martes, 17 de marzo de 2020

MIS DÍAS DE "CORONAVIRUS": tercer día

Como toda España, me toca quedarme en casa viviendo este confinamiento impuesto por el estado de alerta con el fin de controlar los contagios de este nuevo virus que nos tiene en vilo a toda la humanidad;bueno, a Donald Trump parece que no, y a muchos  ingleses idiotas parece que tampoco.  Y en esto, como en casi todo, hay extremistas para los dos polos. De éstos que parece que con ellos no va la historia, que digo yo que se creerán estar hechos de una materia diferente a la del resto de la humanidad, y, por otro lado, los que se pasan tres pueblos con la histeria y arrasan los supermercados como si no fueran a salir de un bunker en medio siglo. 

Esta situación extraña, anómala, no vivida por ninguno antes, está sacando lo mejor y lo peor del ser humano. Quiero pensar que más lo mejor que lo peor, aunque lo cierto es que sólo estamos al principio de esta cuarentena. me pregunto cómo van a estar los ánimos dentro de unos días. Los que ahora muestran su lado más divertido, ingenioso, constructivo, positivo y solidario, de seguro que notarán cómo pierden fuelle. Yo no soy psicóloga, pero sí sé, por experiencia, que cuando tomas un roll de este tipo, la gente pronto se agarra a ti para aumentar su propio ánimo, y te sientes en la obligación de seguir jugando ese papel en sus vidas. Y te obligas a ti mismo, que seguro que todos comprenderían que no fueras la alegría de la huerta infinitamente, pero nos lo imponemos como si de eso dependiera la vida o la muerte del otro. En fin, repito, no soy psicóloga, pero creo sinceramente que, cuando os llegue el momento de sentiros cansados, angustiados y con ganas de gritar, no reprimáis esas emociones. la cuestión no es obligarse a no sentir miedo, preocupación, impaciencia... la cuestión es reconocer estos sentimientos para poder gestionarlos, para poder pedir ayuda, que también la vais a necesitar. 

Y si cuento con que el más optimista de todos pasará por un bajón, lo que no quiero ni pensar es cómo van a estar los que ya el primer día se están comportando como energúmenos... ¡Miedito me da! 

Por mi parte, desde el sábado que fui por última vez a la academia y que, después de tres días de intentona en el supermercado, pude hacer mi compra semanal habitual, llevo metida en casa sin salir para nada, a excepción de cinco minutos ayer para sacar la basura, más de 48 horas. Y lo llevo bien, la verdad es que no es muy diferente del resto de mis días desde septiembre que empecé de nuevo con la tortura de las oposiciones. Pero claro, ahora falta la salida al trabajo. Llevo tres años cogiendo a diario carretera para trabajar en Marbella y todos los días he deseado no tener que ir a trabajar por quitarme el coche... Ahora viene al caso el dicho ese de "ten cuidado con lo que deseas". Porque lo del coche, ok, pero a mí me gusta mi trabajo y me gusta echar mis ratillos de risa con mis compis de departamento y hasta "pelear" con los niños  (en el buen sentido). Así que, aunque aprovechando el tiempo extra para estudiar con más tranquilidad, me falta, como a todos, mi rutina. Nuestra amada rutina a la que nunca le decimos lo que la queremos, y hasta menospreciamos. 

Ahora, teletrabajo: hoy he teletrabajado desde las cinco y cuarto de la madrugada porque me he desvelado y he dicho, pues venga, a teletrabajar... no sé yo cómo les va a sentar a mis alumnos cuando se levanten hoy y vean todo lo que les he organizado para que ellos también teletrabajen. 

Y, después de teletrabajar un par de horas, ya que tenía en marcha el ordenador, me he puesto a escribir aquí, por entretener un poco al insomnio, que oye, éste no entiende de cuarentenas. Lo bueno de teletrabajar es que tengo un horario flexible..., luego me echaré a dormir y ya estudiaré esta tarde... 

Probablemente, si es que alguno de mis habituales me lee, estará teniendo la sensación de que estas líneas son inconexas, sin una clara intención, o mensaje concreto que transmitir. Es cierto. Me he puesto a escribir sin un objetivo, así que van saliendo ideas de aquí y de allá sin más concierto que el de entretener mi mente reclusa. Así recuerdo que, de adolescente, escribía mis diarios. Eran renglones sueltos en los que mezclaba lo que hacía durante el día con recuerdos o sentimientos que me desbordaban. No escribía ni para mí, solo escribía como respiraba o como las hormonas me dictaban. Era dejar que las letras viajaran solas sin que yo las controlara por cualquier lado de mi cabeza, aleatoriamente, sin seguir ningún patrón. 

Resulta divertido hacerlo. Sonrío. Mi gato está tumbado a mi lado, como suele hacer. Escucho su respiración tranquila y confiada. Lo adoro. No he conocido mayor ternura que la que este bichito me ofrece. ¿Veis? ¡A qué vendrá ahora hablar de mi gato! Bueno... pues, en realidad, sí que los pensamientos que parecen destartalados, finalmente se ordenan. Lo cierto es que he sentido esta infinita gratitud por su compañía porque, en estos momentos, él y mis otras dos gatitas son los únicos seres vivos con los que voy a convivir durante esta clausura y, con toda seguridad, son ellos los que harán que no pierda el norte en más de una ocasión. Ahora que no tengo nadie que me abrace, Mayo se deja abrazar y me devuelve el gesto durmiendo con su carita apoyada en mi mejilla y, a veces, le gusta echar su patita sobre mi cuello y ronronea, ronronea de una manera sanadora. 

Y, sintiendo esto, me pregunto cómo puede haber gente que haya abandonado a sus animales por
miedo al contagio. ¡¡¡Ignorantes y desalmados!!! Hay muchas cosas que veo en la gente que me hace amar aún más a mis animales. Esto me hace recordar algo que todos los años les digo a mis alumnos. Cuando hablo del cambio climático, de sus consecuencias, de la responsabilidad que tenemos los seres humanos sobre el mediambiente... Cuando les explico sobre el Universo y se preocupan al saber que el Sol se agotará destro de 5000  millones de años, pero les parece menos preocupante que ahoguemos los mares en plástico... Siempre les comparo nuestra especie con una plaga. No tenemos depredadores que controlen nuestra población, al menos no de esos que son grandes, que rugen y que vemos... pero la vida se abre camino y la Tierra busca la manera de sobrevivir. Un virus, invisible, más que minúsculo, ni siquiera una célula, es lo único que hace posible que disminuyan las emisiones de dióxido de carbono... No deja de ser curioso. Si supiéramos aprender, aprenderíamos a cambiar nuestras costumbres para no dañar como lo hacemos, porque está claro que capacidad para cambiar nuestros hábitos tenemos, lo estamos viendo. Pero, no creo que esto vaya a ocurrir. La pandemia pasará y nos dejará secuelas, con suerte durante un tiempo tengamos algo más de conciencia, pero, finalmente, volveremos a cometer los mismos errores. Creo que esta es la condena del ser humano. Este virus puede que no sea el único al que debamos hacer frente. La Tierra esconde bajo el hielo amenazas que estamos liberando a fuerza del calentamiento que hemos provocado con nuestra inconsciencia. Habrá, seguro, más virus que vengan a recordarnos que no somos el centro del Universo, y que si desaparecemos, ya está, punto, importará muy poco en ese Espacio infinito.

Ojalá todo lo que ahora está ocurriendo sirviera para sacar nuestra mejor versión de ciudadano, y nuestra mejor versión de ser humano. Ojalá aprendiéramos de esto a  valorar mucho más, no solo nuestra rutina, sino nuestra vida como parte de un todo que es nuestro planeta. No soy muy optimista al respecto, aunque ojalá me equivoque y la conciencia medioambiental que muchos tenemos se imponga sobre la irracionalidad del consumismo que muchos siguen manteniendo y que, por desgracia, sigue imperando.

 Hoy he escrito porque en este álbum de mi vida deberá estar para el recuerdo esta experiencia que nos toca pasar a todos, porque, por desgracia, estamos viviendo un momento histórico, que en unos años se reflejará en los libros de texto. En esos libros de texto también se hablará de las consecuencias económicas que esta epidemia mundial va a acarrear, pero ojalá en esos libros, también se hablara de las consecuencias positivas, de un cambio de conciencia global que desde este momento hizo posible frenar el cambio climático. Ojalá eso fuera lo que esos libros de historia dijeran. No soy muy optimista al respecto, pero bueno..., tal vez, una pequeña esperanza sí que tengo.

No sé si este post será el único en este paréntesis de la normalidad, o será el primero de una serie en el que relate cómo van transcurriendo mis días. La verdad es que, ayer no me apetecía hablar del corona-jodido.virus porque estoy aburrida de desayunar coranavirus, almorzar coronavirus y cenar coronavirus, pero es inevitable. Y también era inevitable, que más tarde o más temprano echara un rato en este barco, que, una vez más, es un refugio de mí misma. Un lugar con el que huir para no perderme. 


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