Si la amistad te ha traido por aquí, eres bienvenido para compartir mis momentos de tranquilidad, aquellos que podré dedicar a este diario, sin guión, ni intención.
Y si es el azar lo que ha hecho que aterrices con un click en este blog, bienvenido también: si llegaste y encontraste algo que te sirva, mejor.

domingo, 15 de julio de 2018

UNA ESCAPADA MUY DESEADA

Hace ya algo más de quince días que estoy de vacaciones. Este curso ha sido un regalo para mí y ha terminado con un broche de oro: numerosas muestras de cariño de mis alumnos a través de sus pequeños regalos e incluso de algunas lágrimas de una chiquilla arrepentida de no haberse portado demasiado bien en las clases; algo que, si os digo la verdad, para mí ha supuesto aún más regocijo,
pues aunque haya sido tarde, ella ha sabido valorar el esfuerzo de ésta que suscribe, así que, ¿qué os voy a decir? Si el curso pasado acabé pensando lo peor de mí como profesional por todo lo que me tocó vivir sin que acertara a gestionarlo de un buen modo, este año he recuperado mi confianza, mi autoestima y, lo que es más importante, mi ilusión. El último detalle hacia mi labor lo he recibido de parte de la dirección del centro. Me ha hecho gracia, es un diploma simpático que contiene una nota a pie de hoja que advierte que no es un diploma que conceda puntos para las oposiciones y demás, y, sin embargo, no creo que tenga otro diploma, por más oficial que sea, que tenga tanto valor como éste. Así que está colgado en mi muro de recuerdos importantes y, por supuesto, estará aquí y en mi corazón por siempre.

He agradecido que llegaran las vacaciones. Todos estábamos ya muy cansados y el calor pide playa y relax, no estar encerrados en las aulas, pero las comencé sin poder evitar un pequeño bajón de ánimo, porque prescindir de la rutina laboral sin más planes inmediatos que ir del gimnasio a la piscina o playa y luego una tarde llena de... nada, bueno, pues tuve mis días, para  qué decir más. Pero tampoco me he preocupado mucho. Ya estoy acostumbrada a que me pasen estas cosas y sencillamente, lo he tomado como lo que en realidad es, nada que tenga importancia. He respirado y he esperado a que las cosas vayan llegando. Y así, recibí la visita la semana pasada de mi amiga Patricia, a la que no veía desde hacía unos años y tuvimos un reencuentro muy grato. Una comida vegana que le serví con todo mi cariño y una tarde de piscina placentera. Espero, como le dije, que no dejemos pasar esta vez tanto tiempo en volver a vernos. A mí ese rato me sirvió para salir del "bajoncillo" y el verano ha tomado su verdadero color desde entonces.

Y esta semana, por fin, ha surgido la primera escapadita del verano. Hacía mucho que quería repetir una ruta que hicimos mi hermana y yo hace más de diez años por las playas de Cádiz. Esta vez hemos reducido la caminata de tres jornadas a una sola, pero bueno, no ha dejado de ser estupendo caminar el sábado toda la playa de Conil, el Palmar y Zahora hasta llegar al faro de Trafalgar. La idea era
hacer ida y vuelta, un total de 25 km, pero debido a nuestra poca previsión con respecto a la subida de la marea, junto con algún achaque de estos de los "taitantos", pensamos que mejor hacíamos parte de la vuelta por la carretera para evitar una zona que me resultaba más incómoda por la playa, y retornar a ella pasada esa zona. Se suponía que iba a ser cuestión de un pequeño rodeo, sin embargo, lo que el mapita no nos dijo es que para regresar a la playa pasada esa zona, todos los caminos que nos íbamos a encontrar eran pasos privados. Resultado: dos catetas caminando a pleno sol por la carretera de vuelta a Conil, poniendo en riesgo nuestros cuerpos serranos porque la carreterita no tiene ni dos centímetros de arcén, así que las circunstancias nos obligaron a seguir con cuidado hasta la gasolinera que nos indicó el mapa más próxima y desde allí, hacer los últimos kilómetros en taxi que, por cierto, como ya supondréis fue una clavada...

Así que no cumplimos con nuestro objetivo de kilometraje, pero sí con el propósito de pasarlo bien,
porque no hay palabras para describir el pedazo de baño de felicidad que nos dimos una vez llegamos al faro de Trafalgar y la horita que nos pasamos allí tumbadas en bolas retomando fuerzas. Ni el momento "campo de girasoles"... Eso no lo cuento porque es de estas coas que solo tienen gracia cuando las vives, pero nos reímos un rato en nuestro momento más desesperado de ruta suicida por la carretera y espero que mi hermana sí se vuelva a reír cuando lea esto. Cumplimos nuestro propósito de pasarlo bien juntas desde la noche de llegada a un pequeño hostal llamado "Batato", que nos sorprendió gratamente. Nuestra noche en Vejer resultó de lo más agradable. Un entorno privilegiado y echando a suerte en qué barecito debíamos degustar la gastronomía del lugar, porque cuesta trabajo decidirse entre tantos locales que surgen como setas en cada rincón...
Y luego unas copas y un baile al ritmo de música en directo en otro garito que nos recomendaron mientras flipábamos con las mejores alcachofas a la plancha que hemos probado nunca (sin desmerecer las alcachofas de mamá, que son pa´ morirse de gusto). Anoche, doloridas hasta las pestañas pero felices, dimos una última vuelta por el pueblo. A mí me parecía imposible estar dando un solo paso más después del día de "walking", y además en tacones y por suelo empedrado cuesta arriba y cuesta abajo, pero  la verdad es que valió la pena ver con la luz de la tarde la judería, el mirador, la iglesia y el castillo, y, por fin, encontrar la heladería que era nuestra última meta. Nos tomamos nuestro helado sentaditas en una de esas callejuelas encantadoras casi en silencio. Yo, dedicando todos mis sentidos a disfrutar únicamente de ese momento, como buena "mindfulnera". Y después
de ese helado que se ha convertido en el mejor que me he comido nunca, decidimos que lo único que queríamos era tumbarnos en la cama de ese hostalito nuestro y pasar nuestras últimas horas echando un sueño de diez horas que nos ha sentado de lujo.

Hemos regresado pronto porque mi hermana tenía un compromiso muy importante. Esta misma tarde salía para Madrid para acudir a la boda de una buena amiga. Desde aquí, que sé que a veces me lee, le doy un fuerte abrazo y que esa celebración solo sirva para reforzar la vida de amor que ya comenzó hace años y de los que ya tienen a sus dos mejores testigos: dos niñas preciosas que van a poder disfrutar de la boda de sus padres. A veces, empezar al revés las cosas puede ser más hermoso. A mí, particularmente,
me encanta la gente que lo hace todo como le da la gana y cuando le da la gana. ¡¡¡Felicidades!!!

Bien, es hora de ir acabando este post. El miércoles que viene me reúno con algunos compis de este curso para seguir con la que espero se convierta en una tradición. Será nuestra segunda quedada para comer en lugares con encanto y seguir en contacto. Brindaré por ello.

Como ya os dije al principio, no me preocupaba en exceso mis días de bajoncillo, tal y como llegaron, se fueron. Solo hay que aceptar que todos los días no pueden ser geniales, que no hace falta tener un plan para cada minuto de las vacaciones, que sencillamente es mejor dejar que todo fluya sin dejar que los días bajos sean un problema. Aceptar todos nuestros estados de ánimo con amabilidad es la mejor forma de ser feliz de verdad. Una vez más debo hacer esta reflexión en voz alta: no reniego de mis momentos bajos. Hay mucho aprendizaje en esos ratos para valorar lo bueno de la vida. Para mí, tener una actitud positiva no es no permitirme esos bajones, ni unas lágrimas, ni obligarme a no sentir tristeza. Para mí ser positivo es descubrir y reconocer que tengo un día malo, aceptarlo como parte de mis días, contemplarlo sin más,  sin recrearme en esa tristeza o esa melancolía o esa soledad, simplemente, dando por hecho que el siguiente será de otra forma, y punto.  Simplemente, diciendo también que sí a las propuestas de felicidad que te da la vida, como un rato en la compañía de una amiga, una escapadita con tu hermana o una comida con los compañeros. A ver qué más cosas me trae el resto del verano.