Si la amistad te ha traido por aquí, eres bienvenido para compartir mis momentos de tranquilidad, aquellos que podré dedicar a este diario, sin guión, ni intención.
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lunes, 4 de marzo de 2024

CAMINANDO CON MI MADRE (SARRIA- SANTIAGO DE COMPOSTELA, FEBRERO, 2024)

El pasado 23 de febrero, mi madre y yo pusimos rumbo a Galicia para emprender juntas el Camino de Santiago.

Hemos hecho parte del "camino francés", las etapas desde Sarria. No ha sido fácil. Era arriesgado tratar de hacer el camino en febrero y, como era de esperar, ha llovido casi todo el tiempo. La lluvia constante del primer día me ha ocasionado una lesión en la rodilla. Sin darte cuenta, vas forzando la máquina por tratar de llegar antes debido a que no hace más que llover y no encuentras en esta época casi ningún refugio abierto donde descansar un poco a lo largo de la etapa; vas sorteando los charcos cuando ya llevan una cantidad considerable de agua y el terreno, ya de por sí irregular, se vuelve traicionero para unas piernas que no acostumbran a diblar constantemente en pos de no acabar como, a pesar de todo, acabamos: con el Miño dentro de las botas. El resultado ha sido un esguince leve en la rodilla derecha y sobrecarga en la contraria con el que he tenido que caminar en los días posteriores hasta que ya no pude más. Ahora no sé cuánto tiempo me va a costar recuperarme del sobre esfuerzo por querer caminar en esos días posteriores, sobre todo, dos días que no llovió y que quise aprovechar. Con todo, aunque no creo que más adelante a mí me apetezca volver a repetir esta gesta, no puedo arrepentirme. He caminado por los paisajes que imaginaba en aquellos días en los que escribía mis cuentos de hadas personalizados. He respirado la vida que lo invade todo cuando el
agua fluye con descaro y generosidad. Me he impregnado del verde de los musgos y helechos, de los robles y castaños que esperan a la primavera y de los eucaliptos que pretenden quedarse con todo. He saludado a las vacas que pastaban bajo la lluvia sin que aparentemente ésta les moleste  y a los caballos gallegos que desde hace miles de años cuidan el macizo Galaico sin ser conscientes de su fragilidad como especie. Por más que las fotos y vídeos que hemos hecho nos puedan servir de recuerdo, lo cierto es que lo que realmente te traes en el corazón no se puede fotografiar, ni tan si quiera expresar con palabras. Al menos, yo no puedo.
Al final de cada día, he tomado algunas notas para acordarme de algún detalle y he ido con ellas rellenando un pequeño cuaderno que diseñé y fabriqué con mis propias manos para esta ocasión. Ahora, podría remitirme a él para contar en este espacio ese diario. Sin embargo, sigue siendo insuficiente para contar lo que importa. Y lo que importa es la amabilidad de la gente con la que hemos interaccionado, como el taxista que me recogió el segundo día, José Ramón, cuando en la mitad de la etapa el dolor de la rodilla era ya insoportable, que esperó en el centro de salud a que me atendieran para luego llevarnos hasta el hostal de Palas de Rei sin cobrarme esa carrera. Al día siguiente, lo encontramos en Melide, en la cafetería de la pensión en la que nos tocaba alojarnos y pudimos invitarle a un "agüita", que ni un vinito nos aceptó porque seguía de servicio. Pudimos contarle que con los antiinflamatorios y la rodillera pude completar una de las etapas más bonitas del camino. Nos deseó que pudiéramos seguir igual la siguiente, pero nos ofreció en todo momento llamarle si lo necesitábamos. Carmen, quien nos sirvió en la pensión Berenguela, me proporcionó hielo para mi dolorida articulación y se encargó de contactar con el siguiente alojamiento que, al parecer, está regentado por familia suya, con lo que ya estaban al tanto de mi percance cuando llegamos. ¡Qué maravilla de lugar! La Casa Brandariz es un paraíso en medio del camino. Todo un lujo en el que disfrutamos de una atención maravillosa. Leyre, Eduardo y Bimba, la perra. Y Petra, una fisioterapeuta que, si bien no me podía quitar el esguince, alivió mis piernas sobre cargadas. Nunca olvidaremos la estancia en esa antigua casa de labranza del siglo XVI reconvertida en una magnífica casa de huéspedes. Las noruegas, dos niñas de 19 y 20 años que viajaban con la misma agencia. Apenas si hemos hablado con ellas, pero nos hemos visto en cada desayuno y en cada cena, así
que, a pesar de no haber entablado conversación con ellas, los guiños y saludos deseando un buen camino han sido suficiente. Al iniciar la última etapa ellas nos pidieron hacernos un selfie y, ya en Santiago, decidí devolverles el gesto regalándoles una pulserita que compré a juego con la que compré para mi madre y para mí misma. Sentí que ellas habían caminado ese día de intensa lluvia por ellas y por nosotras, que tan solo pudimos hacer los últimos cuatro kilómetros para entrar en Santiago caminando. Así se lo dije sin poder evitar emocionarme en ese momento, igual que ellas se emocionaron también con el pequeño regalo. Pues sí, la verdad es que el camino es emocionante. El sábado pasado, cuando ya por fin estaba en casa, con mis gatos a los que he echado muchísimo de menos y por los que estuve preocupada desde antes de emprender la marcha (que ésa es otra: la odisea de viajar teniendo cuatro gatos que nunca se han separado de mí, ni yo de ellos, que han debido trasladarse a una casa desconocida para ellos, que sin entender a qué vienen estos cambios han debido pasarlo regular, y yo, que sí lo sé, lo he pasado mal por ellos), cuando limpiaba los areneros que han utilizado en casa de mi madre, cuando puse la lavadora con la ropa del camino, cuando fui al súper para reponer mi nevera, cuando, por fin, me duché y me senté en mi sofá... no dejaba de tener un pellizco en el estómago; era como un vacío, no sé, tenía ganas de llorar y no sabía identificar la razón.
Ayer domingo, continuaba con esta sensación e incluso ahora que trato de analizarla escribiendo estas palabras, me vuelve a invadir. Son sentimientos encontrados, creo. Yo tenía un objetivo claro al proponerle este viaje a mi madre: quería compartir con ella estos días porque ella ha manifestado en muchas ocasiones el deseo de hacer un viaje conmigo. Ahora que ya no me retienen unas oposiciones que preparar, he sentido que era el momento de hacerlo y quería que fuese El Camino porque caminar es un gusto que comparto con ella. La dimensión espiritual de la peregrinación me parecía también ideal para compartirla con ella, que la vive intensamente. Y lo que yo deseaba es que durante el camino a mí me saliera ser más cariñosa con ella, que es lo que se merece. Mis sentimientos están encontrados porque, por un lado, he cumplido el objetivo de compartir con ella el camino y la oración, pero no creo que haya cumplido mi objetivo de ser cariñosa. Y supongo que me entristece, pero tengo
que asumir que no puedo ser lo que no soy. No me salen los abrazos que pienso y no me salen los "te quiero" que siento. Solo me salen las palabras cuando las escribo en soledad y no puedo más que seguir ofreciéndote mis sentimientos de esta forma. Ojalá sepas que cada paso que he dado contigo en este accidentado camino ha tenido esa última intención, que cada misa que he escuchado contigo te la he dedicado y que hasta cada silencio, tenía esa última intención. La vida que he elegido, teniendo cuatro criaturas a las que cuidar, me limita mucho el hecho de dejar mi casa por varios días. De hecho, he vuelto diciendo que no se me ocurrirá volver a viajar en mucho tiempo, así que, supongo que, por eso, he sentido como que no volveré a tener la oportunidad de hacer algo así contigo, por lo que, tal vez, la sensación de haber fracasado en mi objetivo de demostrarte mi cariño de otra forma en esta ocasión es mayor. Pero, bueno, supongo que tampoco hace falta un viaje para que se den oportunidades. Te prometo, mamá, que tengo la necesidad de quererte como tú quieres que te quiera. Pero si acaso me sigue saliendo tan mal (ya mi padre me decía "vacaburra" por algo), al menos, recuerda que, aunque no sea lo cariñosa que me gustaría ser, los sentimientos me van por dentro siempre. Siempre. Siempre.