Esta carta ha llegado a mí como otras muchas cosas que se envían como curiosidades a través de un mail y que se convierten en un correo cadena que lee medio mundo. A mí me llega a través de mi madre y, como ella dice, parece que la hubiera escrito yo misma. No sé quién es su autora real, pero comparto sus palabras y por eso transcribo tal cual su misiva. Mucho antes de dedicarme a la docencia, de niña, ya tenía que soportar comentarios acerca de lo poco que trabajan los profesores y de las ventajas del sueldo y las vacaciones y un larguísimo etcétera. Yo pensaba en mi madre, a la cual veía trabajar mucho más allá de su jornada laboral y fines de semana, e incluso en verano, cuando acudía a cursillos de formación... Ahora lo vivo en persona. Y habiendo pasado veinte años, los comentarios siguen siendo los mismos... Aunque lo más sano para mí es no hacer aprecio a tan necias palabras, la verdad es que, en muchas ocasiones, la sangre te hierve al comprobar, una vez más cómo puede ser tan menospreciada la labor en la que tantos esfuerzos inviertes y a la que tantas ilusiones pones. Y duele ahora más que nunca porque hay quien se atreve a esgrimir estos razonamientos para justificar los recortes en Educación; recortes, según ellos, de privilegios. En fin, cada cual que comente lo que le dé la gana, pero al menos que usen las palabras adecuadas: Lo que recortan no son privilegios, sino derechos. Por eso, creo que el sentimiento de la carta de esta compañera debía estar entre los momentos de reflexión de este cuaderno de bitácora. Allá va, con el deseo de que llegue a muchos puertos.
"Según
el Diccionario de uso del español de María Moliner, privilegio es la excepción
de una obligación, o posibilidad de hacer o tener algo que a los demás les está
prohibido o vedado, que tiene una persona por una circunstancia propia o por
concesión de un superior.
Por
el contrario, derecho es la circunstancia de poder exigir una cosa porque
es justa.
Soy
funcionaria, me dedico a la docencia y trabajo en un instituto de educación
secundaria, en este país. Y no, yo no tengo privilegios.
El
sueldo que cobro es un derecho que me gano honradamente con mi trabajo.
Está regulado por un convenio en el que participan y firman todas las
partes interesadas. Es transparente, cualquier ciudadano puede saber lo que
cobro. Hacienda conoce perfectamente mis ingresos, en mi declaración no
cabe el fraude ni la picaresca.
Mis
ahorros, pocos, están en entidades bancarias completamente controladas por
el estado, y no en paraísos fiscales.
Me
levanto todas las mañanas a las seis y media para ir a trabajar. Cuando
regreso estoy cansada, porque, aunque no lo parezca, este oficio es agotador.
Diariamente doy cuenta de mi trabajo, primero, a mis alumnos y, por
supuesto, a sus padres, luego, a mi director y, si es preciso, al
inspector de mi zona, porque yo sí tengo jefes.
Obtuve
mi puesto de trabajo aprobando una oposición, que, por si alguien no lo sabe,
es una prueba muy dura, y no hubo “enchufismos” de ninguna clase. Si tengo
que ir a trabajar en coche, el vehículo es propio y pago la gasolina, yo
no tengo coche oficial ni chófer. Si he de quedarme a comer, me pago la
comida, yo no cobro dietas. El café y el almuerzo corren por mi cuenta, y hasta
los bolígrafos rojos que gasto para corregir los ejercicios de
mis alumnos, los compro con mi dinero. Los libros de texto y de
lectura que necesito para trabajar, de momento, nos los ceden,
gratuitamente las editoriales, tampoco les cuestan un euro a la Administración.
No,
yo no tengo privilegios. Alguien podría pensar que disfruto de un mes de
vacaciones más que el resto de mortales. Pero durante el curso escolar
trabajo prácticamente todos los domingos, y cuando no trabajo en domingo es
porque lo he hecho en sábado, o tal vez el viernes por la tarde. Si
cuentan todos estos días, verán que suman más de 31, que son los que tiene
el mes de Julio. Cuando llevo a mis alumnos de excursión o de viaje, les
dedico las 24 horas, dejando a mis hijos y a mi familia.
No,
yo no tengo privilegios. Y sin embargo me siento privilegiada. Sí, me
siento privilegiada porque considero que mi trabajo es muy importante y
valioso y realizo un servicio social. Me siento privilegiada cuando veo crecer
y madurar a mis alumnos, los veo superar sus dificultades y aprender, y yo
estoy ahí ayudándoles, aunque solo sea un poquito. Me siento privilegiada
cuando mis alumnos me saludan por la calle, casi siempre con una
sonrisa y cuando hablo con sus padres con la cordialidad propia de quienes
comparten objetivos.
Me
siento privilegiada cuando encuentro a antiguos alumnos y me hablan de sus
vidas, de sus éxitos y sus proyectos. Y sobre todo me siento privilegiada
porque trabajo rodeada de extraordinarios profesionales que se dejan la piel
día a día para llevar a buen puerto esta nave que la Administración se empeña
en hacer zozobrar.
Sí,
estos son mis privilegios, pero puedo asegurarles que no le cuestan ni un
euro al contribuyente.
Con
todo, no crean que quiero ponerme medallas, nada más lejos. En el fondo
me siento como el siervo inútil del Evangelio, al fin y al cabo solo
cumplo con mis obligaciones.
Pero
es importante no confundir derechos con privilegios. Los recortes en
Sanidad y Educación, son recortes en derechos y no en privilegios. Que no os
confundan. No veáis enemigos donde hay amigos, ni verdugos donde hay víctimas
como vosotros. Confundir es un arma de poder para camuflar al verdadero
culpable.
Con
todo lo que está cayendo sobre los docentes, lo que más me duele no es la
pérdida de poder adquisitivo, sino el menoscabo moral al que se nos está
sometiendo. Solo pido a la sociedad, respeto.
A
los políticos, honestidad, porque muchos han olvidado el significado
de esa palabra, si es que lo conocieron alguna vez.
También
les pido valentía, porque pisotear al débil es de cobardes. Los culpables
de esta crisis son mucho más poderosos que nosotros y sí
tienen privilegios, que lo paguen ellos.
Por
la dignidad del docente, que es lo que no nos pueden quitar."
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