Nada que no ocurra cada mes... Jaqueca pre-menstrual que cada vez, por cierto, se hace más "pre", habiendo tenido ya la semana pasada un día gozoso de migraña punzante; y más "post", que tampoco descarto ya, por la experiencia, que haya algún episodio, transcurridos "mis días". ¡¡¡Arrrgggg!! ¡Que ésa es otra! Por si no fuera ya jodido pasar la puñetera jaqueca, más los dolores de ovarios que acompañan a mis benditas reglas, encima, si tengo a bien comentar (aullar) mi dolor delante de según qué compañero de género, obviamente, masculino, tengo que aguantar esa mirada (cuando se queda solo en mirada) despreciativa, como si el dolor que me está torciendo el rictus no lo mereciera. No voy a generalizar, que no me gusta, pero ya me guataría a mí ver a unos cuantos de estos pocos empáticos individuos de mi misma especie, padeciendo todos los meses lo que la mayoría de las mujeres tenemos que padecer sin dejar por ello de hacer nuestro trabajo como si no nos ocurriese nada. Está claro que no nos vamos a dar de baja cada mes por estar menstruando, y, señores, creo que bien he demostrado que, con dolor o sin él, no he faltado a mi trabajo nunca por este motivo; pero, cuando el umbral de ese dolor se traspasa... ¡joder!, ¡por menos sé de otros que sí lo han hecho!
Esta mañana de lunes me he levantado con el cuerpo agarrotado, signo premonitorio de lo que iba a ocurrir. He ido al tajo como siempre, a enfrentarme a la jauría que tengo por alumnos y he aguantado como una jabata hasta que faltaba un cuarto de hora para la salida de clase. Llegado este punto del día, la jaqueca había llegado a tal nivel, que cerraba los puños en torno a los brazos de mi silla y les decía a mis niños que por favor no gritaran (cuando tan solo estaban hablando), que me iba a estallar la cabeza. Lo malo es que el día no acababa a las dos y media. Como ya sabéis tengo este año también horario de nocturno, y los lunes vuelvo al instituto a las cuatro, saliendo a las siete y cuarto, aunque tan solo imparto una clase presencial. Pero, al llegar a casa con la intención de comer algo y meterme un ibuprofeno entre pecho y espalda, he vomitado un desayuno que mi estómago no ha sido capaz de digerir, por lo visto. Y a esto se le ha sumado un ligero mareo que pronto se ha convertido en casi un coloque psicodélico. Así que, en vista del panorama, he llamado al jefe de estudios y le he explicado la situación. Para mí es obvio que lo único que puedo hacer es apagar luces y cerrar los ojos, pero mi jefe me ha recordado que tengo que ir al médico para justificar mi falta laboral (que conste que ya he hecho hoy dos tercios de la misma)... y digo yo: si estuviera en condiciones de coger el coche, de estar bajo la luz de fluorescetes y aguantar en pie las horas que sean hasta que me atiendan en una consulta, en vez de ir a la consulta, iría a trabajar... que, por cierto, tardaría menos en acabar.
En fin, odio tener que justificar este tipo de dolencias teniendo que ir al médico, cuando todo el mundo sabe que el médico lo único que te va a decir es que te metas en la cama y que "duermas la mona" con algún analgésico. Total, es lo que he tratado de hacer. En ese momento en el que hablaba con mi jefe, me dolía tanto que le he dicho que ya vería cómo solucionaba después lo del justificante de las narices.
Pero el sueño no ha sido para nada reparador y, por eso, desesperada y pensando que me tocaría pasar por urgencias mañana, perdiendo así un precioso tiempo del que no dispongo, me he dicho que mejor sería, después de todo, ir en busca del justificante, que no de la solución a mi padecimiento, a las jodidas urgencias. Y es que, como también sabéis, estoy fuera de Málaga este año, y no he querido hacer cambio de médico, entre otras cosas, porque estoy pendiente de ciertas citas en especialistas en Málaga que no me darían si no tuviera mi médico de cabecera en casa. De hecho, tengo cita a finales de mes, aprovechando que iré para el puente de mayo, por este motivo de incremento de intensidad de las migrañas.
Así que, a urgencias... He puesto en el gps la dirección que una compañera me ha dado, pero se ve que esta mujer no pisa la seguridad social, pues el gps me ha llevado a un centro médico, pero privado. A todo esto, como la dirección era de pleno centro, he optado por aparcar en un parking privado que me ha cobrado por el primer minuto 2,50€, claro que esto es la letra chica, que yo, con mis mermadas capacidades de hoy, solo he leído lo que el letrero gigante de la entrada del parking decía: 1,35€ la hora. Pero no adelantemos, que esto ha sido el remate de mi aventura hacia los servicios de urgencia en pos del justificante de los cojones.
Cuando he llegado al centro médico, no sin que antes un viento huracanado me haya roto el paraguas y consecuentemente la lluvia me ha calado hasta los huesos, la recepcionista me ha confirmado lo que el aspecto del lugar ya me había hecho deducir: que aquello de seguridad social, ni de coña. Pregunto entonces a la simpática chica dónde están las urgencias públicas y me indica... para desgracia mía, me tocaba caminar bajo la lluvia algo más.
A lo lejos, vislumbro el icono de la junta de Andalucía que como un faro verde me guía hasta mi objetivo. Antes hay que cruzar un puente... el Puente Azul... en realidad, Puente del Quinto Centenario, pero ya se sabe que en los pueblos son más prácticos: ¿no es azul? Pues a qué tanto nombre rimbombante. Puente Azul y punto. En lo que a mí se refiere: El Jodido Puente. Y es que no he logrado encontrar el paso peatonal al otro lado en menos de cinco minutos. Esto puede parecer poco tiempo, pero no os olvidéis de que llovía, mi paraguas estaba inutilizado por la acción del viento y el parquímetro arruina-vidas seguía corriendo despiadado.
Ya en el otro lado, me hierve la sangre al ver la cantidad de espacio libre para aparcar del que dispone el centro y donde no hubiera tenido que pagar ni un céntimo, pero bueno, lo que importa es que ya he llegado y, con un poco de suerte, consigo pronto el papelito y descanso en paz...
Sí, sí... ¡Y una leche! Al llegar a la puerta del centro, me encuentro que está cerrado, y un letrero mediocre reza que el horario de tarde es de lunes a viernes a partir de las 20.00 horas... ¿¡URGENCIAS!? Yo es que no doy crédito. Si realmente tuviera una urgencia médica, tendría que esperar hasta las ocho para ser atendida. ¡Cuídense de no estar muriéndose en Chiclana! Aunque, todo hay que decirlo, desgraciadamente no es el único pueblo donde los recortes de una crisis que algunos se empeñan en decir que ya ha pasado, se dejan notar en cosas tan esenciales como la atención sanitaria y la educación. Ole por España, sí señor.
La rabia me ha subido hasta las mismísimas neuronas inflamadas de mi encéfalo y la imagen de mi jefe de estudios se ha instalado en medio de todas ellas como si de una diana se tratase. En el camino de vuelta al coche que, tras reorientarme después del lapsus de conciencia temporal que he sufrido, he conseguido retomar gracias a una amable señora, cada punzada de dolor han sido dardos virtuales a la frente de ese capullo de jefe que me ha instado a ir a por el puto justificante, en vez de decirme, "métete en la cama y recupérate".
En fin, he dejado a la amable señora en la puerta de su casa, que es lo menos que podía hacer después
de acompañarme hasta el coche perdido y de cambiarme un billete de veinte para pagar en la máquina del parking, que hasta eso ha tenido que ser un problema esta tarde. Luego, he cogido el camino de casa, y he pensado que peor no podía estar después de la hora y media que ha durado esta pesadilla, así que, descartado un segundo ibuprofeno, le he dado una oportunidad a algo que nunca falla: una buena cerveza fría, ¡qué carajo! Y eso he hecho, tomarme una cerveza tumbada en el sofá y esperar a que la inminente menstruación llegara, a ver si así pasa ya la jaqueca pre-menstrual a la que tanta poca importancia ha dado mi estimado jefe de estudios. Mañana tocará volver a por el papelito que justifique mi única hora de ausencia de las siete que constaba hoy mi jornada. No, no me lo he montado bien, más me hubiera valido ir a dar mi clase vespertina.
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