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sábado, 30 de junio de 2012

CRÓNICA DEL PRIMER SÁBADO DEL "SUMMER TIME" 2012


Era sábado 23 de Junio. Tarde de desesperación por pasar San Juan en Paterna del Campo, donde precisamente San Juan no se podría mojar los pies ni en una fuente… Decido llamar a mi buena amiga (mejor no dar nombres para proteger la intimidad de la afectada). La desesperación compartida se hace más llevadera, así que a ver si hablar con ella me hace menos penoso el trance.

Su vida es mucho más entretenida que la mía, claro que ella difiere de esta opinión. Quizás tenga razón en que no sea lo que le gustaría, digo su vida, pero lo que no me puede negar es que es más entretenida: Lo siento, amiga, si te hubieras pasado todo el año en este pueblito (que por pequeño no tiene ni Mercadona, o sea mari,  ¡NO TIENE MERCADONA!  Y aunque tiene Día, es como si hubiera pasado por allí la marabunta porque el 90% de los estantes están vacíos, vaya, muy triste y en contra de las más básicas estrategias de marketing) y además sin las clases de pilates y aerobic que han sido mi único entretenimiento durante el curso (y donde además se encontraba lo mejor del pueblo); bueno, pues si te hubieras pasado aquí todo el año seguro que cambiabas de opinión.

 No me ha quedado otra que tratar de consumir estos días, que se me han hecho eternos, hasta las vacaciones matando las horas comiendo pipas de calabaza (así se me ha puesto el culo, como una calabaza; menuda operación bikini). Por eso, la llamada del sábado a mi amiga era ya un necesario deber hacia mi figura: era eso o meter más calorías al body.

Tras contarme (bueno, más bien darme pistas) su última catástrofe-decepción-indignación-joderquemierdadetíos-otrozumbadomáspalalista (sí, dile a tu madre que ya le hemos puesto la Z al susodicho), no me queda otra que concertar una cita urgente para el mismo sábado primero de vacaciones en mi amada y deseada playa malagueña (que si bien no son las mejores playas de Andalucía, son las mías, las de casa, las que están a diez minutos, para que me ponga al día con todo lujo de detalles.

Muy bien, hoy es el día, el primer sábado del resto de mi verano y puntuales a la cita nos encontramos en la salida de la playa elegida para el evento. Tras esquivar los innumerables hoyos del camino de acceso a la zona de aparcamiento (que no es moco de pavo teniendo en cuenta que hay más baches que camino), nos bajamos cada una de nuestros respectivos coches y pagamos la tasa habitual al encargado de velar por la seguridad de nuestros vehículos, o sea, “el gorrilla”. Éste era, sin duda, un meteorólogo frustrado que, de manera gratuita, sin aumentar la tarifa, nos vaticina que tendríamos un día de playa fabuloso, con una temperatura del agua ideal y sin olas (que como todo el mundo sabe se producen por el viento). Se ve que nuestro improvisado hombre del tiempo padecía una rara enfermedad para la que no hay presupuesto en I+D y que tiene por síntoma fundamental el funcionamiento deficitario y degenerativo de los receptores de la piel que captan los estímulos producidos precisamente por este agente geológico externo. Así pues, como ya imaginaréis, ha sido un día donde, de manera gradual, hemos pasado por una brisa-vendaval-conatodehuracán-tormentadearenadelcopón; pero no adelantemos acontecimientos.

Como todo buen aficionado al saludable arte del “playeo” sabe, no está bien plantar la sombrilla en el mismo punto de entrada a la playa: Hay que buscar el hueco perfecto y éste nunca se encuentra en línea recta hacia la orilla en este punto, que por otra parte está más cerca de los aparcamientos; no, lo suyo es caminar, ya sea a izquierda o a derecha (hay que señalar que para esta decisión no es necesario guiarse por tus ideales políticos), hasta llegar al sitio deseado. La longitud del trecho recorrido es variable, dependiendo de la concentración de parasoles ubicados en el litoral.

Pues en este ritual estábamos cuando, ¡crack!, el asa de la neverita de mi amiga se rompe traicionando la tan buena relación que durante un buen número de veranos han tenido ella y mi amiga. Menos mal que mi amiga, con su habitual pragmatismo y perfeccionismo, tenía todas sus viandas bien encorsetadas en el tan útil y versátil papel film (tengo que investigar quién inventó este gran producto). Solo una solitaria pero fresca ciruela tuvo la desgracia de ser rebozada en la cálida arena que empezaba a alborotarse por la brisa marina moderada que ya se percibía notablemente.

 Recogimos y limpiamos la fruta mancillada y proseguimos con relativo buen humor (más bueno el mío, que el de mi pobre amiga) hacia nuestra plaza playera que ya vislumbramos en el horizonte. No éramos conscientes del nuevo percance que nos acechaba, esperando sigiloso el momento justo para crispar nuestros nervios y regocijarse de nuestra desgracia. Sí amigos, cuando nos dispusimos a realizar el segundo acto ritual de un buen día de playa (lease: colonizar la ubicación plantando cual bandera nuestra sombrilla), una de las  chanclas* de mi amiga se rompe inhabilitándola para su uso. No repetiré los improperios emitidos por mi compañera porque este blog es para todos los públicos, pero aunque pueda parecer una cuestión banal, solo debéis recordar las temperaturas que puede alcanzar la arena de nuestras playas en las horas más tórridas de los días del verano y recordad que habíamos andado un buen pedacito y, para rematar la cuestión, lo difícil de conducir descalzo… Menos mal que ahora yo, con mi habitual pragmatismo, que no perfeccionismo, siempre llevo unas chanclas en el maletero de mi coche en cualquier época del año, así que, mientras ella se quedaba protegiendo el lugar elegido, disponiendo el resto de nuestro mobiliario estival portátil, o sea, esterillas y toallas; yo deshice el camino recorrido para tomar las chanclas de repuesto que salvarían los pies de mi querida amiga. 

A la vuelta, la brisa moderada había subido en intensidad unos grados, lo cual nos obligó a realizar una búsqueda exhaustiva de las mejores y más pesadas piedras del lugar para asegurar las toallas y demás. La tarea puede parecer fácil, pero nos llevó un buen rato tenerlo todo dispuesto, sobre todo por la pueril intención de mi amiga de mantenerlas libres de arena con el viento que soplaba ya  sin remilgos. En realidad, su toalla no andaba del todo mal, la mía, en cambio, acabó llena de toda la arena de la de ella cuando trataba, como os decía, dejar impoluto el dichoso trapito. ¡Pobre! Se lamentó por llenarme de arena, pero en situaciones como ésta y recordando otros momentos de viento costero peores que el que estábamos viviendo, le dije que no pasaba nada. La verdad es que, aunque también prefiero tomar el sol sin tanto granito por el cuerpo, lo cierto es que es mejor no luchar contra los elementos, así que tengo más o menos asumido que en días de viento terminas rebozado en arena.

 Desde luego todo tiene un límite y, si no fuera por el deseo de pasar el día con ella y porque esta noche mi amiga iba a vestirse de blanco y deseaba lucir bronceado, cuando empecé a masticar arena mezclada con mi ensalada hubiera recogido bártulos y hubiera cogido carretera y manta… Pero bueno, la verdad es que nos hemos reído bastante, sobre todo cuando, junto con el paso de las horas, el sol se ha ido moviendo en el firmamento y, como ya me temía y en pos del bronceado deseado, mi amiga advierte que deberíamos cambiar la orientación de las toallas, para que Don Lorenzo no la tome más con un lado que con otro de nuestra anatomía. Le comenté a mi amiga mi teoría de que si te quedas en la misma posición, el sol primero te da por la izquierda y acaba dándote por la derecha, pero no coló. La segunda vez que sugirió la movilización, accedí a esta operación suicida. Sí, porque esto, además de la complicación que suponen las piedras y el intentar no cubrir de arena a todos nuestros vecinos (al menos, no más de la que el viento ya se encargaba de administrar), implicaba ponerse de cara al torrente eólico… Efectivamente, si a partir de hoy notáis que mi mirada está algo más achinada, ya sabéis a que se debe. 

En un último intento por minimizar el bombardeo constante de las cíclicas avalanchas de arena que a bien tenía el dios Eolo regalarnos, pusimos nuestra sombrilla a modo de escudo frente a nosotras. La verdad es que pese a nuestros temores de que la sombrilla saliera volando convirtiéndose en otro objeto volador peligroso, aunque identificado, se mantuvo firme bajo nuestra estricta vigilancia. No obstante, no conseguimos el objetivo, aunque, eso sí, los vecinos colindantes han disfrutado de un buen espectáculo cómico durante un rato; seguro. 

Dado que desde que he llegado de Paterna, con la promesa de olvidar todos los sinsabores que este curso me ha proporcionado, vivo en un completo estado de felicidad desbordante, se me ha ocurrido allí mismo escribir en clave de humor el “fantástico” día de playa que hemos tenido mi amiga y yo en mi primer sábado vacacional. Entre arena, viento y demás no gratas experiencias del día, ella me ha podido contar con detalle toda la historia que nos llevó a quedar hoy y, tras escucharla con atención, sé que no se encuentra bien. Por eso, quizás el día tenía que ser así de caótico para que nos riéramos de nuestra suerte. Y por eso te dedico con todo mi cariño la crónica de este momento de verano, para que vuelvas a sonreír cuando lo leas.  Te quiero, chata. 

PD1: No he conseguido que el todopoderoso Google me diga quién inventó el papel film de cocina. La curiosidad me mata. Si alguien lo averigua, por favor, ilumínenme. 

PD2: ¿Por qué llevo siempre unas chanclas en el coche? Fácil, porque yo sí me leí las instrucciones de uso de las mismas:

*chanclas: calzado veraniego propio de los lugareños de la costa. Su diseño consta de una fina base de goma y dos tiras de material variable sujetas a la base por tres únicos puntos pilares, dos en la parte más o menos intermedia de la longitud de la base y a ambos laterales del calzado y uno en la parte anterior del mismo que queda situado entre el dedo pulgar e índice de cada pie. Debido a esta estructura de alta ingeniería, resulta un calzado fresco que permite respirar el pie en los calurosos días que suelen vivirse en las costas españolas, sin embargo, el fabricante advierte que aún no ha conseguido que los usuarios no se quemen los pies al ser utilizadas para caminar en la arena durante las horas centrales de los días de la estación estival y recuerda la propensión a las rupturas inoportunas de alguno de los elementos de sujeción anteriormente citados, sobre todo el que queda entre los dedos, sin el cual, el calzado queda inhabilitado para su uso. Se recomienda llevar siempre unas de repuesto.