sábado, 20 de diciembre de 2014

AVISTANDO MI AZUL



¡Qué bien sienta volver a casa! Luego, cuando ya llevas mucho tiempo otra vez en el hogar, ese sentimiento se difumina, te sigue gustando, pero no lo aprecias como ahora. Es como las células olfativas, perciben al instante con gran intensidad un estímulo causado por una nueva fragancia, pero también más tarde se saturan y dejas de sentir aquel perfume que te embriagó. Pues supongo que es lo que ocurre con el regreso a las añoradas paredes que custodian tu vida. Por eso, porque sé que el mejor día de la vuelta a casa es el primero, hoy me he levantado con ganas de empaparme de mi entorno.

Desayuno contemplando las montañas que resguardan el origen de este pueblo que adopté hace ya nueve años. Compruebo como las lluvias han verdeado la tierra y agradezco el cielo despejado porque alegra mi espíritu y anima a mis pies. Ropa cómoda, calzado deportivo, música en mis oídos y, ¡vamos!, bajo al Arroyo de la Miel. Tan dulce su nombre como el olor del vino de mi Málaga. Su sabor me asaltó la mente hace días y mi boca salivó deseándolo tomar donde hay que tomarlo: aquí.  Paseando, la casualidad hace que tope con un curioso quiosco navideño  que hasta las abejas han decidido frecuentar para paladear  el almibarado licor. Es el destino, pienso, y allí me quedo un buen rato para compartir con el vendedor piropos a nuestra ambrosía. Por supuesto me llevo unas pequeñas muestras que servirán para decirle a un par de personas que me acordé de ellas en este instante y que deseé haber podido compartir con ellas ese brindis por lo bueno de los detalles.
Visito mis lugares de siempre, paro en la papelería para saludar a la que ha encuadernado cada uno de mis sueños convertidos en cuentos, luego, una parada en otro lugar para que mi olfato se deshaga en placeres, la tienda de tés…  Me decido por un nuevo sabor, luego, cuando escriba, pienso, lo haré con una taza humeante en mis manos de esa evocadora infusión.


Y, al final… al final rumbo a la costa, a reencontrarme con mi azul, mi mar, la playa que tanto consuelo pone en mi alma. Y aunque soy posesiva cuando hablo de ella, otros también la aman y me siento bien al pensar que también a ellos les regala esa paz. Por un instante eso me une a esas almas, bueno, a los “guiris gambones” no, jeje, aunque les presto el sol y la arena, ¡venga, vale…!  A lo que me siento unida es a los otros, a los de aquí, a los que se sientan en la orilla sin toalla para pensar, para soñar, para agradecer o  para llorar; a los que tocan una guitarra
mezclando sus notas con el rumor de las suaves olas que se deshacen rítmicamente. Me apetece quedarme allí, con ellos, y me quedo. Ahora canto con ellos, no importa que no sepa cantar, pero cantamos al Mediterráneo, como lo hizo Serrat. Sonreímos siendo conscientes de habernos hecho felices un ratito. Nos deseamos un buen día. Ya lo es, vuelvo a pensar, porque estoy en casa, porque es el primer día, en el que se disfruta con toda el alma volver a estar.

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