¡Qué impotencia, de verdad!
Se me pasará, claro, no me queda más remedio, pero ahora mismo estoy tan cabreada que me como las paredes. Aunque nunca he necesitado mucho dinero para sentirme feliz, ahora mismo daría lo que fuera por tener el suficiente para tener una casa con el espacio adecuado para conservar tu biblioteca, entera, con lo que tiene valor y con lo más absurdo. Tu biblioteca que eres tú, tu biblioteca que es cómo el mar, que aunque no lo visite todos los días, necesito saber que está ahí para cuando necesite olerlo. No son cada uno de los libros, no se han enterado, ni se van a enterar. Sus razones, sus razones. Sus prisas. Ya lloré por tus discos, por mis momentos contigo entre ellos, y ahora ya sé que tampoco me va a quedar lo que sentía muy nuestro. No eran los libros, era la biblioteca, porque yo sé el orgullo que tú sentías de ella y porque me enseñaste a amar la lectura entre esas estanterías atestadas. Que a veces, papá, no sabía cómo hablarte, pero allí siempre había una escusa para hacerlo. Tanto pragmatismo me asquea. ¡Qué fácil es decir que lo importante es llevarte en el corazón! ¡Ya! Pero hay un columbario en el campo donde yo no te encuentro. Pero sí te encontraba en los discos y en medio de esa habitación, aunque fuera un par de minutos cuando voy a ver a mamá. Pero ella cree que abrazar un árbol da energía, y no entiende que hay energía allí para mí. Ella no entiende que esa es una cuestión de fe para mí, la que debería entender más que nadie lo que es creer en algo que no sé ve. ¡Cómo te echo de menos está noche papá! Porque sé que tú sí lo entenderías. Y ni siquiera estoy allí para pelearme, lo he hecho por teléfono, y con mi hermana, y lo siento porque no puedo vivir sin ella, pero es que me siento traicionada.
Todo este rato que llevo escribiendo sin aire porque me ahoga el llanto, no dejo de pensar en el libro de tapas verdes... Las rimas y leyendas de Bécquer. Espero que, al menos, ése se quede conmigo. Tiene gracia que sea un romántico el primer libro que compartimos de tu biblioteca y que fuera uno de mis preferidos sin saber que también fue uno de los tuyos. Yo te regalé un cuadro con una de las rimas un día del padre y tu me regalaste el resto. ¡Ay, papá, cuanto, cuanto te echo de menos!
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