complejos que arrastraba desde esa bendita etapa donde suelen forjarse estos complejos condicionaron, en esos años de juventud, la manera en que me he manejado en la vida, sobre todo, claro está, en lo que se refiere al sexo opuesto. Ha sido, como casi siempre que me pongo a derramar letras, un ejercicio positivo porque echar la mirada atrás  ha servido para darme cuenta de lo lejos, para bien, que estoy de ciertos conceptos y objetivos que tenía y me marcaba entonces, y que al no ser, ni los unos ni los otros, los correctos, me causaban continuamente frustración y lucha interna. 

Al margen de lo económico (que sigue yendo como el culo), hace tiempo que vengo sintiendo (y en este mismo bitácora en más de una ocasión he escrito al respecto) que ahora me siento mejor que nunca conmigo misma. Intuía, desde luego, que he llegado a sentirme así por todo lo que he ido viviendo y superando. Sin embargo, reflejar en setenta páginas esta evolución, usando como hilo conductor un personaje que ha sido una constante en todos estos años, ha servido para darme cuenta de varias cosas:

  •     Me siento más orgullosa de lo que imaginaba que estaba por ser como soy, con defectos incluidos.

  •     Agradezco el hecho de haber tenido siempre la inquietud de escribir y conservar diarios de casi todas las épocas de mi vida. Me ha recordado que debo seguir haciéndolo.

  •   Quiero más de lo que también ya intuía al otro protagonista de la historia por lo que directa o indirectamente ha aportado a mi vida. Seguro que él no es consciente, aunque confío sabrá valorarlo cuando lea lo que, en definitiva, empezó siendo un relato para él.

  •      Aquellos complejos de antaño no se evaporaron, aún hoy tratan de hacer daño a veces y seguir dirigiendo mis pasos, pero no son ya tan fieros. La mayor parte de las veces están encerrados a buen recaudo gracias a todo lo que he conseguido amarme.

  •        Por más clara que tenga las cosas y por más satisfecha que me sienta ahora con respecto a mis emociones,  siempre hay preguntas que nunca tendrán respuesta, pero, no con frecuencia, pero sí alguna que otra vez, de año en año, asaltan mi mente dejándome una noche en blanco: ¿Qué hubiera sido mi vida si aquel primer novio mío no hubiera muerto? ¿Estaría ahora casada y con un par de hijos, tal vez? ¿Posiblemente entonces mi diario hubiera sido una empalagosa lista de días rosa, en vez de un torrente de pasiones a veces algo sórdidas? Y sin aquellos complejos que me condicionaron, ¿hubiera si quiera conocido a mi amigo? ¿Hubiera sido nuestra relación diferente? ¿Seguiría habiendo ahora relación? ¿Sería mejor? No lo sé, y, sinceramente, ¿tiene algún sentido preguntármelo? Probablemente, la única pregunta que importa es si verdaderamente él siente igual de importante lo que hemos hecho perdurar en el tiempo, y supongo que, para esta cuestión, poca respuesta necesito, más que la que me ha dado el propio tiempo. Afortunadamente, en cuanto a las otras preguntas, siempre amanece y no vuelvo a cuestionármelas hasta algún otro eclipse solar extraño.

Por último, y más importante, me he dado cuenta de que esto no acaba aquí. Siempre, siempre, siempre, estamos evolucionando. Y yo, tengo curiosidad por saber qué escribiré de mí dentro de veinte años.

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