¿No os ha pasado alguna vez qué sentís como os quema de rabia las entrañas por querer plantarle cara a un "sabelotodo" que, en realidad, no sabe de nada más que de su propio ombligo, y, sin embargo, notar como hasta el último poro de tu piel te grita que no hagas nada, porque ante semejantes personajes cortos de mira (por ser suaves en el lenguaje) es mejor morderse el labio?
¡Cómo me molestan las mentes bienpensantes que solo piensan bien cuando se trata de sus propios actos, pero nunca está bien para ellos cualquier acción si proviene de un ajeno! ¡Cómo me molestan los que andan juzgando antes si quiera de conocer los hechos! Hay quien llega avasallando, sin hacer preguntas, sin tener criterios, solo deseando hacer gala de su autoridad, sin importarles poco, o nada, si tienen alguna razón en lo que hacen. Me molestan los que dan por hecho que los alumnos siempre lo hacen mal. Me molestan los que no respetan el trabajo y, lo que es peor, las ilusiones de los que, con mucho esfuerzo, tratan de hacer algo diferente.
Hoy ha sido el culmen de una semana en la que estos sentimientos han malogrado la felicidad que siento en mi trabajo. Es por esto que, tal y como dije el primer día que escribí en este cajón de sastre, vengo a desahogar en una hora tranquila, lo que me está torturando. A poner un poco de órden en mi espíritu revuelto, a buscar la calma incluso antes de que estalle la tormenta. Sí, porque lo que más me enciende es que estos rayos y truenos han de quedarse en mi particular caja de Pandora, porque, tras pensarlo (y mucho), he llegado a la conclusión de que no merece la pena tratar de explicarme, o de pedir explicaciones más bien, a una persona que actúa, como bien demuestra, sin tener un ápice de empatía. ¿Cómo puedo así pretender que comprenda como hieren sus palabras o su actitud? Creo que hoy, hoy que tenía la firme intención de aclarar mi postura, no se ha dado la ocasión porque no tenía que ocurrir. Algo me dice que es mejor contar hasta diez (o un millón si hace falta) y no defender lo que no tengo además porqué defender. No hay motivos porque desde el concepto hasta el hecho está todo bien. Porque me niego, con rotunda convicción, a faltar a mis ideales, entre los cuales, el primero es el profundo respeto que tengo por todos mis alumnos, al cariño con el que creo que un docente tiene que ejercer su profesión, al espíritu de un proceso de enseñanza en el que se comparte algo más que una pizarra y unos libros de texto. Creo en, abogo por y me esfuerzo para que las clases sean una vivencia personal, algo que ellos no olviden y que yo tampoco. Ésta es mi ilusión. Ésta es mi vida. Y ningún sabelotodo del Paleozoico va a volver a estropear mis horas. Me prometo no volver a malgastar mi tiempo pensando en esto, aunque seguiré vigilante porque no he permitido, ni permitiré que, en mi presencia, se trate sin el suficiente respeto a aquellos por los que yo me levanto todos los días. Podéis estar seguros.
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