Cuando se cierra una puerta, en
alguna parte una ventana se nos abre. Y a veces esa ventana viene con una
sonrisa que ilumina toda una vida, contagiando su luz aunque las nubes oscuras quieran
quedarse y se aferren con fuerza. Como un arcoiris travieso que desafía a la lluvia. Da igual cuan triste pueda estar, él siempre
logra que me olvide de las penas, al menos por un rato, siempre a su lado mi
corazón logra latir pausado, mis músculos se relajan e incluso el aire fluye
con facilidad hasta mis pulmones.
Porque las palabras salen fáciles
junto a él, todas, las que hablan en broma, las que regañan, las que
comprenden, las que lloran, todas.
Porque no importa la hora, porque
no importa el motivo, siempre ha sido alguien dispuesto a echar una mano, y no
solo en apariencia, lo ha estado de verdad, lo está aun más ahora.
Porque nunca olvida besar para
dar los buenos días, porque dormir a su lado hace que mis pesadillas no acudan,
porque hasta Gea duerme a sus pies tranquila.
Porque mi compañía le resulta
suficiente y el silencio con él tampoco me incomoda. Porque igual me iría a la
playa, o a un bar y bailar con él encima de un altavoz y caernos juntos y
volver a subir… o simplemente a caminar mientras se pone el Sol. Porque
disfrutaría compartiendo una cena en un restaurante o un bocadillo de lomo
sentados en la arena. Porque podría pasar horas sin cansarme de estar a su
lado. Porque puedo ser yo sin temor a equivocarme.
¡Qué suerte haberte conocido!
¡Qué suerte que estés ahora a mi lado! Aunque la vida nos cambie y el tiempo
que compartimos ahora no sea el mismo mañana, estoy convencida de que hoy estás
aquí porque nadie me haría tanto bien. Solo podría tener más suerte si consigo
acompañar a tu corazón de manera parecida a como tú acompañas al mío. Desde luego, aquí estoy. Mi puerta está
siempre abierta para recibirte y mi mano siempre tendida para que la tomes.
Este año no quiero felicitar la
Navidad a nadie, no habrá postal en este
blog, ni en ninguna otra parte, ni siquiera felicitaré el año… pero a unos
pocos, a los que amo, les desearé felicidad hasta el último ocaso. Tú estás
entre ellos y nada mejor tengo que ofrecerte que este sincero y fuerte deseo. Te quiero, amigo, porque lo mereces. Lo mereces,
y no porque seas perfecto, sino precisamente por no serlo, por haber reconocido
errores, por asumir tus culpas y querer luchar para redimirlas. Por eso mereces
mi más profundo respeto y por eso eres una gran persona. Y por eso, aunque la
vida sea injusta tantas veces, yo estaré presente cuando consigas tus anhelos, estoy
segura.
No dejes de ser caricia en la
aspereza, no dejes de ser agua en la sed, no dejes de ser calor en el frío
invierno. No dejes de sonreír, no dejes
de iluminar.
Éste es un abrazo de letras, el
otro te lo daré más tarde.
(Para F. García, con todo mi cariño).
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