Desde entonces, solo fueron zumbidos de moscas en sus orejas los malintencionados comentarios, solo niebla que el sol disipa los gestos que pretendían dañarle. Desde que aquella mano de entendimiento se posó en su hombro, supo que eran muchos más los que le amaban sinceramente que los que le odiaban sin sentido. Desde entonces, pudo abrazar su verdad y se vistió con ella sin pudor, y ya nunca nadie consiguió hacerle sombra.
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