Si la amistad te ha traido por aquí, eres bienvenido para compartir mis momentos de tranquilidad, aquellos que podré dedicar a este diario, sin guión, ni intención.
Y si es el azar lo que ha hecho que aterrices con un click en este blog, bienvenido también: si llegaste y encontraste algo que te sirva, mejor.

domingo, 4 de febrero de 2018

DÍAS MARRONES

Seguro que ya lo he dicho más de una vez: ¡Me encantan los días grises cuando yo también estoy gris! Creo que me hace sentir menos culpable por no sentirme bien. No pega nada sentirse dolida, engañada, decepcionada, cansada, abatida, ya ni indignada, me levanto porque no queda otra, no es blanco ni negro, es solo marrón, en un día soleado. Es como si hasta el sol te pegara una hostia en la cara y te dijera también que tú y solo tú eres el responsable de tu felicidad, así que, mueve el culo.

Sí, en un día de nubes que anuncuian agua es más fácil dejar de sentir que tienes que esforzarte 24 horas más en ser positivo y creer que todo va a ir bien porque solo si piensas así conseguirás que así sea. Debes repetirte este mantra, porque funciona... Claro que repetir este mantra supone grabar subliminarmente en tu mente que lo contrario también funciona, ¿no? Vaya, que de no hacerlo así, estás codenado a ser infeliz toda la vida. Pues ya adelanto  que no es cierto, ¿eh? Podéis pintar de rosa todos los elefantes que queráis, pero los elefantes son grises. Tarde o temprano se les va la pintura.

Mirad, llevo unos meses sin anotar nada por aquí. Me doy cuenta de que cada vez espacio más mi visitas a este lugar que soy yo misma. Hoy me he dado cuenta de que no he acudido antes a este refugio porque sé que algunos, no muchos, pero sí los suficientes, me leéis. Y, como sabía que lo que iba a salir de este teclado no era nada nuevo, más bien tema repetido en más ocasiones de las que quisiera, me he autocensurado para no aburriros, pero sobre todo porque al pensar en comentarios posteriores, no me apetecía pensar en leer mensajes condescendientes, ni de ánimo, ni, aún peor, de esos que empiezan por un "deberías". Hoy, sin embargo, estoy por fin escribiendo porque este lugar, antes que para nadie, es para mí. Y me hago gracia, llevo unos meses haciendo un curso de mindfulness y lo único que he aprendido es que si lo que estoy haciendo allí es mindfulness, yo llevo haciendo mindfulness toda mi vida: Atención plena, no huir de las emociones, dejarlas estar, ser conscientes de ellas, de las agradables y de las desagradables. Sobre todo de estas últimas, que hay que reconocerlas y etiquetarlas bien, ¿por qué están ahí?, sin juzgar, sin culpar. Y meditamos para llegar a esta conciencia plena sabiendo que el objetivo no va a ser solucionar todos nuestros problemas, solo vamos a ser concientes de ellos y, tal vez, solo tal vez, así seremos capaces de gestionarlos mejor. Digo que me hago gracia, porque esto ya lo hacía yo cuando escribía mis diarios. Y cuando escribo aquí. Meditar no es algo que solo se pueda hacer adoptando una postura X, y cerrando los ojos durante un tiempo Y. 

Así que, ya os lo digo: hoy estoy meditando. No escribo para nadie, así que, si me leéis, os recomiendo que lo dejéis en este instante, que no se diga que no advierto. Incluso he pensado en anular esas notificaciones automáticas que os llegan a algunos a vuestros correos, aunque, luego lo he dejado estar, porque, me da igual, es más, pienso publicar esto en facebook, igual que he publicado los posts alegres, y los de tremendo cabreo. Si seguís leyendo y os aburro u os parezco repetitiva es cosa vuestra. Yo, quiero y necesito desahogarme. Y éste, siempre ha sido mi medio.

Estoy muy triste y tengo miedo. Tengo una rueda de las emociones ante mí, y éstas serían las
emociones principales que me embargan. No obstante, la tristeza y el miedo abarcan muchas más emociones que trato de identificar. Es espeluznante, porque creo que las tengo todas, o casi:
me siento sola, deprimida y culpable; ansiosa e insegura. Y si concreto más usando esta rueda, podría decir que me siento melancólica, vulnerable, ignorada, avergonzada, apática; preocupada, inútil y agobiada. 
Es estupendo nuestro idioma, ¿verdad? Tenemos tantos adjetivos para expresarnos que abruma. ¡Qué desperdicio cuando luego usamos tan pocos! Aunque enumerar todas estas emociones es un ejercicio absurdo, si no damos el siguiente paso que es llegar a tomar conciencia del porqué. 

Aquí debo decir que el cursor lleva un rato parpadeando a la espera de mi siguiente palabra. Y es que releyendo la retahíla anterior, la culpabilidad, aparece remarcada en neón en mi mente. ¡Me siento culpable! ¡Tiene huevos!  Me enfrento una vez más al estrés de unas oposiciones, a la certeza casi absoluta de que no voy a aprobar porque no estoy estudiando como debiera, y a vertiginosa incertidumbre que esto supondrá en mi situación laboral; me enfrento al duelo de una ruptura sentimental, que ha sido más bien una bancarrota en mi autoestima; me enfrento a diario a un malestar físico, que sin ser grave, no deja de impedirme hacer mi vida satisfactoriamente. En fin, nada del otro mundo, ya véis, más o menos lo que nos pasa a muchos. Pero no por ser males de muchos, son menos males. No por haber cosas peores, éstas no son importantes. Pero sí: me siento culpable.

Puedo asegurar que es un buen ejercicio escribir sin tener una idea clara de a dónde quieres llegar. Es el caso de este post, ya dije que hoy estoy meditando y, ni más ni menos, esto es meditar: hacer un viajito en solitario hasta la cara oculta de tu yo. Y en el camino he visto mi soledad, he saludado a mis preocupaciones, a mi cansancio, a mi malestar físico, me he parado ante todos ellos y los comprendo. Pero luego, luego he llegado a la culpa. Ésa es la que me enfada, no la comprendo ni la quiero comprender. Así que supongo que es a ella a la que tengo que dedicar esta entrada.

Me siento culpable por haber permitido que me destrozara el corazón una y mil veces. Me siento culpable por desperdiciar todo ese tiempo. Me siento culpable por seguir estando atada por no poder olvidar. Por no disfrutar de la vida. Por no ser optimista. Por no tener fuerza de voluntad. Por no pintar elefantes de color de rosa. A veces creo que me siento culpable de existir.

¿Sabéis? Empatizar está muy bien. Es conectar con el dolor ajeno  (e incluso con el propio cuando tratas de mirarlo desde fuera), pero después de haber conectado la empatía no sirve para nada. PARA NADA. Si después no hay COMPASIÓN, la empatía no sirve para nada. Y, ¿sabéis otra cosa? No se puede ser compasivo si antes no lo somos con nosotros mismos. 

Que quede claro que la compasión no es condescendencia. La compasión es amor. La compasión no es lanzar un "deberías" con buenas intenciones. La compasión es acompañar y brindar amabilidad.  La compasión es decir que puedes sentir como sientes que no vas a ser juzgado. 

Y dado que, en este mundo de mensajes en redes sociales en las que colgamos sonrisas profident, ocultando la pestilencia de nuestra basura, y precisamente por esto no encuentro ni un ápice de compasión real, sino un machaque contínuo de una obligación de falsa felicidad, no veo más camino que el de ejercitarme en la autocompasión. Sobre todo porque en esta meditación dominical , me he dado de bruces con lo que más me pesa. Esa culpabilidad, de todo lo que contiene mi tristeza, es probablemente lo que más daño me está haciendo. Así que, ¡ya basta! 

Hoy voy a autocompadecerme: La autocompasión es abrazarse el cuerpo para sentir que merece ser abrazado, es permitirme sentir como siento porque todo pasa, pero ahora me toca vivir esto. ¡Y no pasa nada! Estoy triste y tengo motivos. No va a durar siempre, pero ahora estoy triste y no voy a escribir en positivo. Voy a dejar que las nubes descarguen todo lo que quieran desaguar y voy a ver belleza también en eso. Porque sé, que luego saldrá el sol, y el cielo se verá más limpio. Pero eso será luego.

Hoy voy a deciros que no me déis vuestras recetas. Que yo he visto que no os salen bien los bizcochos con ellas en más de una ocasión. Que me alegro por vosotros cuando os funcionan, a mí también me han funcionado a veces, pero otras no, así que no me hablésis excátedra. No me contéis lo que tengo que hacer para estar bien. No me hagáis sentir más culpa, que para eso me las basto yo solita. Si no os apetece, no vengáis, pero si venís, no me hagáis sentir culpable por no ser una buena compañía. No voy a esforzarme por fingir otro estado en mis momentos de ocio, ya bastante tengo con hacerlo cuando estoy en el trabajo. Si estando contigo sonrío, ponte un diez, te lo mereces, y te aseguro que mi yo más profundo te estará eternamente agradecido aunque no te lo diga. Pero si no me salen más que quejas o llanto, date otro diez, porque lo merecerás aún más por estar junto a mi queja y mi congoja sin venirte abajo ni acusarme de ser la responsable de mi felicidad, sino de recordarme que yo sé ser feliz y lo he sido muchas veces, y mi yo más profundo te lo agradecerá mil veces más.  
No hace falta que estés, me gustaría, pero no es justo llevar a nadie a una pesadilla que no es la suya, y no soy la obligación de nadie, así que, de verdad no te preocupes, te voy a querer igual. Puede que ya me hayas escuchado esto antes, pero es que es la pura verdad. Pero no voy a fingir por ninguno de vosotros, no voy a fingir en mi casa. En mi casa, yo me quito el maquillaje y me pongo el pijama. 

Estoy triste. Es lo que hay.


No hay comentarios:

Publicar un comentario