sábado, 13 de julio de 2013

45 R.P.M.

Os acordáis, ¿no?...

Cualquiera que haya vivido en la era del long play sabe a lo que me refiero. Poner un disco y equivocar las revoluciones y escucharlo en versión Albin y las ardillas, a toda pastilla y sin frenos. 

Esta noche, más bien madrugada....casi amanecer, tengo esta visión sobre mí misma: soy un disco de 33 sonando a 45 r.p.m. Si bien soy ya una persona habladora, llevo unos días en los que la incontinencia verbal me deja KO la sinhueso. Tanta saliva estoy forzando a fabricar que me siento dashidratada y, si hasta yo misma me quedo exhausta de no parar de soltar por esta boquita, miedo me da pensar en los pobres oídos que me están escuchando. ¡Por Dios, amigos, páradme! No os cortéis, que si no lo hacéis vosotros no podré hacerlo yo. ¡Uff! 


Lo tremendo es que no hace ni una semana estaba confinada en casa sin deseo de cruzar palabra con ningún ser humano. En tres días, desde que me levanté hasta que me acosté, me tragué los ciento quince capítulos de Candy Candy. ¡Sí! Como lo oís. Tremenda y paranoica terapia de choque. Expulsé en lágrimas el equivalente a las Lagunas del Ruidera, como poco. 

No es la primera vez que siento que vivo en una noria, pero vaya, en esta ocasión es más bien una montaña rusa, que la noria se mueve suave y no es suavidad precisamente lo que estas fluctuaciones anímicas me sugieren. De dormir más horas que un gato, cayendo casi en un coma profundo, a no conciliar el sueño más de cinco horas con suerte, y, además, hacerlo como los delfines, con uno de los hemisferios cerebrales bien despierto. De no tener fuerzas ni para respirar, a escapárseme la energía por los poros notando como la tensión agarrota mi mandíbula hasta en los escasos momentos en los que consigo pegar los párpados. ¡Joder! Parece que me hubiera metido una raya. No debe ser muy distinta la sensación, así que ahora entiendo aún menos a los que consumen porque, bajo mi punto de vista, no es nada agradable sentir que el corazón te pide más espacio de lo que tu caja torácica le da de forma natural.

Inspiro fuerte y exhalo sonoramente. ¡Qué alivio! Es que se me olvida respirar llenando a tope los pulmones. Otra consecuencia de este subidón de adrenalina que seguro está intoxicando mi sangre en estos momentos. ¿Os dan miedo las montañas rusas? Hay quien disfruta del vértigo y la velocidad. Os confieso que yo no. Nunca me subo a esos trastos. Alguna vez lo hice, claro, si no no tendría en mi memoria que no lo disfruté, pero ya no lo hago. Sin embargo, aquí estoy, montada en una y en lo más alto, sabiendo que, por tanto, la inminente caída será más acusada y, por supuesto, más vertiginosa. Y sabiendo que no disfrutaré la sensación.

Equilibrio, paz, busco desesperadamente la asíntota en la gráfica de mi existencia. Claro que no tiene mucho sentido mezclar en la misma frase la búsqueda de la armonía con la palabra desesperación. Dudo que así lo consiga. Y esta es otra: las cosas de las que soy consciente que no hago bien y de las que soy consciente que debería hacer por mi bien y que, sencilla y llanamente, no puedo. Es como si a alguien que lleva perdido tres días en el desierto le ponen una botella de agua fresca a su lado pero estuviera atado de pies y manos impidiéndole alcanzarla. No imagino peor tortura.

Son casi las seis de la mañana. he decidido hace escasamente un minuto que, en vista de que, más pronto que tarde, caeré en barrena, mejor será que aproveche el subidón. Lo siento por los que tenéis que aguantar mi torrente lingüístico, de veras, si llego a ser irritante, largarme ese "por qué no te callas" que tanto resultado le dio al Rey. Os doy permiso. También he decidido que, en vez de volverme loca en la cama dando vueltas, era de recibo aprovechar el tiempo desahogandome vía cuaderno de bitácora y creo que, además, voy a hacer algo que hace mucho, pero que mucho tiempo que no hago: me voy a ir a la playa a ver amanecer. Quizás así libere una de mis manos y consiga alcanzar la botella y beber, aunque sea un sorbo, del sanador líquido.

Un rato más tarde:
 

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