LOS OJOS DE SELENE (versión completa)
Se pensaba inmune.
Había lamido los múltiples nombres que antaño le otorgaron y se había perdido
en los textos que de ella le hablaban; merecía su admiración por la huella
de misterio que tras sí dejaba, la
merecía por su belleza blanca capaz de esconder tantas oscuridades. Sin
embargo, nunca pensó que tales hechizos traspasaran la literatura, la ficción
de las mentes románticas.
Así, sin mayor
protección que la osadía del que nada teme, avanzó más allá del crepúsculo,
esperó a la hora embrujada y se sentó junto a la orilla de su playa. Al poco
vislumbró su reflejo contorneándose sinuoso sobre las tranquilas sales. Sintió
un pálpito en el pecho, caliente, punzante, incrementando su ritmo al tiempo
que sus ojos se alzaban para contemplarla.
¿De qué clase de
espejismo estaba siendo presa? Su nívea redondez se desfiguraba, era
simplemente un astro, ni siquiera era legítima su luz, tan solo rocas que
alguna vez fueron arrancadas de la propia roca que él habitaba. Nada más que un
punto insignificante en la inmensidad del orbe. ¡No eran posibles aquellas
formas que lo hipnotizaban!
Pero cruzó su mirada
con otra mirada, estaba seguro de que unos grises iris se dilataban ante él
mostrando el camino hacia un abismo infinito e inevitablemente sentíase
arrastrado hasta el centro mismo de esa pupila selénica.
Supo que no vencería en
la lucha por resistir, por lo que tan solo expiró creyendo que sería la última
vez que lo hiciera en este mundo. Se dejó caer esperando tal vez ser acogido en la femeneidad que aquella Chia de los muiscas, aquella Quilla de los
incas, aquella griega Selene, aquella Luna para él le tendía con sus brazos insistente,
con paciente premura.
LOS OJOS DE SELENE (versión micro)
Lamió múltiples nombres
que antaño le otorgaron, se perdió en textos que de ella hablaban; merecía
admiración pero nunca pensó que tales hechizos traspasaran la ficción de los
románticos.
Mas su mirada le
mostraba un abismo infinito y cayó arrastrado al vértice de esa pupila
selénica. Sintió la calidez de su luz gélida, se dejó recorrer en aquel
plenilunio estival. Todo cambió.
Viajó con aquella diosa
destruyendo sus opresiones, descubrió el sendero en su desierto de cinismo.
Podía amar de nuevo.
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