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jueves, 13 de junio de 2019

SUMA Y SIGUE (Nueva agresión a una profesora. ¿También tú te echas las manos a la cabeza?))

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Ayer, tras sonar el despertador, o mejor, dicho, tras que mis gatas me despertaran veinte minutos antes de que éste sonara, me levanté de la cama para iniciar mi rutina diaria antes de trabajar: poner de comer  a Tiza y Gea, darle las medicinas a la segunda, asearme, vestirme, limpiar el arenero, desayunar algo... Y, como siempre, mientras que hago todo esto, pongo la televisión para escuchar las noticias y que me sirva de cronómetro, porque tengo medidas las cosas que hago según el espacio  por el que vaya el noticiero (cada uno tiene sus manías...). Aún no había llegado a la parte del aseo, fue lo primero que escuché entre bol y bol de pienso gatuno: un alumno en Valencia ha apuñalado a su profesora por un desacuerdo con la nota que le ha puesto.

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Me acordé inmediatamente del caso de 2015 de Abél Martínez, al que otro alumno mató en
Barcelona. En esta ocasión, afortunadamente, la profesora ya está dada de alta y no hay que lamentar su pérdida, pero no dejo de pensar en lo que tiene que estar sintiendo...

Entiendo a las personas que se echan las manos a la cabeza y se preguntan dónde vamos a llegar, sin embargo, no entiendo mucho a esas mismas personas que se escandalizan de las conductas violentas de nuestra juventud y no valoran los intentos, a veces quijotescos, de instaurar una disciplina en los centros. Y digo quijotescos porque en estos momentos del curso yo me siento como Quijote luchando contra los molinos de viento. Me niego a tirar la toalla, pero me resulta una batalla perdida.  Si tuviera que hacer una lista de los  los molinos a los que nos enfrentamos los profesores para intentar inculcar unos valores positivos en nuestros alumnos, después de bastantes años de experiencia,podría decir que uno de ellos es  la falta de educación en los hogares, el primer lugar que debe servir de referencia y que, en muchísimos casos, son referencia de lo contrario. Los porqués de esta cuestión son tantos y tan variados que ya no me molesto en analizarlos, procuro no juzgar a los padres porque no siempre tengo todos los datos para hacerlo y, por algo más importante, porque no me soluciona nada de cara a intentar que esos alumnos conozcan otro camino más ético. Simplemente tengo asumido que, además de enseñar
biología, o más bien, antes de enseñar biología, mi principal cometido es la educación en valores. De hecho, he llegado a hacer que la biología que les trato de enseñar sea un continuo ejemplo de respeto: respeto al cuerpo, respeto a los seres vivos, respeto a la naturaleza...En realidad, todos formamos parte de un gran ecosistema y, desde ese punto de vista, la búsqueda del equilibrio es esencial, con lo que no es tan descabellado trasladar los mismos criterios al ecosistema llamado "Instituto". Y, como
parte fundamental del funcionamiento de este ecosistema están las normas de convivencia y de ejecución en el centro. Porque es la primera sociedad a la que pertenecen los alumnos y, por eso, mucho de lo que aprendan aquí, repercutirá en su modo de vivir. Así que, como decía, soy consciente de las carencias que muchos traen de casa, pero no me resulta un impedimento para querer mostrarles otro camino, para desear conseguirlo... Osea, molino derribado. No doy por perdido a ningún alumno mío porque provenga de una familia desestructurada, o por todo lo contrario, de una familia donde se le tiene tan mimado y sobrevalorado que vaya rezumando prepotencia por los poros, ni, por supuesto, porque sea de una familia de inmigrantes (que para algunos, no pocos, la culpa es de los que vienen de fuera, aunque después no, ellos no son racistas. Aunque este es otro tema del que mejor hablar en otro momento.)

Los medios.  Las redes. Los molinos modernos. Los contenidos televisivos a los que dedican demasiadas horas diarias. Otra cuestión preocupante, sin lugar a dudas, y a veces, mucho más influyentes que los propios padres. Para mí ya es una lacra. Y, a pesar de todo, tampoco esta gran muralla me resulta suficiente para que yo me desanime ni dé mi labor por perdida. No, porque aunque os parezca mentira, en muchas de  mis clases de tutoría, me han servido estos mismos contenidos para que ellos comprendan lo nocivo de seguir estos modelos. Y, por otro lado, no demonizo todo lo que sale de la tele o de las redes, que bien empleadas, pueden ser una herramienta muy potente para hacer las cosas bien y para que nuestros deseos de cambio sean más factibles. Molino en ruinas. Como veis no me desanimo fácilmente...

Con lo que aún no he aprendido a  lidiar es con el boicot que algunos compañeros hacen sobre nuestra profesión.  El molino supremo. Esto sí que me llega a derrumbar por momentos y me hace temer por la llegada a buen  puerto.

Si, como ya he expuesto antes, para muchos alumnos somos el referente en valores, es muy importante nuestro ejemplo, porque, déjense de historias, todos hemos aprendido a bese del ejemplo que otros nos proporcionan. Así que, aunque pueda parecer una estupidez, la importancia que nosotros les demos a las normas y cómo nosotros mismos las cumplamos será lo que ellos aprendan. Si alguno de nosotros no las sigue ni las hace seguir a su alumnado, supondrá un contagio negativo y en poco tiempo (mucho menos del que se tarda en implantarla), la norma dejará de seguirse y tendrá una consecuencia mucho mayor de la que la norma en sí misma pretende controlar. Esta consecuencia es que impepinablemente la autoridad del profesor se verá recabada. Y, posiblemente esa norma incumplida no sea la crucial para salvar al mundo, pero será un suma y sigue que finalmente desembocará en faltas de respeto a la "autoridad" que se supone que somos. Y un mal día, a un niño se "le va la pinza" y te agrede verbalmente y al otro día tenemos a otro que se le va el tendedero entero y te clava un cuchillo porque tú no importas, porque su escala de valores está totalmente distorsionada y entonces tú te echas las manos a la cabeza y le echas el muerto a la sociedad, a la tele y a sus padres, eludiendo tu responsabilidad.

Hay muchos, muchísimos profesionales como yo que nos "matamos" en pos de esta responsabilidad que nos caracteriza y luchamos día a día para que los alumnos comprendan las normas y su necesidad (no solo las acaten), que valoren la paz, que la deseen, que la entiendan como un trabajo que empieza por uno mismo. Nos volcamos en seguir formándonos para llevar a cabo una disciplina positiva, porque dejamos atrás técnicas obsoletas y castigos crueles que no hacen más que reprimir y conseguir en muchos casos el efecto contrario, pero que somos conscientes de que lo bueno no es la anarquía y el todo vale. Que si queremos vivir en libertad hay que tener muy claro la regla de oro que de tan pequeña a mí me enseñaron tanto mis padres como mis buenos profesores: QUE MI LIBERTAD TERMINA DONDE EMPIEZA LA DEL OTRO. Así que tratamos de buscar, aprender y enseñar el equilibrio. Mucho, mucho trabajo a nuestras espaldas... Demasiado trabajo para que unos cuantos lo desbaraten todo por no seguir unas sencillas normas, por pensar más en su ego que en el trabajo en equipo, por no ser conscientes, NI QUERER SERLO,  del efecto onda que esto supone.

En este final de curso, mi límite está siendo ya superado porque hasta la directiva de mi centro, a la cual respeto en lo profesional y en lo personal, a la que tanto he agradecido su visión sobre la disciplina que tanto comparto, con la que he trabajado codo con codo por ponerla en práctica viendo positivamente los resultados, se siente tan impotente como yo al pretender que ciertos compañeros entiendan lo que hacen cuando pasan de estos mínimos. Siento que, tras muchos intentos, ya descartan la idea de llamar la atención a estos "profesionales" porque saben, como yo, que de nada servirá. Y esto, amigos, sí que me derrumba. Tal vez sea que estoy muy cansada a las alturas de curso en la que estamos. Ojalá el verano me sirva para recuperar mis fuerzas para seguir adelante incluso con este nuevo muro (o viejo, porque no es la primera vez que tomo conciencia de la ineptitud de algunos que desempeñan esta profesión). Ojalá encuentre la manera de derrumbar este muro como he derrumbado los otros. Pero lo cierto es que en este momento estoy un poco hundida y con una profunda tristeza. Confieso que no sé luchar contra la rabia que me genera cruzarme cada día por los pasillos con estos compañeros y sentirme impotente y pisoteada. 

Tal vez, alguno de los que me leéis pensáis que estoy sacando las cosas del tiesto, pero,por suerte o por desgracia, he pasado ya por muchos centros y sé bien de lo que hablo. No quiero decir con esto que lo que ha ocurrido en Valencia sea por una mala labor en cuanto a la disciplina de ese centro en concreto. Las cosas nunca se deben a un solo factor. Solo digo que echar balones fuera nunca es la solución de nada. Solo digo que no ir todos juntos tirando de la carreta supone que la carreta  finalmente no tire. Solo digo que me jode un montón haber tenido la oportunidad de trabajar en un lugar con un proyecto educativo maravilloso y ver cómo este curso algunos lo han dañado estúpidamente. Yo aún tengo que conseguir mi plaza, que sigo con la interinidad en la espalda, pero desde luego, si por mí fuera sé muy bien qué tipo de examen deberían pasar aquellos que desean dedicarse a esta profesión en la que trabajamos con el material más sensible del Universo,  nuestros niños. Y no, no sería precisamente recomprobar cuánto sabe cada cuál de su materia, ni siquiera si sabe "programar". Os aseguro que no es eso lo que se necesita en las aulas.



Le deseo una pronta recuperación a esa profesora valenciana, sobre todo una recuperación de la herida emocional que seguro le habrá causado la experiencia que acaba de vivir.

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