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martes, 22 de septiembre de 2015

PRIMERA SEMANA EN CHICLANA: ¡¡¡VACANTE!!!

Aunque parezca mentira, es el primer rato que tengo en toda una semana para respirar... aunque solo un rato, no vaya a ser que me acostumbre... ¡¡¡UFFF!!! ¡Menuda semanita de locura! 

Al estrés que ya arrastraba por el asunto del examen, se le ha sumado la odisea de tomar posesión de destino, que este año ha sido especialmente caótico para mí. No es de extrañar que el domingo pasado me acabara dando una bajada de tensión que me obligó a acostarme, sí o sí, un par de horas a media tarde.

Pero bueno, todo, poco a poco, se está poniendo en su lugar y ya veo la paz al final del túnel de la adaptación. Con todo, se presenta un curso intenso: tengo un horario algo especial, ya que imparto clases en diurno y nocturno. Además una asignatura nueva de la que no hay temario alguno, lo que implica tener ue elaborarlo, o que, a su vez, implica muchas horas de trabajo extra. Y por si  fuera poco, este año toca opositar... No tengo ni idea de cómo voy a hacer para sacar tiempo para estudiar, pero hay algo que tengo claro: sea como sea, también tengo que sacar tiempo para VIVIR. Es la primera vacante que tengo en mucho tiempo y en el centro se respira un buen ambiente de interinos y de compañeros en general, así que estoy dispuesta a aprovecharlo al máximo. Ya se cuece por ahí una quedada, así que genial. 

Por otra parte, aunque el pueblo no es bonito, precisamente, yo he tenido la suerte de encontrar un
sitio fuera del núcleo urbano, cerca de la playa, aunque no demasiado lejos del instituto, con unas condiciones estupendas: recinto privado con piscinón, bar-terraza, guarda privado que hasta te recoge la basura por las noches... y ¡wi-fi!, ¡qué más se puede pedir! Así que tanto mi Gea como yo vamos a disfrutar del lugar y encantadas de recibir alguna que otra visita... De hecho ya he tenido acompañante para estrenar una cena en mi porche; nada especial, no tuve tiempo de cocinar, pero, ¡oye!, me supo a gloria, la comida, y la compañía, ¡desde luego!

Esta mañana, que como digo, por fin la he tenido un poco más "light", he dado las pocas horas de clase que me correspondían y he tirado como una flecha para la playa. En estos días la he visitado para darme mi "walking" diario, pero hasta hoy no he podido plantar la toalla y disfrutar de un buen rato de lectura y de la tranquilidad de la arena a estas alturas del año. Escuchaba el movimiento tranquilo del agua y también los cascabeles de la caña de un señor pescando  a algunos metros más lejos de mí. Respiraba la sal en la suave brisa y con cada inspiración he sentido como se llenaba de vida cada una de mis células. De tranquilidad. Me pregunto qué sería de mí sin el mar, en serio. Ya la otra noche llegué hasta la orilla tan solo por sentirlo cerca. Y es que, como mi familia, el mar es algo seguro, una constante, el lugar que hace que nunca pierda el norte. Y cuando los días son tan desordenados y tan llenos de locura, como lo han sido estos últimos, es un bálsamo para mi alma. 
Probablemente sentiré la necesidad de él más de una vez este curso :)

                                                     Suerte que lo voy a tener cerca.


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