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sábado, 25 de abril de 2020

MIS DÍAS DE CORONAVIRUS. seis semanas de confinamiento

Hoy es el cumpleaños de mi hermana. Ya la felicité por facebook, luego una llamada telefónica...pero no he comido con ella, no le he dado un regalo y no le he dado un beso. No es la primera vez que no podemos estar juntas para uno de nuestros cumpleaños, pero, en esta ocasión, estar tan cerca y, sin embargo, tan obligadas a estar separadas se me está haciendo cuesta arriba. 

En fin, se me está haciendo cuesta arriba ya casi todo, como a todos...

La primavera se está yendo por la ventana. La lluvia de abril me deja un paisaje verde bajo un cielo plateado que disfrutan libres los pájaros a los que puedo escuchar de tertulia en las copas de los eucaliptos de aquí enfrente. Y, con bastante frecuencia, una bandada  realiza su baile de exhibición demostrando su sincronía dominando es espacio que habitan. Hoy, más que nunca, se me antoja envidiable tal libertad. 


Eso frente a mi casa. Luego, las redes se han inundado de imágenes, para nosotros, insólitas, como
flamencos en una playa de Málaga, ciervos trotando en otra en Huelva, cabras montesas saltando barandillas en el centro de un pueblo, peces en los canales de Venecia, caballos en libertad, delfines... la naturaleza entera disfrutando, por fin, de este planeta que, tan suyo es como nuestro, pero que el ser humano ha acaparado para sí, echándolos, haciendo que huyan de nuestra presencia que, ya aprendieron hace tiempo, tan dañina les resulta.

Se me hace cuesta arriba seguir aquí encerrada, echo de menos poder bajar a la playa a caminar, ver el mar, respirar la sal y dejar que la arena se cuele entre los dedos de mis pies, y deseo que todo esto pase ya para volver a ver a los míos, para disfrutar de una cena en compañía, para, sencillamente, pasear por mi pueblo. Pero, una parte de mí, siente tristeza al pensar que cuando todo esto pase para nosotros, ellos volverán a tener que retirarse para sobrevivir. Me da pena pensar que el planeta, que ahora respira, volverá pronto a tener el aire viciado con nuestra polución. 

Todo el mundo dice que de todo esto vamos a aprender mucho y que van a cambiar muchas cosas para bien... Yo no sé... Deseo que así sea y que la batalla que cada año libro en mis clases tratando de concienciar a mi alumnado sobre la importancia de proteger nuestro planeta con nuestros hábitos de consumo, sea ahora una batalla menos quijotesca, y, en vez de sentirme sola ante los molinos de viento, haya toda una sociedad concienciada que respalde mis esfuerzos. Pero, lo siento, no soy tan
optimista. No, cuando veo cada vez que bajo al supermercado, como la acera de la calle colindante se llena de guantes azules de gente sucia e inconsciente; no, cuando ya se ven imágenes de pescadores sacando estos mismos guantes y mascarillas usadas en sus redes. ¿Realmente estamos aprendiendo algo?

Es cierto que no se puede extender estas conductas a toda la población y seguro seremos más los cívicos que los incautos, pero no dejan de ser demasiados, no dejan de ser suficientes para que el océano se pudra por dentro y para que todo lo que no debería ser sea. Así que no puedo dejar de sentir algo de pena cuando pienso que pronto se acabará la tregua para nuestro planeta.

He empezado a escribir estas palabras estando bastante de bajón. Luego, una llamada telefónica de mi amiga Mª del Mar ha interrumpido mi escritura y también ha interrumpido mi estado melancólico, así que el espíritu que motivó el texto se ha evaporado en parte, aunque, por desgracia, no deja de ser verdad lo que siento al respecto de la conducta de mis congéneres. A veces, bastantes, me avergüenzo de haber nacido siendo Homo sapiens.