Nunca he sido tan consciente como en este momento de que este blog y, en general, mi gusto por escribir, tiene su base en mi necesidad de sacar fuera lo que me pasa por dentro. Y digo que nunca he sido tan consciente como hoy de esto porque llevo sin escribir muchísimos meses, sin contar la serie de microrrelatos que me dio por escribir como pasatiempo el verano pasado. Llevo sin escribir nada tanto porque, desde que empecé el curso en mi centro definitivo, soy tan feliz que no hay mucho de lo que tenga necesidad de desprenderme. ¿No es genial?
Pero esta tarde, aunque no haya nada que me inspire realmente para abrir de nuevo esta vía de terapia, estoy echando de menos esto de encontrarme frente a la ventana de edición de este espejo. Así que, aquí estoy, decidida a escribir algo, aunque solo sea "gracias".
Es curioso cómo de difícil es tratar de describir el sentimiento de felicidad. Cuando se está triste, enfadado, deprimido, ansioso... cuando lo pasas mal es muy fácil saber que estás mal. Pero la felicidad, en muchas ocasiones, pasa desapercibida. Supongo que es porque la felicidad no es grandilocuente como casi siempre pensamos y esperamos, sino que te invade pacífica y silenciosa, no se carcajea, ni salta, sino que sonríe y respira lenta.
Mi felicidad es la paz que siento. Una paz que me ha conquistado después de años de turbulencias. Es sentir que, tras un exilio no deseado, por fin, he llegado a casa y saber que ya no tendré que volver a marchar. Os puedo asegurar que todo esto es lo que me ha dado el hecho de empezar a trabajar en el IES Benalmádena.
No hay ni un día, en lo que llevamos de curso, que no entre en el instituto alegre de estar allí. Lo más
parecido a la ingravidez que seguro sentiré en mi vida debe ser la sensación de ligereza que me acompaña cuando ando por los pasillos de mi centro, sabiendo que pertenezco a ese lugar, que formo parte de una comunidad docente de la que me siento orgullosa y a la que me apetece agasajar.
He vuelto a enharinarme las manos y mi casa huele de nuevo a canela y cardamomo porque, de nuevo, me ha apetecido cocinar para devolver a mis compañeros la dulzura en la que se ha convertido mi vida desde que la comparto con ellos.
Dejar el temor por las oposiciones atrás, he hecho florecer una nueva etapa de creatividad y productividad. El agotamiento, el cansancio emocional se evaporó y ha dejado espacio para nuevas ideas, nuevas ganas, nuevas formas de contribuir en el aprendizaje de mi alumnado. atreverme a lo que hasta ahora no me había atrevido y sentir la satisfacción de hacerlo. Volver a emprender retos e ilusionarme hasta el éxtasis con cada nuevo proyecto.
No hay ni un día en el que, al llegar a casa, cualquier sombra de enfado propia de la labor docente no se esfume al ver y escuchar a mis criaturas darme la bienvenida al abrir la puerta. Y es que, además de tener la fortuna de sentirme tan a gusto en mi trabajo, tengo la suerte de tener en casa el amor más incondicional y puro que puede existir. Y es que, teniendo junto a mí a mis gatos, nada más me falta. No hay sonido más sanador que el ronroneo de mis chiquitines, no hay nada que te arrope más que esa música vibrando sobre mi cuello o mi regazo. No hay mayor calidez que la que te envuelve el alma y solo ellos consiguen eso con tan solo dormir junto a mí.
Hoy siento que todo va bien, que no me falta ni me sobra nada, que estoy en mi mejor momento y en el mejor lugar. Independientemente de lo que pueda ir mal, siento que mis baterías internas están bien cargadas para afrontarlo. Si me sentí enferma, hoy estoy curada.
Gracias... a quien corresponda. No sé si a Dios o al Universo, pero doy las gracias por sentirme ahora como me siento.