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domingo, 29 de marzo de 2020

MIS DÍAS DE CORONAVIRUS: décimoquinto día

Esta segunda semana de confinamiento ha estado centrada, para mí, en las noticias referentes a las oposiciones. Si la anterior  semana vi cómo mi nivel de ansiedad subía por culpa de todo lo que el trabajo a través de las vías digitales con los niños y con los padres está suponiendo, esta semana he subido y bajado como en una montaña rusa entre dos estados de ánimo, la ansiedad absoluta y la depresión posterior cuando mi cuerpo no tolera más adrenalina en sangre.

El lunes, habiendo reflexionado sobre cómo he de tomarme las cosas con los niños y padres de un modo más relajado para que esto no me sobrepase, habiendo cambiado mi filosofía con respecto a la importancia en este momento tienen que mis alumnos envíen sus tareas de manera adecuada y habiendo llegado a la conclusión de que me tiene que importar bastante menos cómo lleguen y tan solo quedarme con que me muestren su interés por trabajar, sea de la manera que sea..., me levanté tranquila, descansada y hasta feliz. Aunque esta sensación duró bien poco. 

El sábado anterior dimos nuestra primera clase online en la academia. Nuestro preparador ha hecho todo lo posible por estar a la altura y nosotros, que no somos niños, nos adaptamos lo mejor que pudimos y agradecimos su esfuerzo, pero también comentamos que, al igual que nosotros tenemos que adaptarnos a esta solución para las clases sin tener culpa de nada, la academia debería también adaptarse a estas circunstancias, a pesar de no ser tampoco culpables, pero no nos parece justo pagar el precio tan alto de las clases que recibimos cuando está muy claro que la calidad no es la misma. Primero, porque nuestro preparador no está preparado para dar una clase online con la misma soltura que una clase presencial; segundo, porque la calidad de la conexión en estos momentos no es la óptima; y tercero, porque no todos nosotros tenemos en casa los instrumentos necesarios para llevar a cabo con éxito la clase. Entendimos que era de lo más lógico escribir a la academia para solicitar un ajuste de los precios mientras que la situación no cambie y me comprometí a escribir esa carta y a enviarla, cosa que hice el lunes al levantarme. 

Poco después recibí un mail en el que se me decía que a lo largo de la mañana me llamaría el director. Así fue. Pero no sé muy bien para qué me llamó. Tan solo me dejó decir "buenos días". Después de esto, tan solo habló él, en un tono bastante desagradable, dando una y otra vez las razones, o mejor dicho, la única razón que tuvo a bien a darme para rechazar nuestra solicitud. En cualquier caso, la negativa no fue en ningún momento algo que me afectara. Ya contábamos con ella, pero las formas de este señor fueron indescriptibles. El no dejarme intervenir, el hablar como una locomotora para evitar que pudiera tener una conversación y el hacer que finalmente tuviera que gritarle para, tan solo poder acabar el monólogo sin sentido que repetía como una cotorra, hizo que me fuera subiendo el ritmo cardíaco hasta que me faltó el aire. 

Tuve la lucidez de grabar la conversación a partir del minuto 15 de escucha obligada y pude enviar este audio a mis compañeros para que fueran conscientes de lo que había pasado, lo cual estuvo bien porque, al menos, ellos pudieron empatizar conmigo e hicieron que me sintiera un poco mejor, pero lo cierto es que me rompió el día. Después de todo esto tuve que seguir estudiando, pero ya podréis imaginar de qué manera...

En realidad, toda la semana ha sido un caos en cuanto a seguir mi rutina de estudio, porque hemos estado pendientes de noticias sobre si se van a llevar a cabo la oposiciones o no este año. Han tenido dos reuniones, miércoles y jueves, y no han sido capaces de tomar una decisión en firme que nos quite esta incertidumbre de encima y que nos permita decidir si seguimos estudiando ahora o no, si dedicamos todas estas horas de encierro a la exclusiva tarea de trabajar y estudiar, o si es mejor que aparque las oposiciones para realizar otras actividades que nos permitan desconectar un poco de este encierro. Por Dios, han aplazado hasta el año que viene hasta los juegos olímpicos, y, sin embargo, no han podido tomar una decisión clara acerca de la convocatoria de oposiciones. Aunque todo apunta a que serán aplazadas hasta el 2021, lo cierto es que aún estamos a la espera de que eso sea oficial. Me parece vergonzoso, aunque no me coge de sorpresa que este retraso en la toma de decisiones firmes se realice a ritmo de caracol. Es a lo que estoy acostumbrada desde el 2008, cuando, por primera vez, decidí opositar y quedé, desde entonces, en manos de un sistema que se aleja mucho de ser transparente y que tenga en cuenta la salud mental de los opositores. 

De lo que me he dado cuenta desde entonces es que las oposiciones son un negocio que mueve
mucho dinero, para empezar el de las putas academias. En la que estoy ahora mismo, no han sido capaces de aliviar nuestra situación actual, pero eso sí, ya se han adelantado a la comunicación oficial del aplazamiento para hacernos ofertas para el curso que viene:

  • El que siga con las clases hasta finalizar el curso, aunque sea con esta mierda de clases online al mismo precio desorbitado de 160 euros, el curso que viene podrá optar a unas clases especiales de 2 horas semanales por 100 euros (ni siquiera han dividido por dos el precio).

  • El que decida cortar la formación y reanudar el curso que viene, lo hará al precio especial de antiguo alumno de 145 euros.
Lo de abaratar los dos meses que nos quedan era inviable, claro, pero ya se frotan las manos con la idea de que el curso que viene tendrán el doble de alumnos, los nuevos y los pobres desgraciados que hemos echado el dinero a la basura este curso. Lo de rebajar era inviable porque, ya veis, son un negocio nuevo, que no se pueden permitir asumir estos ajustes, ¿verdad? No lo creo. Simplemente, más bien creo que es un negocio que se mantiene desde hace años porque jamás van a anteponer la humanidad al dinero. 
Mi idea es terminar de una buena vez el curso y el año que viene, si es que me apunto a alguna academia, buscarme otra para no pagarle a ésta en la que me han mostrado tan poca buena voluntad. Pero, claro, cuando me pongo a pensar, las demás no son mejores, ya descarté la primera en la que estuve por otros motivos que no voy a contar ahora, pero que me parecieron igual de faltos de vergüenza. Así que, lo que trataré será de utilizar el material que ya tengo y montármelo por mi cuenta, a ser posible, con la ayuda de mis compañeros de penas, que sí que nos hemos demostrado desde el principio, que, a pesar de competir por las mismas miserables plazas, estamos dispuestos a ayudarnos en todo lo que podamos los unos a los otros. 

Pero la realidad en estos momentos es que ya mi fuerza de voluntad para continuar estudiando se ha venido abajo. No sé si remontaré y la semana que entra mañana conseguiré dedicarle tiempo a esto, aunque no sea con el ritmo que llevaba, porque si no lo consigo, sé que olvidaré gran parte de lo que he conseguido refrescar este año, con lo que no me quedará más remedio que agachar la cabeza y apuntarme de nuevo a la academia. En eso estoy, en sacar de nuevo ganas y elaborar una nueva rutina, más laxa, pero que me sirva para no dejar del todo el estudio y no olvidar todo lo que me he esforzado durante estos meses en re-aprender.

En fin, éste es un poco el resumen de lo más relevante de la semana en lo que a mis preocupaciones se refiere. Luego está el resto del mundo, empezando por el mundo más cercano a mí, que es mi familia. No quiero pensar, pero pienso, y me preocupa cómo todo esto afecta económicamente a la ya precaria situación económica de mis hermanos. No consigo nada con preocuparme, lo sé, pero, por más que quiero seguir los consejos de mi madre acerca de andar, andar y no pensar en cuánto queda, sino en dar el siguiente paso, no puedo evitar todo el tiempo dejarme llevar por mi conducta mental de siempre. Es demasiado sobre-esfuerzo hacer lo posible por cambiar mi modo de sentir las cosas aun a sabiendas de que mejoraría mi estado de ánimo. Hay días que lo veo con una claridad meridiana y me resulta hasta absurdo no sentir así en otros momentos, pero otros días me levanto con la losa de la preocupación sobre el pecho y no consigo respirar sin sentir que me falta el aire. Y esos días, flagelarme por no conseguir permanecer en equilibrio y con confianza tan solo es una carga más, así que, nuevamente llego a la conclusión de que los días hay que pasarlos como llegan. Esta semana no ha sido la mejor, pero, tal vez mañana sea mejor. Tan solo soy capaz de llegar a este nivel de sosiego. 


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