martes, 23 de diciembre de 2014

SOMEONE OVER THE RAINBOW



Cuando se cierra una puerta, en alguna parte una ventana se nos abre. Y a veces esa ventana viene con una sonrisa que ilumina toda una vida, contagiando su luz aunque las nubes oscuras quieran quedarse y se aferren con fuerza. Como un arcoiris travieso que desafía a la lluvia. Da igual cuan triste pueda estar, él siempre logra que me olvide de las penas, al menos por un rato, siempre a su lado mi corazón logra latir pausado, mis músculos se relajan e incluso el aire fluye con facilidad hasta mis pulmones. 

Porque las palabras salen fáciles junto a él, todas, las que hablan en broma, las que regañan, las que comprenden, las que lloran, todas. 

Porque no importa la hora, porque no importa el motivo, siempre ha sido alguien dispuesto a echar una mano, y no solo en apariencia, lo ha estado de verdad, lo está aun más ahora.
Porque nunca olvida besar para dar los buenos días, porque dormir a su lado hace que mis pesadillas no acudan, porque hasta Gea duerme a sus pies tranquila. 

Porque mi compañía le resulta suficiente y el silencio con él tampoco me incomoda. Porque igual me iría a la playa, o a un bar y bailar con él encima de un altavoz y caernos juntos y volver a subir… o simplemente a caminar mientras se pone el Sol. Porque disfrutaría compartiendo una cena en un restaurante o un bocadillo de lomo sentados en la arena. Porque podría pasar horas sin cansarme de estar a su lado. Porque puedo ser yo sin temor a equivocarme. 

¡Qué suerte haberte conocido! ¡Qué suerte que estés ahora a mi lado! Aunque la vida nos cambie y el tiempo que compartimos ahora no sea el mismo mañana, estoy convencida de que hoy estás aquí porque nadie me haría tanto bien. Solo podría tener más suerte si consigo acompañar a tu corazón de manera parecida a como tú acompañas al mío.  Desde luego, aquí estoy. Mi puerta está siempre abierta para recibirte y mi mano siempre tendida para que la tomes. 

Este año no quiero felicitar la Navidad a nadie, no habrá postal  en este blog, ni en ninguna otra parte, ni siquiera felicitaré el año… pero a unos pocos, a los que amo, les desearé felicidad hasta el último ocaso. Tú estás entre ellos y nada mejor tengo que ofrecerte que este sincero y fuerte deseo.  Te quiero, amigo, porque lo mereces. Lo mereces, y no porque seas perfecto, sino precisamente por no serlo, por haber reconocido errores, por asumir tus culpas y querer luchar para redimirlas. Por eso mereces mi más profundo respeto y por eso eres una gran persona. Y por eso, aunque la vida sea injusta tantas veces, yo estaré presente cuando consigas tus anhelos, estoy segura. 

No dejes de ser caricia en la aspereza, no dejes de ser agua en la sed, no dejes de ser calor en el frío invierno.  No dejes de sonreír, no dejes de iluminar.

Éste es un abrazo de letras, el otro te lo daré más tarde.

(Para F. García, con todo mi cariño).

sábado, 20 de diciembre de 2014

AVISTANDO MI AZUL



¡Qué bien sienta volver a casa! Luego, cuando ya llevas mucho tiempo otra vez en el hogar, ese sentimiento se difumina, te sigue gustando, pero no lo aprecias como ahora. Es como las células olfativas, perciben al instante con gran intensidad un estímulo causado por una nueva fragancia, pero también más tarde se saturan y dejas de sentir aquel perfume que te embriagó. Pues supongo que es lo que ocurre con el regreso a las añoradas paredes que custodian tu vida. Por eso, porque sé que el mejor día de la vuelta a casa es el primero, hoy me he levantado con ganas de empaparme de mi entorno.

Desayuno contemplando las montañas que resguardan el origen de este pueblo que adopté hace ya nueve años. Compruebo como las lluvias han verdeado la tierra y agradezco el cielo despejado porque alegra mi espíritu y anima a mis pies. Ropa cómoda, calzado deportivo, música en mis oídos y, ¡vamos!, bajo al Arroyo de la Miel. Tan dulce su nombre como el olor del vino de mi Málaga. Su sabor me asaltó la mente hace días y mi boca salivó deseándolo tomar donde hay que tomarlo: aquí.  Paseando, la casualidad hace que tope con un curioso quiosco navideño  que hasta las abejas han decidido frecuentar para paladear  el almibarado licor. Es el destino, pienso, y allí me quedo un buen rato para compartir con el vendedor piropos a nuestra ambrosía. Por supuesto me llevo unas pequeñas muestras que servirán para decirle a un par de personas que me acordé de ellas en este instante y que deseé haber podido compartir con ellas ese brindis por lo bueno de los detalles.
Visito mis lugares de siempre, paro en la papelería para saludar a la que ha encuadernado cada uno de mis sueños convertidos en cuentos, luego, una parada en otro lugar para que mi olfato se deshaga en placeres, la tienda de tés…  Me decido por un nuevo sabor, luego, cuando escriba, pienso, lo haré con una taza humeante en mis manos de esa evocadora infusión.


Y, al final… al final rumbo a la costa, a reencontrarme con mi azul, mi mar, la playa que tanto consuelo pone en mi alma. Y aunque soy posesiva cuando hablo de ella, otros también la aman y me siento bien al pensar que también a ellos les regala esa paz. Por un instante eso me une a esas almas, bueno, a los “guiris gambones” no, jeje, aunque les presto el sol y la arena, ¡venga, vale…!  A lo que me siento unida es a los otros, a los de aquí, a los que se sientan en la orilla sin toalla para pensar, para soñar, para agradecer o  para llorar; a los que tocan una guitarra
mezclando sus notas con el rumor de las suaves olas que se deshacen rítmicamente. Me apetece quedarme allí, con ellos, y me quedo. Ahora canto con ellos, no importa que no sepa cantar, pero cantamos al Mediterráneo, como lo hizo Serrat. Sonreímos siendo conscientes de habernos hecho felices un ratito. Nos deseamos un buen día. Ya lo es, vuelvo a pensar, porque estoy en casa, porque es el primer día, en el que se disfruta con toda el alma volver a estar.

sábado, 13 de diciembre de 2014

VIENTO DE CAMBIO



Llueve, hace frío, es fin de semana y no tengo ningún plan… bueno, debería estar estudiando inglés, claro, pero eso no se puede considerar un planazo, precisamente.
La cuestión es que tengo el ánimo del mismo color del cielo, un gris plomizo, igual de pesado que el mismo metal.  Sin embargo, después de haber tenido la tentación de dejarme llevar por estas malas vibraciones meteorológicas, he decidido hacer frente al asunto y, después de limpiar la casa, poner  una lavadora, pegarme una buena ducha de agua caliente y haber ingerido no pocas, pero sanas calorías, me siento bastante mejor y así me he sentado ante el ordenador a pensar sobre este año que ya pronto llegará a su final.
Otra vez llegan esos días en los que las calles se engalanan de luces, las casas de arbolitos navideños y belenes, y en todos parece brotar la necesidad de ser felices y manifestar los mismos deseos de felicidad para los demás.  Quizás sea el exceso de glucosa en sangre que tano manjar festivo produce lo que ocasiona tanto empalago de buenos sentimientos por todas partes, no lo sé.  Yo sigo pensando, como cada año, que preferiría que nos preocupáramos más de nuestro prójimo el resto del tiempo, que son once meses, a que solo se nos llene la boca con deseos fatuos durante un mes en el que, además, muchos tan solo piensan que se trata de comprar regalos con los que demostrar el cariño.
En fin, supongo que más vale esto que nada, y supongo que hay que dar gracias de que exista este periodo del año que, al menos, sirve para que muchos podamos regresar a casa y estar con la familia, con los amigos, o sencillamente disfrutar de tus paisajes, de los olores de tu hogar.  Así que, también yo, supongo, este año acabaré por coger el teléfono y mandar mensajes navideños ñoños. No obstante, en este blog, que es mi pozo de desahogo, escribiré sin hipocresía, como siempre lo hago.
Me enorgullece decir que independientemente de la época del año, aquí he vertido palabras de sincero amor hacia las personas que llenan mi corazón. He agradecido los momentos que me han brindado y que me han llenado de felicidad, y he hablado con el pecho henchido de orgullo de lo importante que es  esta o aquella amistad y que nunca olvidaré lo que significan para mí. Con la misma honestidad ha quedado por escrita mi promesa de estar siempre para ellos, porque así entiendo yo la amistad.
He releído con el tiempo, palabras mías hacia personas que después me decepcionaron de tal manera  que desgarraron profundamente el tejido impalpable del que está confeccionado el alma. Puedo mirar hacia dentro y ver las cicatrices de cada herida, puedo ver aun sangrar las más recientes que no han podido ser todavía cerradas por el devenir del tiempo. A veces, por un momento, me avergüenza haber sido tan ingenua; me pregunto cómo pude ser tan estúpida para creer que aquella persona merecía mis atenciones, mi preocupación, mi tiempo… pero luego de ese instante, lo cierto es que no me siento mal. Lo cierto es que me siento satisfecha de todo lo que sentí, di, dije y amé. Me siento bien porque yo no dañé, yo no herí, yo no mentí… Ésa no fui yo. Así que puede que haya quedado maltrecha a veces por darme cuenta de que alguien no es como yo creía que era, puede que me haya secado a veces de tanto llorar, pero nunca me he tenido que reprochar haber fingido un afecto y, por eso, ninguna de las letras que haya escrito provocará jamás en mí rechazo alguno.
Ahora que, confieso que nunca he llevado bien eso de poner la otra mejilla. Con los años he aprendido a apartar de mí cada vez con mayor prontitud, las cosas que me causan dolor, visto el luto y lloro mi pena, me la permito por unos días, pero no más de lo estrictamente necesario porque nadie, absolutamente nadie que me haya hecho daño merece que yo gaste mi energía lamentando su pérdida.  Perdono, ésa es la clave para no dejar que te envenenen las traiciones. Perdono, pero no olvido, porque las veces que he querido olvidar solo han servido para volver a caer.

Puede que incluso con el debido tiempo de por medio sea capaz, como me he demostrado mil veces, de volver a tratar con cordialidad a aquellos que una vez no trataron con el suficiente respeto mi amistad, pero nunca recuperarán aquello que tenían de mí.  Puede que no les importe, incluso que nunca lleguen a saberlo, pero yo sí lo sé… y en el fondo,  creo que ellos también.  No puedo desearles una “feliz navidad”, no me sale, lo único honesto que puedo decir es que espero que a cada cual la vida dé lo que realmente merece para cada parcela de su existencia. 
Éste ha sido un año de reencuentros así que sé bien de lo que hablo. La mayor parte de las veces han servido para ratificar esto que escribo. Ha sido agradable volver a hablar con algunas personas que una vez significaron mucho para mí, me he alegrado de comprobar que no hay rencor alguno en mis sentimientos y me he dado cuenta de que alguna huella dejé cuando me hicieron creer que nada importé. Ha sido bueno saberlo, pero también me di cuenta de que jamás volverían a ser parte de mí, excepto de esa parte que es el recuerdo.
Envuelta en este halo de sabiduría que da la experiencia, también ha sido un año para festejar una amistad en concreto, para ensalzarla, para regocijarme de ella… y al final, para equivocarme. Esto es lo que tiene ir cuesta abajo y sin frenos, que te embalas… Os aseguro que me ha partido en dos, aunque también en el fondo, lo sabía; lo sabía porque ya una vez ocurrió. Éste es el caso de confundir el perdón con el olvido… no hay que olvidar.  Nunca más cometeré este error.  Aun así, no me arrepiento de nada, ya lo he dicho, puede que su amistad fuera una patraña, pero la mía no. Así que, yo he perdido algo que en realidad nunca tuve, pero él sí ha perdido algo de gran valor por no saber cuidar su posesión.

Y, para finalizar, me dispongo a concluir el año dejando atrás los reencuentros y aspirando el aire nuevo, el viento de cambio que está llegando como los villancicos, como los polvorones y como el turrón: por Navidad.  Un viento que no sé bien dónde me lleva, pero que en fondo da igual, lo importante es que, a pesar de todo, sigo teniendo ilusión por dejarme llevar…