jueves, 19 de octubre de 2017

ESCRIBO



Escribo. Escribo aunque no tengo ganas de volver a manchar la página en blanco con mis miserias. Pero escribo. Aunque el cansancio de lo ya vivido demasiadas veces pese sobre la tinta que derramo. Escribo, queriendo que nadie me lea para no aburrir. Pero escribo porque no encuentro mejor consuelo, porque no quiero que mis lágrimas se pierdan en la lluvia, porque no quiero que el olvido atrape para siempre mis recuerdos, aunque desee cada día que el olvido llegue para darme paz. Porque cuando todo se ha roto ya hasta el punto de las astillas, cualquier movimiento provoca que se claven como alfileres y se quedan bajo la piel hiriendo aún un poco más. Así que el olvido se me antoja un buen viento que limpiase, que se las llevara volando y podría volver a moverme sin temor a pincharme otra vez. Pero escribo, porque ese huracán no viene, y aunque viniera, de algún modo no quiero, no debo olvidar. Porque quien olvida está condenado a repetir sus errores. Y yo me hastié de recaer en los míos. Tal vez nunca creí de verdad que lo fueran. Tal vez, siempre, en el fondo, pensé que no había sido un error y que la perseverancia sería recompensada en un acto de justicia divina o algo así. Pero no. Ya no se puede mirar más al fondo y me doy cuenta de que todo ha estado podrido siempre. No hay nada que salvar. Si acaso, debo salvarme yo, a pesar de que me dé miedo pensar que quizás tampoco ya pueda, que tal vez, a lo peor, es demasiado tarde y esas astillas no puedan extirparse, porque se metieron demasiado dentro.

Quisiera ser más generosa y desear con el corazón la felicidad de quien provoca mi más profundo sufrimiento. Sin embargo, a lo único que puedo aspirar es a que el mismo olvido que anhelo para sobrevivir, sirva para  llevarse los malos sentimientos que me inspira su recuerdo. Quisiera que no me atormentaran los pensamientos negros que le dedico, quisiera poder dejarlo estar sin más porque sé que esta negrura revierte sobre mí. Pero no soy tan fuerte, ni tan buena. Siempre traté de ser justa, y no encuentro justicia alguna en su bienestar a costa de mi tristeza. Lo más que puedo hacer es arrepentirme al momento de desearle algún mal; pero el deseo vuelve una y otra vez, al mismo tiempo que mi llanto. Ése que no remite, con el que despierto de madrugada, que me corta el aliento.

Escribo. Escribo y confieso que me siento avergonzada. Porque tengo toda la culpa de estar escribiendo una vez más esta historia. Porque desde el principio sabía que acabaría así, por más que lo haya querido interpretar de otra forma. Volver a leer un libro no hace que el final vaya a ser distinto. Pretenderlo es absurdo. Y así me siento: absurda. Casi sin derecho a quejarme porque volví a tomar el camino equivocado y lo justifiqué y me inventé razones que nunca debieron ser. 

Pero escribo. Porque después de confesar y castigarme, necesito perdonarme. Tal vez si lo hago, consiga también perdonarlo a él, aunque a él eso le importe poco. Escribo aunque divague, aunque haya ratos en los que no entienda para qué, ni entienda si quiera lo que escribo. Escribo porque me siento perdida y, tal vez, piense que entre líneas pueda encontrarme. O, tal vez, deseo crear un laberinto de letras donde esconderme por un tiempo, como siempre, mi refugio, mi trinchera de palabras donde poder calmar mis acongojados latidos.

domingo, 1 de octubre de 2017

BIENVENIDA, TIZA...

Aquí me hallo... con un nuevo bichito al que cuidar que en menos de veinticuatro horas ya me ha robado el corazón. Mi hermanita me mandó un enlace con la historia de tres hermanitos que se habían quedado sin mamá y que necesitaban familia urgente. Y, aunque no me he atrevido nunca a introducir otro gatete en casa siendo mi Gea tan "especialita", esta vez, y a pesar de que había que ir a por él a Sevilla, me he liado la manta a la cabeza y ya está aquí.

Por ahora en espacios separados. Gracias a mi nueva terraza, más funcional gracias a las cortinas de cristal que me he regalado hace nada, y mi bendita puerta mosquitera, los tengo a cada uno en un lugar hasta que Gea se adapte a su olor, a su presencia y, en definitiva, a la nueva situación de que ella no va a ser la única que requiera mi atención. Anoche estuvo tranquila, hoy ha bufado un poquito más, pero espero que en los próximos días sea posible la integración de Tiza, que se quede con nosotras y que sepa disfrutar de su nueva compañía. Si no, ya sabe la tía adoptiva que tendrá que hacerse cargo de este amor de cachorrito que no para de ronronear cuando lo tienes cerquita de tu piel.

No hay mucho más que decir, por ahora, solo quería darle la bienvenida a la familia también en este cuaderno de recuerdos del que ya será parte. Mañana haremos la visita oportuna al veterinario y poquito a poquito, a ver si todo sale bien.