martes, 14 de marzo de 2023

CENSURADA

 


Son casi las seis de la mañana y llevo ya dando vueltas en mi cama y en mi cabeza, una vez más, sin poder conciliar el sueño. Escribo, como siempre aquí, para mi desahogo, para no volverme loca, porque no sé de qué otra manera acallar el orgullo herido por la injusticia que, una vez más, parece ser la ganadora en esta mierda de mundo.

La semana pasada, el innombrable del que quisiera  no acordarme, fue a interponer una queja contra mí a Delegación solicitando mediación en el asunto referente al alumno X por el que acabé grabando un podcast, que no quiso tener nunca otra intención mas que hacer autocrítica sobre las ocasiones en las que profesores y padres metemos la pata al gestionar conflictos con nuestros alumnos y/o hijos. Pretendía ser una reflexión con un mensaje positivo que no era más que asumir que todos podemos cometer errores y que pedir perdón nos hace ser mejores personas y tal vez, hacer que nuestro pequeño mundo, el único que podemos controlar, sea más amable. 

Pero el "compañero", al cual no nombro en ningún momento, come ajos y se pica. En vez de leer que lo primero que hago es empatizar con la situación que él vivió y en vez de tomar mi mensaje como una nueva oportunidad de pedir disculpas y quedar como un Dios, escucha con los ojos cegados por un ego que no le cabe en el cuerpo y lleno de rabia, que dudo que fuera de dolor,  toma la decisión de buscar la manera de HACERME DAÑO. 

Como digo, se ha tomado la molestia de interponer una queja a Delegación y ayer, lunes, para empezar bien la semanita, después de un fin de semana igual de "bueno" sabiendo que me esperaba esta visita, un inspector vino a "mediar" en la situación. Lo de mediar es un eufemismo, claro. Por si las comillas no lo dejan claro. 

No he tenido la oportunidad de saber en qué términos se ha redactado la queja por parte de mi compañero, tan solo creo que el señor inspector me ha leído, digamos, el final de la misma, en la que solicita la mediación y requiere que yo retire el podcast de las redes en las que estaba publicado.

A medida que pasan las horas, más me convenzo de que si yo tuviera acceso a ese escrito, podría ser yo la que tuviese razones para  ir a Delegación a interponer una queja o denuncia por injurias, pero claro, eso son elucubraciones mías...

Luego, el inspector tiene a bien escucharme y entiende que, efectivamente, nunca fue mi intención hacerle daño , incluso pude leerle una carta que una desconocida me ha hecho llegar a la antigua usanza, dejándola en mi buzón, en la que me da las gracias porque tras escuchar el podcast con su hijo, les sirvió para arreglar una mala convivencia que se había instalado entre ellos. La carta es emocionante, os lo juro, pero es tan solo una muestra de todos los comentarios que me han llegado acerca de mi podcast. En  ninguna de las notas que he recibido, ni de familiares, amigos, profesionales..., nadie, repito, nadie ha hecho referencia a la mala praxis de este tío; en todos los comentarios lo único que se me transmite es la valentía con la que yo hago MI AUTOCRÍTICA. Así de clara queda reflejada la intención de lo grabado en el podcast. Por tanto, el inspector concluye que no hay motivo de abrir ningún expediente contra mí, pero me "aconseja" que retire de todas formas el podcast, que ya el hecho de que él refleje en su informe que no ve motivos para la apertura de ese expediente, es una forma de no darle la razón a mi compañero. (El caramelito para que te calles la boca, niña, pero tu compi se lleva lo que quiere... o a lo mejor quería más: ¿echarme del centro?). 

Así pues, tras todo lo que expuse, y un poco cansadito ya de mí, supongo, el inspector me da unas opciones para proceder:

1ª_ que acepte retirar el podcast y así no hay motivo de abrir ningún expediente contra mí.

2ª_ que siga adelante y que sea lo que tenga que ser.

Os juro que si no fuera porque ya llevo un mes perdido de estudio, que no os olvidéis que este año estoy otra vez con la tortura de las oposiciones y porque, de hecho, al rellenar la instancia debo marcar una casilla en la que declaro que no tengo ningún expediente abierto que me separe de mi labor docente, me tiro de cabeza a la segunda opción. Pero aunque hasta el inspector me dice que tengo todas las de ganar  y ese expediente finalmente se cerraría a mi favor, no tengo la certeza absoluta y, por tanto, puedo hasta poner en peligro mi derecho a opositar. Esto al margen de que tirar para delante con el expediente  supone alargar el proceso y la tortura en la que me veo inmersa, perdiendo un tiempo que es oro para mí y  mantener un  nivel de ansiedad que ya no puedo controlar noche tras noche.

Así que obviamente, opto "voluntariamente" por retirar el podcast de las redes sociales sin contrapartida alguna para el profesor, tan solo, eso sí, con mi "recomendación"de pedirle disculpas al alumno delante del resto de la clase por la forma en la que redactó en parte que le supuso la expulsión (que ni siquiera ha podido constar como exigencia en lo que se suponía una negociación, que es lo que se entiende que es una mediación, ¿no?: llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes en pos de una mejora de la convivencia).  En realidad, también pedía que me pidiera disculpas a mí por haber llegado al punto de quejarse en Delegación, lo cual sí que es un ataque directo contra mí. Eso, que me perdonen, no tiene otra posible lectura. Pero esta petición ni consta como "recomendación", ¿para qué?, si todos los presentes sabíamos que no iba a acceder.  O sea, que ya está arreglada la convivencia, ¡ea!

 Ya no  podéis escuchar el podcast en Spotify, aunque veáis el enlace en facebook, y en instagram y twitter no he dejado ni el rastro del enlace siquiera. Pero resulta que un blog no es una red social y como lo que él individuo ha solicitado es la retirada del podcast de las redes, me he comprometido justo a eso. Pero ni el texto es un podcast, ni mi blog es una red social, así pues, el que quiera leerlo lo va a seguir teniendo aquí, al menos, hasta que, si se da cuenta, vuelva a tocarme las narices con otra queja en Delegación. 


Ahora, que para la próxima ya he aprendido algo. De la reunión de ayer salí llorando con una mezcla de sentimientos indefinida, supongo que, como decía al principio, herida en mi orgullo por darle lo que quería, sabiendo que no solo es que mi orgullo quede humillado sino que el suyo se va a acrecentar y que, por tanto, su actitud prepotente volverá a imponerse en su trato con los alumnos cada vez que le dé la gana. Inocentemente, pensé, que la tal "mediación" en la que se buscaba "el equilibrio" supondría que tras mi entrevista, habría otra con él en la que le pusieran algunos puntos sobre algunas íes, pero, sinceramente, NO ME LO CREO, porque entre otras cosas, cuando yo me fui de allí, su horario laboral ya había terminado, por lo que más bien creo que la tal "mediación" fue una pura pantomima en la que lo que se pretendía era quitarme las ganas de empezar una lucha, siendo, como es evidente, más fácil convencerme a mí de retirar el podcast, que a él de seguir encojonado y luchando, tal vez, por que me echen del centro. 

[...]

Escribo tras haber pasado ya al día después. De hecho, estoy a punto de irme a la cama a tratar de dormir de una bendita vez. Pero antes de hacerlo, sé que no lo conseguiré si no inserto en esta parte de mi discurso una RECTIFICACIÓN AL PÁRRAFO ANTERIOR, que por otra parte, el pensamiento que me llevó a escribirlo fue en gran medida el motivo que me desveló tan inoportunamente anoche, porque mi mente dolida y aturdida ya después de tantos días sin descanso, llegó a pensar que hasta  mi director y  el inspector me habían manipulado, que igual después se dieron una palmadita en la espalda diciendo lo bien que lo habían hecho, y tal vez, si eso, el director hablara otro día con el innombrable (entiéndase innombrable por un calificativo que no voy a escribir, pero lo dejo a vuestra elección y/o imaginación). Tal vez en esa conversación le dijera que ya estaba todo solucionado, que la imbécil  ésta que suscribe había colado por el aro y que puede seguir siendo el magnífico profesor que es. Igual ,lo celebraran con unas cañas el viernes a la salida.... Las malas noches tienen esto, que destilan las confusiones, aunque a veces los líquidos separados sean muy tóxicos. Anoche quería gritar porque en el fondo he sentido que se me ha sometido a la CENSURA,  pura y dura.

De hecho, el inspector me dio un consejo para la próxima vez que quiera expresarme libremente: "que ya que tengo el don de la palabra, que LO NOVELE". Vaya, como si estuviéramos de nuevo en la época franquista y tuviera que hacer canciones de revista.

 Tal vez en otra ocasión siga el consejo, porque me gustan los recursos literarios, pero HOY NO, HOY NO ME DA LA GANA. YO NO SOY LA QUE HA HECHO ALGO MALO, NI LA QUE HA TENIDO LA MALA LECHE DE CARGAR CONTRA UNA COMPAÑERA CON LA CLARA Y ÚNICA INTENCIÓN DE HACERLE DAÑO.

No obstante, esta vez, publico en este blog mío que es personal, al que poca gente se asoma porque a casi nadie le gusta leer tanto hoy en día y, en realidad es solo mi saco de gritos. El agujero negro que se traga toda mi angustia. Está desvinculado de mi blog profesional, o sea, desde aquí si se puede acceder a "En mi otra clase", pero no a la inversa. Y si publico este enlace será únicamente en facebook donde tan solo tengo amigos, pero vaya, ni ésa es la intención. 

Sin embargo, como decía, hoy es el día después y, aunque me sigo sintiendo destrozada y no me ha quedado más remedio que pedir cita a mi médico de cabecera porque me paso más tiempo del día llorando que con los ojos secos, debo decir, para no faltar a la verdad y porque me hacía falta una dosis, aunque sea pequeñita, de justicia que, cuando he llegado hoy al insti y he pasado por el despacho del director para decirle que ya he retirado religiosamente el podcast de las redes, me ha hecho sentar, me ha notado la cara de enfado, cosa que le he confirmado, pues en nada estoy de acuerdo en haber tenido que retirar mi grabación sin recibir si quiera a cambio una disculpa por el proceder del innombrable y a tenor de la única opción viable que tuve. Como digo, me ha hecho sentar, así que le he preguntado abiertamente sobre mi clarividencia nocturna sobre la NO  entrevista posterior con "la otra parte", pues, como ya he comentado,  comprobé que, por su horario, ya no estaría en el centro.

  Me he llevado una grata sorpresa al saber que, efectivamente, como sospechaba, aun a sabiendas de que el inspector estaba allí y tenía intención de hablar con ambos, al llegar el fin de su jornada, se dio el piro, sin preguntar si quiera por si le iban a reclamar su presencia. Pero le salió la huida cobarde como el tiro por la culata, porque le llamaron por teléfono y tuvo que dar media vuelta para cumplir con la entrevista. 

No voy a entrar en detalles, primero porque son largos y segundo, porque sigue siendo mi intención no cargar contra él más de lo debido, pero tras lo que me ha contado el director, me ha quedado claro que, a lo largo de la entrevista, se le fueron bajando los humos y aunque no va a consentir en pedirme las disculpas que merezco está dispuesto a redactar un escrito en el que se retractará de lo que dijo en Delegación, sean cuales fueran las barbaridades que se le ocurrieran. 

Bueno, el "dire" me ha dicho que conociéndole, es lo más parecido a una disculpa, aunque eso sí, aún sigue esperando que yo me disculpe con él (anotad el dato) de la misma forma que lo he injuriado, o sea grabando un nuevo podcast.  Claro que el inspector, al parecer, le hizo ver que ya estaba bien de tanta gilipollez de pedir lo que no corresponde (obviamente me he permitido una versión libre de las profesionales palabras que seguro tuvo el señor inspector, claro). 

Yo, de todas formas recelo de ese escrito, que por cierto no entregará en persona en Delegación, como si tuvo a bien hacer con su queja. Se le dará registro de entrada en la administración del centro y lo enviará el director para añadir al papeleo que ha generado este "issu", lo cual refleja la cobardía nuevamente de este pusilánime ser. Y como digo, recelo, porque no creo que lo haga movido por "disculparse" de alguna manera conmigo, sino porque prefiere eso antes de recibir una negativa a su petición por parte de la Inspección de abrirme un expediente. 

En fin, qué decir, sea como sea la cosa, a mí me da exactamente igual. Me conforma que ayer se removiera incómodo en la silla al darse cuenta de que, en caso de abrirse incluso ese expediente, no las iba a tener todas consigo, ni mucho menos. 

Esta entrada no la va a leer nadie, o casi nadie, y mucho menos ese inspector o mi director.  No es mi


deseo que traspase los muros de mi universo más íntimo, pero igual que gritaba hace menos de 24 horas una cosa, hoy también quiero a gritos DAR LAS GRACIAS  a ese inspector por haberme escuchado y haber empatizado conmigo aun sin dejar de salirse de su papel en ningún momento, porque hasta tuve dudas de que todo cuanto conté hubiera servido de algo. Y, sobre todo, gracias a mi "dire", porque a pesar de estar en una posición muy difícil, me ha apoyado como ha podido hasta el final y ha compartido mi dolor. Se lo dije en un mensaje, se lo dije ayer, en presencia del inspector y lo digo ahora también: Gracias por existir.

 Indudablemente su actuación en este caso podía haber sido mejor en algunos aspectos, pero tanto él como yo misma no podíamos ni imaginar que esto tomaría las dimensiones que ha llegado a tomar.

También tengo que agradecer el apoyo que he recibido de una compañera, Amanda, que, desde luego, me ha dado un motivo para echar de menos a alguien del centro en el caso de no trabajar ahí el curso que viene. Sinceramente, he dicho muchas veces que no no voy al trabajo para hacer amigos, pero, en el fondo, es infinitamente más agradable tener a alguien con quien poder compartir más que un hola en los cruces de pasillos. Saber que puedo contar con ella es una de las pocas cosas buenas que he sacado de todo esto. 

Por supuesto, no me puedo olvidar en este rosario de agradecimientos a mi compañero José Julio, que, aunque ya no trabaja en mi mismo centro, es un compañero de esos que se merecen las mayúsculas. Por cierto, para el que piense que tengo algo en contra de los matemáticos, José Julio lo es, pero de los buenos, coño. Siempre me das ímpetu, empuje y fuerza cuando hablo contigo, y ya son muchas las veces en las que lo has hecho, o sea que me arruinaré en cañas el día que me ponga a pagártelas. Además por partida doble, porque a tu mujer, Lidia, le debo las mismas por permitir que le robe su tiempo contigo con las largas charlas a las que te someto cuando te llamo (no son nunca llamadas de menos  de una hora, mon Dieu!).

Y, bueno, esta mañana he llamado al sindicato para que me explicaran si tengo o no derecho a saber los términos en los que se redactó la queja de las narices y me han explicado que la normativa dice que no. No lo veo ni medio normal, la verdad, pero es lo que hay, pero, al margen de esto, la llamada ha sido atendida por un compañero, Fernando, que también ha tenido que aguantarme un rato llorando y que, finalmente, me ha dicho que aunque no me conoce, si estuviera aquí me daría un abrazo. Gracias, Fernando. Lo he recibido igualmente. A lo mejor me paso algún día por la sede para dártelo en persona, caray.

Por último, quiero dar las gracias a mi familia, a mi madre, que no me quiere ni preguntar, para no molestarme pero que es la primera en preocuparse, y a mi hermana, claro.  Y, sobre todo, debo dar las gracias a mi amiga María del Mar, porque ésta si que me aguanta a diario. Mi compañera de piso telemática. Con la que no siempre estoy de acuerdo y con la que he discutido mucho al respecto de este asunto en varias ocasiones por no ver las cosas de la misma manera, pero que se atreve a decir lo que piensa y con la que me atrevo a decir lo que pienso sin temor a que esto rompa  lo que nos une, incluso cuando mi tono ha sido más alto de lo que debiera. Puede que a veces ni me comprenda o no la comprenda a ella, pero nos esforzamos en hacerlo y sobre todo, nos queremos. Eres "Mi Persona", citando a Anatomía de Grey. 

Y, ya está, aquí traslado lo que ya no existe en redes. Sigo sin incumplir los acuerdos a los que me comprometí. Pero esto ha formado parte de mi vida, me ha causado un dolor inmenso y no quiero olvidar lo que viví, ni cómo lo sentí, que en el fondo, esto es este blog también: ese diario "secreto" al que puedes volver para recordar aquello que de alguna manera te marcó. 


NI TÚ NI NADIE


De fondo estaba escuchando “Ni tú ni nadie” mientras mi cabeza andaba procesando hechos sucedidos recientemente que me han removido en lo más profundo. 

Ahora, repito en mi cabeza aquel estribillo que tantas veces, en fiestas, he coreado con amigos y desconocidos: “¡Qué difícil es pedir perdón!” Y hoy, me pregunto: ¿tan difícil es? Me lo pregunto a nivel personal, pero también como profesora: ¿Soy yo tan infalible que nunca debo pedir perdón a mis alumnos?

Ya seas un alumno, un compañero docente o un familiar, me gustaría que me acompañaras en esta reflexión. Bienvenidos a este capítulo del Guante Azul, “Ni tú ni nadie”.

Dar clase es cada vez más difícil, os lo aseguro. Aunque no va de esto este capítulo, debo decir esto de antemano. Y no por justificar nada, sino porque es una realidad. No obstante, la dificultad en las relaciones entre profesores y alumnos hoy en día es la misma que la que observo en el resto de relaciones personales. No sé qué nos pasa, qué se ha instalado en el mundo que la susceptibilidad está a la orden del día, en todo momento y en cualquier situación. Y lo que pasa en una clase es fiel reflejo de lo que acontece en la vida cotidiana. Es como un subsistema. Una minisociedad dentro de la gran sociedad.

Generalmente, como quiero pensar que les ocurre al resto de mis compañeros, gestiono bien mis clases, pero debo confesar que, a lo largo de los años, he acumulado no pocas ocasiones en las que no he tenido las mejores formas ni palabras con una clase en concreto para resolver algún conflicto. La paciencia tiene límites y los profesores no estamos hechos de un material diferente a cualquier otra persona,  lo mismo que ocurre con los padres. Así que, hay veces en la que la cosa se nos va de las manos y una vez toman ese rumbo que nunca hubieras deseado es difícil parar y volver a empezar desde la calma. Porque, por desgracia, no hay un interruptor mágico que de repente haga rebobinar y borrar ese instante en el que debiste optar por el camino de la serenidad, de la buena gestión. Cuando esto ocurre, te encuentras de pronto ante más de 30 alumnos y, o sigues hacia delante, o crees que te van a comer. 

Me ha pasado. Es lamentable y lo confieso avergonzada. pero luego, cuando te vas, cuando llega la quietud acompañada del malestar, de la culpabilidad de no haberlo hecho bien siendo tú el adulto, entonces, siempre acabo optando por lo que mi verdadero ser me dicta…

Llega el siguiente día, la hora de volver a entrar en esa clase y un poco vas temblando, la verdad, pero segura de hablar con el corazón, yo pido disculpas. Y en ese momento la paz me invade. Porque no importa que llevara todas las razones del mundo para abroncar a mis alumnos el día anterior, ni siquiera importa si alguno de ellos se comportara de manera impertinente, lo que importa es que mis razones se evaporaron cuando perdí las formas, sobre todo porque soy yo quien debo dar ejemplo de todo lo contrario. Por ese motivo, por encima de todas mis justificadas razones, yo pido disculpas con el orgullo que me hace saber que estoy haciendo lo correcto.

Me da igual que seas un alumno, o un colega o una madre o padre, ¿alguno de vosotros de verdad piensa que pedir perdón nos hace más débiles ante el otro? A mí, la vida me ha demostrado que no. A mí, mis años de profesión me han demostrado que la humanidad que transmite el que comete un error y lo siente y lo hace saber con humildad, gana el respeto de los alumnos de una forma que ninguna amenaza, castigo o sanción consigue. 

Nada te acerca más a otro que sentirte identificado con él. Y si en algo todos somos iguales es que inevitablemente todos cometemos errores, todos tomamos malas decisiones y todos gobernamos mal en algún momento de nuestras vidas nuestras interacciones sociales. Por eso, la catarsis que se produce ante una disculpa sincera es casi inmediata y, por supuesto, sanadora.

Me siento afortunada de ser una persona que, al contrario de lo que cantaba Alaska, no encuentro tanta dificultad en pedir disculpas. Creo que, como ya he dicho, es una cuestión de tener claro que hacerlo me hace mejor persona.

 Pero qué pasa con esos profes que no lo asumen así? Aunque están hechos de la misma pasta que cualquier otro tipo de persona a la hora de errar, no son cualquier tipo de persona a la hora de reconstruir los desastres. Ahí sí que hay que tener clara la esencia de nuestra vocación. Por lo tanto, entramos en un terreno de escombros peligrosos…

No importa cuál fue la discusión que se desmadró. Estoy segura de que probablemente tenías todas las razones de tu parte, pero todas las perdiste, cuando perdiste los modos.

Un alumno, inesperadamente, se alza enfadado, pero más tranquilo que el resto de compañeros que protestan ruidosamente ante tus propios ruidos. Quiere hacerse escuchar, lo exige tajante, pero sin violencia, sintiéndose seguro de que tiene derecho, como tú, de dar sus razones. Es corpulento, su voz es grave, su aspecto más maduro de lo que probablemente se espera para su edad. Tal vez lo que vive fuera de esas cuatro paredes otorguen a su mirada o a su gesto un talante que sencillamente impone. No hace falta que grite, ni que verbalice con palabras soeces. Tal vez hubiera sido más fácil lidiar con alguien que así lo hubiera hecho. Pero él, a pesar de la situación, solo hace uso del derecho que cree tener y se atreve incluso a exigir que te calmes y te dirijas a ellos con respeto.

Seguramente eso encienda aún más tu cohete interno que ya ha entrado en barrena e incapaz de volver atrás, justificas tus desprecios. En el uso de las palabras eres mejor, eso sí que juega a tu favor. Pero aunque trates de apelar a tu autoridad, hace rato que la perdiste delante de esos que ya no saben quién eres ni lo que estás haciendo. Te sientes amenazado por un gesto de ese chico, aunque tú mismo has levantado la mano tan solo un instante antes. Pero no eres tú el que retrocede, es él quien reconoce que los dos habéis hecho mal y trata de dar ese paso atrás. Te sientes amenazado, pero en realidad, aunque en ese momento no te das cuenta, la amenaza eres tú mismo. 

El alumno que se puso en pie, dando la cara por el resto, exige ir juntos a dirección. En ese momento, lo único que quiere es que otros adultos intervengan, medien, porque está claro que la discusión no va a llegar a ningún buen puerto.

Lo has interpretado todo muy mal. Decides que los gestos y las palabras del alumno han sido incorrectos, obviando que tus gestos y tus palabras fueron las primeras incorrectas. Decides que él, por ser el alumno, debía aguantar el chaparrón, los gritos, el desprecio que has mostrado ante unas calificaciones, que si bien no son ellos, son el malogrado fruto de un esfuerzo que, para ellos, duele más que para ti, por cierto. Decides, como digo, que tu huída hacia delante es que el alumno debería haber tolerado toda tu actuación, aunque jamás nosotros, como profesores, toleraríamos una actuación similar por parte de ellos. ¿No te das cuenta de cuánta hipocresía hay en todo esto?

Vuelvo atrás en mi relato. Yo he estado alguna vez en una situación parecida. Y la respuesta a la pregunta anterior es que no. No te das cuenta. No en ese momento. 

Pero luego… Luego sabes perfectamente que metiste la pata hasta el fondo y es ahí cuando debes elegir. porque se trata sencillamente de eso, de elegir. Si lo piensas, debería ser fácil elegir lo correcto, porque esos chavales han hecho justo lo que decimos que queremos conseguir con la educación, que sepan tener criterio propio, que defiendan sus ideas argumentando… ¡Joder, fuiste tú el que no estabas escuchando!

Ya os he contado cual es mi elección en esos lamentables casos. pero, como imaginaréis, no es el camino que eligió este profesor.

El alumno se enfrenta a una grave sanción por el parte redactado de lo ocurrido en el que el profesor le acusa de haberle amenazado y de haberse sentido humillado y vejado e incluso haber temido por su integridad física.

El alumno se siente frustrado porque sabe que eso no ha sido así, que ésa no ha sido su intención; para él es una burda mentira la que le va a llevar a una expulsión de un mes, que es lo que ha pedido el profesor, que puede llegar a costarle el curso. 

El alumno trata de dar su versión, aunque siente que es cosa perdida porque ante la palabra de un profesor la suya queda invalidada. Lo ha vivido así otras veces. Alega sin mucho acierto desde la rabia. 

Cuenta con el apoyo de toda su clase, pero sigue sintiendo que no tiene nada que hacer. Internamente toma la decisión de abandonar 2º de bachillerato a menos de dos trimestres para graduarse si, como teme, es expulsado un mes, pues se siente incapaz de conseguir superar las materias teniendo que faltar más de lo que ya debe faltar porque tiene que compaginar el estudio con un trabajo.

El alumno trata de buscar ayuda en otros profesores en los que confía, alguno hay. Incluso se acuerda de mí, que le di clase el año pasado. De hecho, a pesar de llevarnos bien desde el principio de curso, tuvo un enfrentamiento conmigo, aunque el desenlace de aquel capítulo fue muy diferente, porque los dos tuvimos a bien querer solucionarlo. En primer lugar, yo redacté un parte sin sesgar la parte en la que yo me equivoqué y eso condujo a asumir su responsabilidad en lo ocurrido, a pedirme disculpas y a darme la oportunidad de pedirlas yo también a él. De aquello surgió una conversación en la que él comprendió que no puede esperar que los profesores seamos telépatas, que debe pedir ayuda cuando la necesita, al menos, expresar lo que le pasa para que el otro pueda comprenderlo.

En otro momento, tal vez, este alumno no hubiera confiado en otros profesores ni hubiera buscado ayuda en ellos, pero quiero pensar que, gracias a lo que ocurrió el año pasado conmigo, en esta ocasión ha sido capaz de hacerlo. Tras los consejos recibidos por estos profesores, entre los que incluyo las largas charlas que él y yo hemos mantenido en los días posteriores al suceso, el alumno calma su rabia y hasta consigue encontrar la empatía que debía haber tenido otro en primer lugar para escribir una disculpa, la única que cree tener que dar.

Yo he podido leer esa carta, de hecho, me pidió ayuda para corregir su ortografía, alguna que otra coma y mejorar su redacción, aunque no he tocado en absoluto la esencia de lo que quería escribir. Son sus sentimientos de cabo a rabo. Me llenó de orgullo leerla, me ha llenado de orgullo que acudiera a mí y me llena de orgullo ver el hombre en el que se está convirtiendo. 

Iba a estar aquí hoy, leyendo en directo esa carta para compartirla con vosotros y para acompañarme en una tertulia posterior, con la intención de que todos aprendamos algo de esto que ha ocurrido y seamos capaces de mejorar, pero ya ha sido determinada su sanción. Aunque no es de un mes, lo cual indica que, a pesar de que él sienta lo contrario, las personas que han decidido el castigo, han tenido en cuenta que el profesor tampoco actuó correctamente, finalmente se va expulsado diez días. Creo que lo sabe y ya ha tomado la decisión.

No está, pero le prometí que seguiría adelante con este podcast con o sin él. Estoy retrasando la publicación de este capítulo, a la espera de que se comunique conmigo y me haga saber que estoy equivocada, que quiere compartir conmigo este rato de reflexión, que quiere leer su carta para vosotros, que volverá a las clases y le veré graduarse, pero ya lleva dos días sin aparecer por el centro. Tal vez no quiera ni recibir la expulsión formal, tal vez esto ha sido la gota que ha colmado su vaso y le esté sirviendo de excusa para irse lejos y dejar atrás todo un mundo del que su profesor no es consciente pero que, en gran medida, ha forjado su carácter, ha determinado que, una vez llegada una edad, ya no pueda admitir que alguien le grite más. Y si se marcha, es cierto que no será culpa de ese profesor, es su decisión. Este evento no es suficientemente importante para cargar con esa responsabilidad, pero, maldita sea, era un cordón a punto de deshilacharse y tal vez tuvimos la oportunidad de conseguir mantenerlo sujeto unos meses más. Porque si se va, ahora no, pero seguro que en no mucho tiempo se dará cuenta de la gran diferencia que supone tener o no su título. No importa que no tengas la idea de hacer una carrera universitaria, tal vez nunca lo necesites, pero la cuestión es no cerrarse puertas. Sé que tienes planes que en este momento te saben a libertad, que es lo único que deseas y, tal vez ahora ese papel no tenga importancia, pero la vida da demasiadas vueltas, como para no asegurarte lo más que puedas. ¡Y te queda tan poco!

En una parte anterior a mi relato, comentaba que cuando la clase se te va de las manos hay un momento en el que ya solo ves dos opciones: matar o morir (metafóricamente hablando), pero hay una tercera, una que nos dejó Aute en una hermosa canción con la que despediré mi capítulo de hoy: Entre morir o matar, prefiero AMAR. Ya sé que es imposible conocer las circunstancias de cada uno de nuestros alumnos, y cuanto más mayores se hacen, más difícil es porque se tornan más celosos de su intimidad, pero si tuviéramos siempre presente que tras cada alumno o alumna puede haber un hilo a punto de romperse, tal vez, solo tal vez, podríamos tener siempre más presente la opción de amar. De conjugar ese verbo cada vez que reñimos, que aconsejamos, que explicamos… Cada vez que hablamos. Y, sobre todo, cuando como humanos que somos, no lo hacemos del todo bien, debemos amar para poder rectificar. Porque, tal vez, de ese gesto dependa el futuro de esa persona.

No, ser profesor no es nada fácil, en momentos como este soy más consciente que nunca de la grandísima responsabilidad que tenemos. Ojalá fuéramos infalibles, ojalá los padres lo fueran, pero no lo somos, por eso a lo más que podemos aspirar es a ser humildes y tener más capacidad de comprensión. 

Esta semana, tras todo lo ocurrido con este alumno, tras todo lo que a mí me ha removido, he ido a un aula colindante a otra en la que yo imparto clases. No nos separa ni un verdadero tabique y son chicos muy ruidosos. Molestan mucho incluso cuando están con su profesor, así que hace relativamente poco, perdí los papeles y aporreé literalmente la puerta que nos separa, desesperada por no poder explicar a los míos. Importándome poco lo nada educado, ni educativo que fue ese gesto. Eso sin contar la falta de respeto que tuve con el compañero que allí se encontraba. Durante el fin de semana pasado tomé la decisión de que lo primero que haría al llegar el lunes sería ir a esa clase a pedir disculpas por mi gesto. Y puede que a ellos les dé igual, puede que no sirva para nada, tal vez, pero yo debía hacerlo, porque debo dar ese ejemplo. Porque no puedo dejar que aprendan que dar un porrazo es correcto y, si yo lo hago, ellos también se verán más tarde en el derecho. Creo que la idea ya está clara, pero por si acaso, lo diré de nuevo: Tengo clarísimo que volveré a equivocar el gesto en alguna ocasión, aunque tenga la firme intención de que no vuelva a ocurrirme, pero jamás, jamás dejaré de pedir perdón cuando, desbordada por las circunstancias, no sea capaz de controlar mis emociones. Lo que pasa en un momento de calentón es inevitable, lo que haces después es lo que marca la diferencia.

Todo cuanto os he contado lo he contado desde mi punto de vista como profesora, pero se puede aplicar en cualquier relación con otra persona. Da igual si tratamos de la relación entre padres e hijos, entre amigos, entre pareja… Da igual quién inicie una disputa o quién la acabe o quién lo haga peor. La cuestión es que, cuando la tormenta pasa, todos deberíamos ser capaces de mostrar generosidad y disculparnos por la parte que nos toca. Incluso si pensamos que no erramos en nada, os aseguro que la otra parte pensará que sí, así que disculparse por la percepción que pudiste causar ya es construir un puente para el perdón.

¡Cómo me hubiera gustado charlar contigo sobre estas cosas, Sulayman! Escuchar tu carta y hablar luego de percepción, de prejuicios, de construir, de lo que te hubiera gustado cambiar, de lo que te hubiera gustado que tu profesor cambiara, de qué te gustaría que los que nos escuchen tomaran nota. Desde luego, este podcast se hubiera enriquecido mucho con tu presencia. Sin embargo, no estás aquí a mi lado y me deja un sabor amargo el fin de este capítulo porque siento que tu ausencia es un fracaso de mi labor como profesora. Espero que tus sueños se hagan realidad a pesar de lo que decidas ahora, espero que sea lo que sea que hagas en este mundo seas sobre todo feliz. Sabes que, cuando quieras, tienes en mí a una amiga que te respeta. Gracias por haberme mostrado un poquito de tu corazón. 

Amigos, debo despedirme ya. Podéis encontrar éste y otros capítulos del Guante Azul en mi blog Enmiotraclase.wordpress.com. Aunque, sinceramente, me basta con que escuchéis éste y sirva para remover vuestras conciencias. Si al terminar os acordáis de alguien con quien estéis en malos términos y decidís dar el paso para disculparos y construir ese puente que os acerque, yo habré hecho algo bueno y Sulayman habrá ganado. Si os ha tocado un poquito esta historia, compartidla, difundidla. Entre morir o matar, prefiero amar…


sábado, 4 de marzo de 2023

ATRAPADA EN LAS SOMBRAS


            De verdad que lamento llegar últimamente a este espacio con una queja, un dolor o una tristeza. Os confieso que hay un capítulo de mi historia que deseo contar, que me quema en las entrañas y es de pura felicidad, pero aún no ha llegado. Por momentos pienso que está ya casi a punto de suceder y, al momento siguiente, lo veo tan inalcanzable que me hundo todavía más en mis profundidades, con todas estas otras historias que también componen mi vida que “me perturban, angustian o atormentan”, como diría aquélla… Por fortuna, sigo teniendo esto, que muchos creen que es un don, que es contar con las palabras para calmar mi alma, así que, por mucho que me pese que la gran mayoría de cachitos de mi existencia que os comparto no sean alegrías, agradezco la existencia de éste, mi espacio, para gritar al vacío, tanto si se me oye, como si no. Creo que hacerlo, además de liberarme, me sirve para encontrar al final la esperanza que necesito para seguir adelante, y con este fin último, mis manos y mi voz hoy van a contar en “Día a día” y en “Batiburrillo”, este capítulo al que he llamado “Atrapada en las sombras” y al que te doy la bienvenida. 

         Esta historia comienza con un whatsapp de alguien que me pidió su ayuda. Lo que le pasaba y la ayuda que le presté ahora ya no importa. De todo ello ya hablé en otro momento y en otro lugar parecido a éste y con certeza tuvo la difusión necesaria, que no es lo que espero en este caso. Pero aprovecho la ocasión para dar las gracias a todo aquél que, por azar o cualquier otro misterioso algoritmo internauta, acabe leyendo u oyendo esto y participara en aquella difusión. 

         En realidad, hoy de lo que vengo a hablar es de la repercusión personal que ha supuesto y supone para mí todo lo que ha removido esta situación, al margen de lo profesional o además de en lo profesional. Me encuentro ante el silencio para darme cuenta de todo…

         Hacía tiempo que no me sentía útil. Hacía tiempo que no me sentía necesitada y poder hacer algo por alguien, al que además tienes cierto cariño, te da un subidón de dopamina, como si de una droga se hubiera tratado. Joder, empezando por el final, yo creo que estoy bajo los efectos del síndrome de abstinencia tras el paso de la ola de euforia. Aunque bueno, no es tan sencillo como eso. No soy una yonqui del “buensamaritanismo” precisamente, así que hay más bajo esta manta.

         No me arrepiento de nada y lo volvería a hacer todo igual, pero debo reconocer que llevo un mes de resaca emocional que me ha desconcertado, que me ha desviado de mi foco y que me ha hecho y me hace llorar sin aparentes motivos en más ocasiones de las que puedo contar con los dedos de todas mis extremidades. Así que, naturalmente, a veces me pregunto si ha merecido la pena todo este asunto. 

         He comenzado diciendo que volvería a repetir todo lo que he hecho, así que la respuesta a la pregunta anterior, es obvia. Pero indudablemente si hoy por hoy no me encuentro bien al respecto es por algo y eso es lo que necesito ordenar en mi mente, como casi siempre hago cuando recurro al cursor parpadeante de un documento en blanco.

         Las listas de cotejo mentales no me son suficientes, debo verlas impresas para aclararme, así que voy a ello y, me dirigiré expresamente a ti, porque, de alguna manera es la forma en la que necesito hacerlo: 
                     •En primer lugar, removiste los cimientos de mi yo profesional, me di cuenta más que nunca de mi mala praxis en ocasiones y me sentí avergonzada. A pesar de todo, esa reflexión, esa autocrítica que provocaste que ocurriera de manera colateral , es positiva porque me ha servido para ser mejor en mi labor y tardaré en olvidar lo que ya sabía, pero que vas dejando a un lado con el devenir de los años de profesión, aunque sea, tal vez, lo más importante de nuestra labor como educadores.

                     •Luego, sentí tu agradecimiento. Un bálsamo. Un masaje relajante para una mente aturdida y me dejé invadir por esa agradable sensación. Pero los efectos de los masajes y los bálsamos son efímeros. Los dolores vuelven al poco, acompañados de revelaciones sobre lo que realmente los provocan. Vi un vacío infinito que hace tiempo que no quiero mirar. Tan enfocada estoy en el objetivo de conseguir esa plaza que parece que nunca va a llegar que, poco a poco, he renunciado a cada vez más cosas, a cosas que son las que realmente importan en la vida. Me he aislado en el convencimiento de que, solo poniendo todo mi empeño en esto lo conseguiré, de que el sacrificio es lo que me llevará al éxito. Pero, ¿de qué sirve el éxito si cuando lo consiga no te queda ya nadie para compartirlo? ¿Es que pienso que mi vida comenzará entonces? Tal vez para alguien de 19 años sea así, pero para alguien que ya roza los 50, lo único que siento es que he desperdiciado demasiados momentos de felicidad plena por creer que no debía permitírmelos hasta no conseguir mi meta. Me siento sola. Ésa es la pura realidad y te sigo en redes y leo algunas de tus reflexiones y siento vértigo al ver lo que te estás autoimponiendo. Deseo que no pase mucho tiempo hasta conseguir tus objetivos, pero eso no lo puedes saber y, en ocasiones, las notas que publicas, me dan miedo porque se encaminan peligrosamente al mismo sendero que yo he seguido. 

                 •Pasamos una tarde larguísima hablando y hacía ni me acuerdo del tiempo que no pasaba una tarde así: dejando a un lado todo por escuchar a otro ser humano, por escucharte a ti, por compartir, entre canciones, tus pensamientos, tus ideas y mis recuerdos. Me sentí una chiquilla, liviana, sin lastres, tan solo disfrutando de la compañía de un amigo. Fue un regalo aquella tarde, de veras. Pero luego que pasara, cuando ya te llevé a casa y volví a mi verdadero mundo, me di de bruces con la realidad que te contaba antes: la soledad. Porque además, por más que te ofreciera sin reservas mi amistad, tú nunca podrás ser mi amigo. No, al menos, en una relación de igualdad. Tal y como te dije, aquí me tendrás siempre si me necesitas, pero yo no puedo contar contigo de la misma manera. Y eso es una realidad que, de alguna forma, me ha hecho sentir vieja y no ha sido una sensación muy agradable…

                 •En los últimos cuatro años no me he permitido ninguna nueva ilusión, no he permitido que nadie entrara en mi corazón para revolverlo y hacer que latiera por lo que de verdad importa. Me he refugiado en mi trabajo, me he ilusionado con el autoaprendizaje y la creación, que realmente son cuestiones que me fascinan, pero también me he engañado a mí misma pretendiendo que esas ilusiones podían llenar lo que solo otros seres humanos y lo que compartes con ellos pueden llenar. Aquella tarde que compartí contigo me mostró la falta que me hace llenar mi vida de más momentos así y fíjate lo sencillo que fue: rooibos, frutos secos, una playlist estupenda y una copa de vino que animó mi espíritu de esa manera que solo la buena compañía extrae del vino. Sin embargo, eso tan simple es lo que llevo negándome todo este tiempo. Y, la situación que nos ha llevado a compartir ese momento, ha revelado esta carencia. No me arrepiento de haber vivido ese regalo, pero sé que no volverá a repetirse porque, como te decía antes, nuestra amistad es un espejismo y sería una necia si esperase lo contrario. 

                 •Y, bueno, en definitiva, todo lo que ha acontecido desde aquel whatsapp tuyo, ha abierto una herida que ahora sangra en el peor de los momentos. Porque justo ahora no puedo ponerle remedio, porque justo ahora no puedo salirme del camino que tomé, a tan pocos meses de enfrentarme a los exámenes. Pero lo cierto es que la sangre está manando con tal ímpetu que me deja sin fuerzas. Y daría lo que fuera por una mano amiga que me sirviera una copa de vino y que me ayudara a recuperarlas con una tarde compartida cargada de buenos sentimientos, sin hacerme sentir después que no era una falsa ilusión, pero no existe esa persona ahora, al menos, no cerca, no que pueda hacer lo que hiciste tú sin querer. 


         Pero aunque no existe esa mano, necesito las fuerzas para llegar al final, por eso, recurro a esta terapia personal. Reconocer lo que me está haciendo mal es el primer paso para poder dejarlo atrás, al menos, aplazarlo hasta un momento en el que pueda enfocarme en ello para solucionarlo. Necesito mis fuerzas para salir de las sombras, para darme cuenta de que ya he andado el camino, al mirar atrás y que del lodo nacen las flores más altas. 


        Voy a avanzar, porque retroceder no es una opción. Y avanzar en este momento supone dejar en el recuerdo la revolución que has provocado pasando por mi vida. Solo quiero, antes de hacerlo, dejarte mi ejemplo como consejo: por favor, persigue tus sueños, pero no dejes que tus sueños pisoteen tu corazón, no te conviertas en una isla pensando que sin más tierra podrás crecer. No pierdas tu humanidad en pos de un objetivo material, porque la felicidad no está hecha de sustancia tangible alguna. No la pospongas. Por favor no la pospongas.  

           Me voy a despedir ya, amigos. Espero haber conseguido, contando en voz alta mis pensamientos, cerrar este capítulo de mi historia para poder volver a centrarme plenamente en esta carrera de fondo que son mis oposiciones. Es, en cierto modo, una despedida de esa persona a la que me dirijo deseando que consiga todo lo que se proponga, pero sin olvidarse de cuidar su corazón. También es una declaración de intenciones que me hago a mí misma. Tras esta convocatoria no dejaré que nunca más algo material sea tan importante como para robarme la felicidad del amor y la amistad. Espero poder contarlo así en próximos capítulos en Batiburrillo. Os dejo con Lodo de Xoel López, que ha inspirado el título de éste. Un abrazo.