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domingo, 7 de septiembre de 2014

TRISTEZA DE AMOR


 (Para ti, que sé que lates bastante parecido a mí. No sé cuál será el final de la historia de esta chica, y a pesar del título de esta maravillosa canción que refleja su sentir en este capítulo, recuerda que el libro hay que leerlo hasta el final).


 Hace tiempo, mucho, mucho tiempo atrás (o no tanto), había una niña que iba creciendo asomándose por las noches a su ventana para mirar la Luna mientras escuchaba canciones hermosas que hablaban de amor y que, sin duda, impregnaron su mente de lo  que debía de ser eso, el amor. La hicieron soñadora y romántica y una convencida absoluta de que el amor es el motor que hace girar nuestro mundo.

El idealismo quijotesco en el que se hallaba ya inmersa en su adolescencia y juventud, la llevaron a sufrir no pocas decepciones, pero así y todo seguía siendo abanderada del amor becqueriano, por lo que cuanto más sufría, más verdadera se le antojaba ser la pasión que ardía en su pecho. Y creyendo como creía en los finales felices que auguran todos los cuentos de amor que se precien, el suyo también debía llegar a buen término. 

Nunca fue así.

Un buen día (entiéndase el tiempo como algo elástico, he de abreviar para resumir los años de experiencias, lágrimas y reflexiones), sin dejar de mirar a esa cautivadora Luna suya, entendió que lo que había estado anhelando no existía (al menos, no para ella). Guardó su romanticismo en un cajón (como el de Sabina) y abogó con el mismo ímpetu con el que antes había defendido sus platónicas aspiraciones, por el pragmatismo de cubrir necesidades biológicas. 

Pronto se dio cuenta de que tampoco aquello funcionaba muy bien para sentirse feliz, y es que claro, no dejan de ser necesidades biológicas para el ser humano (e incluso para otros muchos seres vivos, aunque haya bestias humanas que no lo entiendan), el afecto, ell placer que va más allá de lo físico, la conexión impalpable... ¿Qué podía hacer entonces si no podía prescindir de aquello? 

Bueno, como era creativa amplió sus miras. El amor podía ser y de hecho era mucho más que aquello que esperaba de una pareja, encontraría el amor en la familia, en la amistad, en la belleza que encontraba en las cosas sencillas, incluso en su profesión. 

En esta ocasión no erró. Al menos no tanto, pues halló felicidad en todo aquello. Aprendió que la felicidad no está exenta de tristeza, porque cualquiera de las relaciones a las que antes me he referido, a veces, también la hicieron llorar, pero el fondo, el fondo que era lo que contaba, eso, fuera de toda discusión, era bueno.

Ojalá ésta fuera el final de la historia... pero hay días en que nada de esto es suficiente para aquella chica. Vuelve a mirar a la Luna y siente que su corazón está muy lleno, que muchas de las cicatrices de aquellos daños de otros tiempos, le tiran un poco, pero que aún así, sigue latiendo con ímpetu, dispuesto a dar, a dar, a dar... pero entonces, se encuentra con esa parte a la que nunca ha sabido dar respuesta. ¿Cómo es posible que habiendo llenado tanto aquel saco de sentimientos siga siendo tan grande el agujero del centro? Por ahí se le escapa lo que cree que es lo mejor que ella tiene y sin poder hacer nada para evitarlo siente que se desperdicia. Piensa que su amor es como la luz blanca que, al pasar por un prisma, se descompone en todas esas longitudes de ondas que componen el arcoiris y cada uno de los invitados en su corazón absorben solo un determinado color, pero son ciegos al resto, son ciegos al más bello de todos, está fuera del espectro visible, es ese infrarrojo que, a veces, ha tratado de camuflar con uno de esos colores también hermosos, pero no tanto, por si así podía ser captado. Pero no, al final, ese calor regresa huérfano a su origen y sucumbe una vez más en el agujero sin fondo, en su tristeza de amor.

La chica ha observado a su alrededor y ve que no es la única. Hay demasiados corazones agujereados por los que se derrama la misma soledad. Ve a otros haciendo consciente o inconscientemente lo mismo que ella ha hecho y probablemenente siga haciendo la mayor parte del tiempo, no hacer caso al agujero, incluso mentir, rechazar su existencia, ponerle una sábana encima para quitarlo del campo de visión... Pero la noche llega para todos y siempre hay una Luna que nos aguarda para confesar la verdad. 

La chica también ve a algunos que no tienen agujeros. Y solo muy pocos que lo aprecian. Quisiera gritarle al resto que lo aprovechen, pero sabe que es inútil. Hay quienes solo sabrán de su fortuna el día que la pierdan. Es tan inútil como tratar de dar su infrarrojo al color magenta. 

La chica suspira y hoy deja que nuevas lágrimas se conviertan en océano en su agujero. Mañana será otro día para vivir en colores, pero hoy es un día para lamentar que, después de todo, sigue jugando a ganar y nuevamente ha vuelto a perder.



1 comentario:

  1. No habían pasado ni media hora desde que publiqué esta entrada cuando ya había recibido dos llamadas. Gracias por vuestro interés.

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