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domingo, 29 de enero de 2012

AVE FÉNIX

   Lunes noche:Sentada al otro lado de la mesa del policía. Escucho las teclas que son torpemente pulsadas por el agente mientras transcribe asépticamente todo cuanto le he expuesto previamente. Tres cuartos de hora de palabras que siguen temblando en el aire con sabor amargo. Escribe lento mi declaración y, mientras, no puedo más que apoyar los codos en la mesa y llevar mis manos a la cabeza. Junto con la incipiente jaqueca siento el peso de mi incredulidad. Y es que ahí estoy, haciendo algo que jamás creí que yo haría: Estoy denunciando que vengo siendo acosada desde hace algún tiempo por algunos de mis alumnos fuera del centro. No he podido no darle importancia ni mirar hacia el otro lado ante el último incidente. Hasta ahora he pecado de soberbia creyendo que me las bastaba yo sola para controlar esta situación, pero, esta noche, el corazón se me ha paralizado por un instante al llegar a casa y encontrar que han tirado huevos contra mi puerta. De repente, el recuerdo de noticias vividas por otros compañeros de profesión me ha invadido. Lo que era etéreo se ha convertido en carne palpable. No le está pasando a otro: Me está pasando a mí. 

   Y aquí estoy, no sospecho, sé quien me acecha, aunque no pueda demostrarlo, denuncio hechos sin poner nombres y, mientras, rezo para que no ocurra más de lo que ya ha pasado. Vuelvo a casa. Limpio. Quito los restos de la gamberrada y froto con rabia hasta no dejar rastro. Aún persiste el olor. Busco con ansia la lejía y la vierto con extremada generosidad en el suelo, en la puerta y en la ventana. Quizás cuando esté limpio pueda sentirme mejor.El vapor de la lejía lo inunda todo.Mejor. Me ducho. La quemazón inicial se va transformando en tristeza. Me acuesto. Las lágrimas llegan a mí tímidamente, pero derramadas las primeras, toda una cascada moja sin vergüenza mi almohada. La ilusión por mi trabajo se hace añicos por momentos. Las horas que, satisfecha y con alegría, he dedicado a esto, me parecen ahora desperdiciadas y, si es para nada, ¿qué estoy haciendo con mi vida?
El sueño me vence aunque no es apacible. La noche sucede entre pesadillas y desvelos y el día llega pesado, como una niebla contaminada. 

   La semana  pasa. Aún tenía que ocurrir algo más que me hiciera tocar fondo. Jueves a primera hora: Un complot sin sentido en la clase donde se encuentran aquellos de los que hablo. Mi sorpresa y decepción al ver que han sido respaldados por la mayoría del grupo. Un sentimiento de desamparo al no percibir que se toman medidas inmediatas por parte de la jefatura y dirección del centro, escuchar demasiadas veces que estas cosas son niñerías... Pequeña, diminuta, diría yo. Mi voz se me ha vuelto átona y no hay sonrisa en mi expresión. Ya no quiero ni hablar del tema.

   Jueves a quinta hora. Reunión de departamento. Mis dos compañeros me muestran la indignación que sienten ante lo ocurrido. Por fin siento el calor después de tanto frío. Otra vez las lágrimas tratan de abrirse camino, aunque esta vez son diferentes: son de alivio, son de gratitud porque están conmigo, me siento como una niña a la que se arropa y se le da un beso en la frente para desearle felices sueños. Me dejo arropar. Dejo que todo cuanto dicen me suene a música. Me acompañan para hablar con la jefa de estudios. No se encuentra. Termina la jornada y me voy sintiendo el mismo desamparo por parte de la autoridad del centro, pero muy reconfortada por mis compañeros. No es el único gesto amable que tendría este día. La madre de uno de los alumnos implicados en la rebelión matutina se me acercó para hacerme constar el castigo ejemplar que su hijo ha recibido como consecuencia del injusto comportamiento que han tenido conmigo. No sé si he sabido expresarle el bien que me ha hecho. Más tarde: Un encuentro casual con otro compañero me lleva a pasar un rato al calor de la chimenea de su casa con su encantadora familia. Creo que las llamas de ese fuego calentaron algo más que la habitación. Sus consejos durmieron esa noche conmigo. Viernes: Me reuno con la jefa de estudios y los fantasmas del desamparo se esfuman. No estaba en lo cierto al pensar que nadie se hubiera preocupado por lo que acaeció el día anterior y no es cierto que no se vayan a tomar medidas. Esto aún no ha terminado, pero de ese despacho salí fuerte otra vez. Nos interrrumpieron en el momento en el que quise darle un abrazo y ese momento ya se pasó, pero mi agradecimiento sigue presente y no volveré a dudar de su apoyo. Viernes noche: He decidido pasar el fin de semana en mi verdadera casa. Aquí estoy. Ceno con mi familia y me alimento de su compañía. Rodeada de los míos y disfrutando de mi mar procuro cargarme de energía para volver renovada. Risas en una cena relajada: Buen aceite para que las juntas dejen de chirriar.

   Aún así, la tristeza sigue ahogando mis latidos porque nada de esto debería estar pasando. Añoro a mis chicos del curso pasado. Ellos que valoraron el trabajo que entre todos hicimos. Ellos que me demostraron solo cariño y respeto. Yo sigo siendo la misma y empecé el curso queriendo darles a los alumnos de este año, aquello que tuve con los otros. He trabajado con la misma ilusión, incluso más aún... ¿Por qué este año no funciona? De todo el apoyo recibido, debo decir que el más importante para poder mantener viva la pasión por mi trabajo han sido los mensajes de mis alumnos del año pasado. Sin contar detalles, expresé mi desazón en la red social y allí estaban ellos, recordándome que no fui querida, sino muy querida. Así que: chicos, si leéis esto, sabed que me aferro a ese sentimiento  para trabajar cada día poniendo de mi parte lo que siempre os di a vosotros. Si estos de hoy no saben apreciarlo, pensaré que los de mañana quizás sí lo hagan. Cada tema que prepare, cada actividad que planee lo haré pensando en lo que vivimos el año pasado. Seguiré buscando la inspiración en vosotros.

   Mañana es lunes otra vez: Resurgiré como el ave Fénix.

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