Ha llegado la noche de otro día
en el que el sol le ha arrancado verano al otoño. Antes, mar y arena, más tarde compañeros,
risas y cañas. Ahora, una luna menguante que aún derrama magia de singular
eclipse, que mezcla su luz con el rojo del vino de mi copa tranquila. Momento
para ser feliz en soledad, aunque acompañada por todas las buenas sensaciones
de los últimos días. Un suspiro satisfecho y aliviado llena mi pecho porque, de
alguna manera, siento que merezco esta paz, que no es regalada, que ha sido
conseguida con no poco esfuerzo.
Ni de lejos mi vida es perfecta, pero
hoy disfruto mis logros y, por qué no decirlo, también soy capaz de disfrutar
de algunas decepciones, porque el mayor de esos logros quizás sea dejarlas atrás.
Tirar la toalla, a veces, es el mayor de los triunfos. Soltar lastre, aceptar
que hay batallas que jamás se vencerán y olvidar la lucha para gastar los
esfuerzos en algo, seguro, más productivo. Renunciar amablemente para continuar
un camino que no se sabe a dónde lleva, pero que, al menos, no lleva al mismo
punto de un círculo vicioso. Emprender una aventura que, igual tiene peligros y causará rasguños, pero que no
horadarán cruelmente en una herida vieja y profunda. Seguirá ahí, no será más
que un dolor sordo, mudo, que sabrá a rancio. Será una cicatriz pálida, tal vez
sensible a los cambios del tiempo, será ruido de fondo de un Big Bang remoto en
el Universo. Un vago recuerdo. Pero sé que seguirá ahí. Y quizás sea bueno que
esté, porque solo tenerla presente me hará recordar dónde no se ha de regresar.
Será mi amiga, en el fondo. La miraré, tal vez, algún día con nostalgia, porque
si dolió, si, de alguna manera, aún duele es porque importaba. Pretérito
imperfecto… Todavía importa, presente… pero ya más lejos, solo cuando todo se
apaga y la Luna se asoma a mi copa. Solo un instante de memoria que la Luna
sabrá esconder con el resto de sus secretos y que la sonrisa nueva de mis
labios sabrá hacer desaparecer. Dejará de importar… futuro. El que aguarda tan
cerca como el alba de la próxima madrugada.
Un sorbo más de uva tinta, un
brevísimo momento más para dedicarle la última lágrima, una lágrima que ya no
escuece ni amarga, tan solo dice hasta siempre, tan solo dice adiós.
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